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Opinión

EL DRAMA POLÍTICO VENEZOLANO

14 de Febrero, 2014
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GONZALO ROJAS ORTUSTE

Cuando un gobierno cualquiera, por las razones que sean, reprime hiere y mata a sus ciudadanos, no merece estar es ese sitial; puesto que tiene entre sus mandatos sustanciales garantizar o al menos propugnar la convivencia de sus miembros. Y el actual gobierno venezolano ha sido  y está siendo explícito que esa no es su prioridad.

Venezuela, ésta sí nación hermana, se desangra por el torpe y autócrata manejo de la crisis política heredada de los largos años de gobierno del Cnel. Hugo Chávez. Pero, luego de las primeras declaraciones del actual gobernante Nicolás Maduro durante su campaña para la exigua victoria electoral, ya se sabía que nada bueno iba a venir de tan tosco personaje en perspectiva del conjunto de la sociedad venezolana. No sólo que inevitablemente declinaría el liderazgo de los países del ALBA que H. Chávez había logrado impulsar a fuerza de carisma y los apoyos contantes y sonantes, resultado de la inmensa riqueza petrolera venezolana.

Ya se sabe que el carisma es intransferible, y aunque puede ayudar para ganar una elección-homenaje como ocurrió en el caso que abordamos, no da para consolidar un régimen ya desgastado. A los visibles problemas de abastecimiento, efecto del desincentivo a la industria propia se suma la respuesta represiva a la protesta social. El tono amenazante, las medidas punitivas y finalmente el uso de la fuerza pública en actitud de “escarmentar” esa protesta sólo deja a los sectores de oposición en la perspectiva de jugarse a formas de transición de tan lamentable manejo  que no tiene nada de democrático ni de respeto a las libertades civiles.

Es improbable la opción del golpe de estado, porque eso lo suelen manejar los militares, que en el caso venezolano, por lo menos en sus cúpulas, está coludido con el actual régimen. Pero aún el complaciente mandamás del la OEA está expresando su preocupación por la manera en que se  está manejando la crisis. Y aunque los medios y redes sociales informáticas están tratando de ser anuladas –como involuntaria confesión de empezar a ser rebasado por la opinión pública-, ya hay un creciente desapego hacia un régimen que algún momento concitó aplastante respaldo popular, precisamente por el fácil expediente del halago populista inmediato (bonos o “misiones”) pero de débil sostenibilidad.
 
Dicho de manera muy esquemática, cuando la economía del día a día se vuelve tan complicada en sus abastecimientos primarios y el gobierno, así sea el que uno ha respaldado en su momento, sólo atina a amenazar y a maltratar a sus ciudadanos en legítima protesta; lo que estamos viendo es un régimen que conspira contra sí. Las descalificaciones subidas de tono y las acciones consecuentes de quienes debieran solucionar los problemas y no agravarlos, sólo pueden tener el derrotero de su propio fin. No hay aquí alineamiento ideológico. Cuando un gobierno cualquiera, por las razones que sean, reprime hiere y mata a sus ciudadanos, no merece estar en ese sitial; puesto que tiene entre sus mandatos sustanciales garantizar o al menos propugnar la convivencia de sus miembros. Y el actual gobierno venezolano ha sido y está siendo explícito que esa no es su prioridad.

Ojalá los otros actores políticos sepan encontrar la fórmula para modificar ese curso de cosas sin costos humanos que, con nuestras dificultades, pensamos que en la región eran cosas del pasado y que, justamente por el doloroso recuerdo de ellas, no quisiéramos se repitan jamás. Venezuela, patria de nuestros libertadores sensible a los patriotas insurgentes locales, merece mejores días y toda voz de conciencia solidaria debe ser dicha y oída.

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