Si los hechos políticos y sociales de un país se explican a partir de su historia, debemos convenir que las razones del colapso venezolano se encuentran en su devenir histórico. No sugerimos una trayectoria predeterminada que, inevitablemente condujo a Venezuela hasta su actual situación, ya que todo proceso histórico es siempre resultado de la toma de decisiones de los hombres, en el marco de un abanico de opciones. Lo que señalamos, es que a lo largo de la historia se configuraron las condiciones que posibilitaron el desarrollo de una opción, más que de otras. Reflexionemos, pues, en torno a las condiciones de posibilidad que explican cómo se llegó a la situación de desastre.
En principio, Venezuela tiene, como resultado del derrumbe, a su sociedad quebrada. El desarrollo de su historia económica, política y social, han creado las condiciones que explican el hecho. Ello, a la vez, se complementa con el alcance del derrumbe, principalmente en los ámbitos institucional, político, social y económico productivo.
La historia venezolana del siglo XIX, en líneas generales, es similar a la del resto de los países latinoamericanos: sangrientas disputas entre caudillos, guerras civiles, confrontaciones entre conservadores y liberales. Pero si algo troca esa similitud en particularidad, desde inicios del siglo XX, es el descubrimiento del petróleo. La importancia de este recurso natural fue de tal magnitud para el país que no por nada solía decirse que en realidad Venezuela era un país sobre un mar de petróleo.
Tal dimensión terminará subordinando toda la vida venezolana, con repercusiones principalmente, por supuesto, en el Estado, sus instituciones, la política y la sociedad. Al mismo tiempo moldeará una determinada mentalidad en esta última. Incluso puede sostenerse que, a partir de las primeras décadas del siglo pasado, se formó una sociedad dependiente en todo de ese recurso natural y con bajos grados de autorrealización (incluyendo a su burguesía), al margen del mismo.
Las cosas comenzaron desde muy temprano. En 1908 Gómez asesta un golpe militar a quienes fueron sus aliados liberales, durante la revolución liberal de fines de la década de 1880, y otorga concesiones petroleras a empresas extranjeras. Al influjo de los recursos que salían del petróleo se fue organizando el Estado y sus principios (o sea, la Constitución Política del Estado), la democracia, el sistema político, las políticas públicas, la sociedad. Así, por ejemplo, la Constitución de 1936 consideraba “a las doctrinas comunistas y anarquistas y a los que las proclamen […] como traidores a la patria”. En el sistema democrático se aprobó, en 1945, el voto femenino y en 1958 los dos principales partidos, COPEI y AD, firmaron un acuerdo llamado “Pacto de punto fijo”, por medio del cual se garantizaban la alternancia en el manejo del gobierno.
Pero el peso de ese mar de petróleo fue tal que sobrepasó la importancia de la Carta constitucional, del sistema democrático y del sistema de partidos, como para que hicieran carne en la sociedad. El “rebalse” de los recursos originados por el petróleo (de hecho, para 1950 Venezuela era el máximo exportador de ese recurso en el mundo), además de configurar las estructuras estatales y sociales, habituó a la sociedad a las políticas asistencialistas. Ello alimentó en ella una mentalidad basada en la sensación de bonanza sin fin. El resultado será la constitución de una sociedad con bajos grados de autodeterminación y con una casi nula experiencia en la vida política propia, es decir al margen de la esfera estatal.
Por ello, para la cada vez más acentuada crisis del entonces Estado rentista, no será difícil ocasionar el derrumbe venezolano en todos los órdenes. Acto seguido, por otro lado, la situación permitió que florecieran las condiciones de posibilidad para la instauración de un régimen totalitario delincuencial. Derrumbe y avance de este tipo de régimen conforman procesos casi paralelos, en los distintos niveles del Estado y la sociedad. En lo institucional se quebró la independencia de poderes, reemplazando a sus operadores por otros, no debido a sus méritos profesionales, sino a su lealtad y sumisión al gobierno central. El sistema político devino en monopartidista y en lo social quedó roto su tejido interno. Todo ello facilitó el fomento a la actividad delictiva y la conformación de grupos de choque de la revolución bolivariana, en base al lumpen y el sicariato.
En esas condiciones, ni siquiera la primavera del petróleo (con precios, en la primera década del presente siglo, que alcanzaron los 100.- $us. por barril, en el mercado internacional) pudo ser aprovechada para frenar la espiral descendente del derrumbe. A la causa primera de la crisis del Estado rentista, de país monoexportador de materias primas sin valor agregado, se sumó, ahora, la de un aparato administrativo incapaz y corrupto.
El sistema político pasó de la crisis del modelo de la alternancia bipartidista de 1958 (contra el que se alzaron militares, encabezados por Hugo Chávez, a principios de 1990), al monopartidismo. Consiguientemente, como efecto del control partidario de todas las instituciones estatales, las débiles mediaciones democráticas fueron fácilmente anuladas. Todo ello se concretizó en la persecución y el encarcelamiento de cualquier representación política democrática. A partir de entonces, simplemente ya no corresponde hablar del régimen chavista, pese a las periódicas teatralizaciones electorales, como uno de corte democrático.
Pero la asunción del totalitarismo delincuencial no sólo supuso la anulación de la vida y las instituciones democráticas; también supone el imprimir a la vida estatal y política una otra lógica, cuya fuente es la delincuencia. Así, junto a la antidemocracia, ahora forma parte la lógica delincuencial, en la administración de la cosa pública en Venezuela. Y al igual que en el pasado el petróleo lo era todo, impregnando con su aliento no únicamente a la economía y a la política, sino también las mentalidades, así también la delincuencia, como principio del gobierno venezolano, tiene un vasto alcance. Los fundamentos de la delincuencia (el atropello a todo derecho, el irrespeto a la vida, amén del engaño, la mentira y el predominio del más fuerte -escudado, claro, en el ejército y la policía) no tienen punto de aproximación en el manejo del poder, con gobierno democrático alguno.
En Venezuela, el gobierno comienza y termina en la lógica delincuencial. Ello es así, porque forma parte de la cadena del crimen organizado a nivel internacional, como el narcotráfico, el blanqueo de dinero y otros. El régimen no tiene proyecto político alguno, a diferencia de Rusia que, aún siendo una dictadura corrupta, al menos persigue su delirante sueño histórico de convertirse en “el” imperio. Por ello es absurdo pretender condicionar al régimen chavista, por medio de sanciones de bajo impacto y declaraciones diplomáticas condenatorias.
Anotemos, finalmente, que la presencia todopoderosa de la lógica delincuencial, se diferencia de la igualmente todopoderosa presencia, en el pasado, del petróleo. Esta última apelaba a la gratificación (en medio de una bonanza estéril, en términos de su aparato productivo nacional), mientras que la lógica delincuencial apela al terror y las privaciones. Esta diferencia genera también comportamientos distintos en la sociedad. Para una sociedad con bajos niveles de politización, el camino que debe recorrer para liberarse de la delincuencia gobernante requiere un doble sacrificio. Superar el reto, en definitiva, supone la acumulación de su propia experiencia de lucha democrática, en términos autodeterminativos; aunque, en segundo término, demanda hacerlo en medio de un ambiente policiaco, sin vuelta.
El autor es sociólogo y escritor