GABRIELA CANEDO
¿Qué sucedió cuando Lucy murió? Nuestra antepasada más famosa, Lucy, es
el australopithecus afarensis, que vivió hace 3 millones de años en la región
de Afar en Etiopía. Murió tras haber caído de doce metros de altura,
probablemente de un árbol, señalan algunas investigaciones. Si bien la muerte
de Lucy no marca el momento en que la especie humana adquirió conciencia de la
finitud de nuestra existencia, podemos preguntarnos qué sucedió cuando ella
murió, ¿qué sintieron sus congéneres en ese momento?, ¿cómo la enterraron?,
¿qué ritual hicieron?
La fecha exacta del inicio de los ritos
funerarios no se ha determinado con precisión. Sin embargo, llama la atención
la existencia de vestigios a lo largo de la historia de la humanidad, en la que
la despedida a nuestros allegados ha tomado una forma simbólica interesante y
única que nos liga con la conciencia de la muerte. Es así que los ritos
funerarios son los más antiguos de los que se tiene vestigio.
Acabamos de despedir a nuestros difuntos que
vinieron de visita, como cada año, a estar con nosotros. Con el nombre de Todos
Santos, Día de Muertos o Halloween, en el norte, celebramos la muerte y lo
hacemos de distintas maneras, lo que constantemente nos lleva a preguntarnos
aún qué significa la muerte. La muerte es un hecho que siempre ha inquietado al
ser humano. De hecho, la filosofía se centra en responder -entre otras cosas-
por la condición de la naturaleza finita del ser humano. En este intento de responder
por la muerte, surge una serie de ritos funerarios que se centra en despedir de
la mejor manera a los seres allegados o a los “nuestros”, o de realizar cada
año rituales y fiestas en las que los recordamos y quizá hacemos notar que
ellos aún están presentes.
Los rituales mortuorios están extendidos en
todas las culturas, pues son parte del ciclo anual y vital de las personas. En
el contexto andino, se espera la llegada de los muertos con el armado de las
“mesas”, compuestas por una serie de objetos y elementos. De forma similar, en
México la fiesta del Día de Muertos se constituye en un gran acontecimiento
relacionado con la esperanza y alegría del retorno de los seres queridos, por
eso, se plasma con bastante colorido y, en el contexto occidental, estas fechas
están relacionadas con el miedo, el terror a la muerte, en el que predominan la
oscuridad y el frío invernal.
Como especie humana, el lenguaje expresado por
medio de la conducta simbólica y ritual se encuentra asentado en un desarrollo
cognitivo. Es así que los rituales funerarios están llenos de múltiples
símbolos en los que se encuentran elementos que están destinados a la
preservación del equilibrio individual y social de los miembros de una
colectividad. Las creencias o cosmovisiones sobre la manera en la que
aprehendemos el mundo se plasman en formas simbólicas y a través de ellas damos
sentido a las cosas, a los fenómenos y acontecimientos, por tanto, el Día de
Muertos es un acontecimiento central.
De hecho, la mayoría de las religiones y
culturas trata de enfrentar la zozobra que causa la conciencia de la muerte y
la finitud e intenta atenuar la idea “tenebrosa” de ella; o finalmente se
construyen narrativas, mitos destinados a salvarnos de ella, como la idea de la
existencia de un paraíso en el más allá o la idea de que nuestra existencia se
transforma y nos reencarnamos en otras especies. En este sentido, los ritos
funerarios guardan una característica de la capacidad de simbolizar, de
transmitir a través de los símbolos el significado que damos a la muerte.
Los rituales y fiestas en los que recordamos a los difuntos nos permiten
asumir la muerte como parte de la vida, a pesar del dolor que implica la
pérdida de un ser querido, o de la angustia que produce la conciencia de la
propia finitud. “La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los
hombres. Estos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan
puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro
de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de
lo azaroso” (J.L. Borges).
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga