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Opinión

De la renuncia a la agonía

23 de Diciembre, 2019
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ERICK R. TORRICO VILLANUEVA

¿Cuál es la situación y el porvenir del llamado Movimiento al Socialismo (MAS), tras su caída, el desbande de su núcleo privilegiado y la fuga de sus 2 principales responsables?

Después de la sorpresiva dimisión del grupo que gobernó Bolivia desde el 22 de enero de 2006, cuya armazón se desmoronó estrepitosamente hace mes y medio, se han puesto en evidencia graves debilidades que esa organización había logrado esconder durante años.

En menos de 48 horas luego de conocido el informe preliminar de la auditoría electoral efectuada por la Organización de Estados Americanos que dictaminó el fraude perpetrado el pasado 20 de octubre, la aparente fortaleza del masismo se vino abajo y su dirigencia, sumida en la desesperación, sólo pudo activar la violencia bárbara que, sin embargo, resultó ineficaz como intento de salvación.

Los errores estratégicos que el MAS cometió en esos cruciales días de octubre y noviembre –negar la magnitud de la legítima protesta ciudadana nacional, confrontar y amenazar o abandonar atolondradamente los principales espacios de poder, por ejemplo– llevaron a sus caciques, en un santiamén, del reinado a la miseria. Parafraseándoles, se podría decir que el sol se les escondió y la luna se les escapó o que 90 x 3 les salió 180.

Beneficiario circunstancial del voto que en diciembre de 2005 buscó castigar a una élite política que se corrompió y ensimismó, el entonces electo gobierno masista consiguió construir con habilidad su propio emporio, habiéndole bastado los primeros 4 años para copar todos los aparatos de la autoridad estatal, así como para controlar gran parte de los ámbitos de dirección social, incluido el mediático. Con esa base, se consideró invencible y se propuso un proyecto de reproducción indefinida del poder que no dudó en someter todas las reglas a sus designios, empezando por la propia Constitución.

El MAS, sigla prestada de origen fascistoide, sirvió para articular y promover los intereses de grupos corporativos –léase cocaleros, cooperativistas mineros, transportistas, comerciantes, etc.– que nada más velaban por sus ingresos, al tiempo que fue recubierta de una machacona y cada vez menos creíble retórica de presunto corte antiimperialista e indigenista. Neutralizado el diseño histórico que pretendió emerger durante el proceso constituyente 2006-2007, marginados los pocos pensantes que habían confiado en él y reemplazados los iniciadores rurales e izquierdistas de la idea por oportunos “invitados” y parientes de sectores medios urbanos, lo que quedó fue un fantoche.

Carente de un cemento ideológico coherente y compartido, sin más referente que la imagen de un caudillo prefabricado para garantizar su unidad y entregado con creciente entusiasmo a las prácticas corruptas y la mentira organizada, el MAS terminó así erguido sobre un vacío soportado por cuantiosos recursos públicos.

Tal artefacto fue el que utilizaron con astucia los nuevos dueños de ese inorgánico agregado de agrupaciones para usufructuar todos los réditos posibles del poder, pero su endeblez fue puesta al desnudo por la reciente crisis política que, en fin de cuentas, fue provocada por la ambición sin límites de esos mismos digitadores.

El MAS, derrotado por la ciudadanía, comenzó a desintegrarse ante la vista de todos y nada le salió como habían planificado sus operadores, lo que probó sus vulnerabilidades congénitas y su profunda desconexión de la realidad.

Hoy, cuando ya no controla los órganos del Estado (hasta su todavía subsistente mayoría parlamentaria se muestra proclive a una democratización interna), cuando los sindicatos recobran su independencia, cuando ya no tiene sometidos a militares ni policías, cuando está imposibilitado de acceder a las finanzas oficiales, cuando perdió presencia territorial, cuando su jefe (de campaña) es la personificación viva del engaño y el terror, cuando se ve en la necesidad de casi implorar que el periodismo le preste atención y cuando sus “cabezas” huidas tratan de sobrevivir en el autoexilio, lo que se respira ya es el aire de su agonía.

El MAS casi ha regresado a donde se inició: una zona del trópico cochabambino. De todos modos, sí hay que sumar a ese reducto una sección de El Alto y quizá –dependiendo de quiénes sean sus candidatos– otra del altiplano paceño y orureño, como también un buen sector de los migrantes bolivianos en Argentina. Este retorno a su circunscrito pasado, como se comprenderá, no puede ofrecerle un “futuro seguro” en las elecciones de 2020, para las cuales no dispondrá de ninguna de las ventajas que le daba, hasta hace poco, su control total del aparato y los recursos estatales.

“Una regla, digamos, del realismo político más elemental recomienda que no se crea ni siquiera en la falsedad que uno mismo ha inventado”, afirmaba René Zavaleta Mercado, aunque sin duda esto es algo incomprensible para los sobrevivientes del masismo que se declaran víctimas de un imaginario golpe y mantienen la ilusión de volver por (los) millones.

Visto todo esto, así como la persistente falacia, agresividad y conspiración de sus ex candidatos renunciantes –actividad esta última que parece la única que mitiga su condición de desocupados repentinos–, es muy posible, salvo una poco probable reconversión que logre superar su estado agónico, que la venidera acta de defunción del MAS señale a su incapacidad democrática aguda como causa de tal deceso.

 Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político

Twitter: @etorricov

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