Con el eterno transcurrir de las estaciones, siempre “vendrá la primavera y habrá flores”, reza un verso de “Lo inacabable” de Alfonsina Storni.
Las redes se han llenado de fotos de flores, ruiseñores, picaflores, corazones, anunciando que llegó la primavera. No faltaron quienes expresaron felicitaciones por el día de la amistad y el amor, pues para generaciones antiguas el 21 de septiembre representa la fecha del amor, la amistad y los estudiantes.
Incluso, en medio de los incendios y el fuego arrasador de la exuberante vegetación en el país, damos la bienvenida a la primavera. Incluso en medio de una ciudad cada vez más seca, que se jacta del brillo del sol radiante en septiembre y en la que la tala de árboles crece para dar paso a moles de cemento, damos la bienvenida a la primavera. Porque la naturaleza es testaruda y pese a que estamos en un contexto en el que sembramos muerte en un lado la naturaleza, persistente todavía, nos muestra flores, brotes de vida, de árboles. Hace renacer a ruiseñores y picaflores. Rara la vida, terca la naturaleza.
Necesarios son los obsequios de pausa, de esperanza, de ilusión y confianza que trae septiembre y la estación de las flores, pues deleita la vista con una gama de colores que nos recuerda que, además del negro y el plomo, existe una multiplicación de colores en degradé que representan el colorido de la vida, a pesar de todo. Sin estas tonalidades la vida sería un eterno invierno, nos recuerdan.
En esta bella estación además presenciaremos la efeméride astronómica, el equinoccio de primavera, que consiste en que el sol incide directamente sobre el ecuador y la duración del día y de la noche es prácticamente igual en todos los lugares de la Tierra.
Y aquí, muy cerquita, el halo solar apareció en el cielo como indicio de recibimiento a la primavera. Se llama parhelio, que en latín significa junto al sol o compañero del sol. Y consiste en que se forma un círculo luminoso alrededor del sol, que anuncia lluvia. Con todo, en septiembre las diosas son bondadosas y nos regalan hálitos de aliento y optimismo que nos permiten seguir y hacer la vida más llevadera y agradable.
Pero la primavera no sólo es asociada a las flores, a manantiales y a aves trinando, sino que ese nombre, que guarda una belleza fonética y semántica, es dado metafóricamente a determinadas revoluciones y protestas, como “La Primavera de los pueblos”, así como es conocida la serie de revoluciones sociales que se dio en gran parte de Europa en 1848. Se originó en Francia, extendiéndose luego a otros países. Sus repercusiones tuvieron gran importancia tanto política como social. Años antes, había estallado una crisis agrícola como consecuencia de malas cosechas consecutivas. Los precios de los alimentos básicos subieron y afectaron a las clases populares. Los obreros se declararon en huelga, pues la industria también se vio afectada. Se demandó el sufragio universal. Las revueltas se extendieron por Austria, Prusia y otros Estados. Las revoluciones de 1848 tuvieron frutos en la aparición del movimiento obrero y la influencia en el liberalismo.
O la conocida “Primavera Árabe”, caracterizada por las protestas de 2010 y 2011 en el mundo árabe. Fueron alzamientos populares en los países principalmente del norte de África, que comenzaron con la revolución en Túnez, país donde se inmoló como protesta el joven Mohamed Bouazizi, vendedor ambulante de 26 años, a quien habían confiscado su puesto de frutas. Las revueltas llevadas a cabo no tenían precedentes. O la “Primavera de Chile”, como se denominó al histórico movimiento universitario de 2011.
En definitiva, las revoluciones y revueltas aluden a un despertar y a que la hibernación ha terminado.
Ya sea desde una vertiente revolucionaria o amorosa nos preguntamos: ¿en qué residirá el secreto cautivador de la primavera? ¿Dónde se hallará escondido éste? Federico García Lorca en su poema Idilio nos responde:
Tú querías que yo te dijera/ el secreto de la primavera.
Y yo soy para el secreto/lo mismo que es el abeto.
Árbol cuyos mil deditos/señalan mil caminitos.
Nunca te diré, amor mío,/por qué corre lento el río.
Pero pondré en mi voz estancada/el cielo ceniza de tu mirada.
¡Dame vueltas, morenita!/Ten cuidado con mis hojitas.
Dame más vueltas alrededor,/jugando a la noria del amor.
¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,/el secreto de la primavera.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga