
La democracia es un concepto esencialmente político, aunque es verdad que con su evolución ha ido abarcando otras dimensiones de la realidad humana, pero no por ello pierde ese cogollo desde el que es concebible la convivencia con espacio para las diferencias, especialmente las políticas; esto es, referente ineludible a cómo y quiénes gobiernan a la sociedad en su conjunto. Incluso valores como la igualdad y la libertad son conciliables con el despliegue del pluralismo, como han demostrado por la negativa regímenes políticos que le apostaron a uno de estos “…dad” en detrimento del otro: sea capitalismo sin regulación, sea socialismo realmente existente.
Lo anterior es para aclararnos colectivamente las descalificaciones que recientemente escuchamos del Vicepresidente cuando antecedió el discurso “informe” de Su Excelencia, que verdaderamente es un orador difícil de seguir, por más que nos prometa más horas en futuros rituales que dudo llamar de oratoria. Por lo demás, ¿por qué les incomoda tanto las críticas de la oposición-en sus distintas variantes- sobre las amenazas reales sobre la democracia, si las cosas van tan bien? Es probable que no sean tan minúsculos esos miembros que le critican al régimen, no porque el Primer Mandatario sea ”indio”, aunque recientemente él mismo aclaró que es “dirigente campesino”. Recordemos que hasta los prudentísimos funcionarios de NN. UU. han manifestado su preocupación por el asedio judicial a miembros de la oposición, varios de ellos obligados a refugiarse ante la imposibilidad de responder a decenas de juicios alentados desde el oficialismo, con ese poder (“órgano”) largamente dependiente del poder político, que hasta la saliente Ministra de Justicia reconoce que con la elección popular –previamente seleccionados por la mayoría masista- no ha sido una medida atinada, a juzgar por sus resultados actuales.
A estas alturas ya no tiene credibilidad la victimación que en los lejanos mediados de la década pasada tenían alguna validez en la figura del “presidente indio”. Es que reconocer que la represión de Chaparina ha sido un error no queda en una declaración simplemente y a otra cosa. No, ha lastimado, quizás definitivamente, esa identidad cultural y social de la que quería hacerse el (¿único?) portaestandarte el gobierno y su titular. Y aunque el TIPNIS quede como territorio sobreprotegido (por el momento electoral) del régimen, éste no será más visto como un gobierno de indígenas, ni representantes de sectores populares. Dicho sea de paso, según las declaraciones de patrimonio de los ministros, recientemente conocidas, la mayoría son millonarios en la moneda nacional, ninguno puede competir en austeridad con el Presidente Mujica y desde luego están entre el 2 ó 3% de la pirámide económica de la sociedad boliviana, lo que es sí mismo no es pecado ni delito. Empero, pobrecitos no son, entonces ¿qué tanto discurso contra la oligarquía? Ya Tocqueville decía que tras los partidos políticos se ocultaban las ansias de sustituir a los existentes en funciones de gobierno para disfrutar de los privilegios de aquellos, las mieses del poder…
Nada de lo anterior niega que hayan logros sociales y económicos, aunque de corto plazo estos últimos, porque son efecto principalmente de los precios de nuestras materias primas, ciertamente mejor recaudadas por efecto de la renegociación de contratos con las petroleras en el lejano mayo del 2006. La expansión de la economía informal, básicamente informal, ha difundido la bonanza; y ésa es la fuente actual de la legitimidad del régimen. Quizás sea justo incluir en el crecimiento productivo el crecimiento de la producción de la hoja de coca, aunque las cifras oficiales sean difusas y contradictorias, como mostró el conflicto en Apolo, zona de producción tradicional y reducida en comparación a otras “de transición” según la vigente Ley 1008, largamente sobrepasada en sus 12 mil hectáreas legales.
De nuevo las críticas al régimen no son inventos de los neoliberales desplazados. La Conferencia de Obispos católicos en 2012 ha señalado esa como una de su preocupaciones centrales y es que la idea de separación y respeto a la independencia de poderes, de apego a la norma vigente no está en la coordenadas que guían el accionar político del propio presidente, ¿acaso no ha dicho y repetido que cuando sus abogados le recuerdan leyes que restringen ese accionar, él “le mete nomás” y después que arreglen ellos que para eso han estudiado? Triste rol de quienes debían ser los guardianes eminentes del Estado de derecho, entendido como avance civilizatorio, porque la política democrática implica límites incluso para los gobernantes, incluso para los populares, sin consideración de cuál sea la fuente de esa popularidad. También por eso mismo, por la vigencia por diseño de tales límites, hay restricción en los periodos posibles de ese ejercicio y no interpretaciones caprichosas de un texto constitucional clarísimo en su redacción y su espíritu (Disposición transitoria segunda, CPE 2009), además de acuerdos políticos no honrados.