“En este momento, en cada momento, alguien muere, alguien blasfema, una inocencia es atropellada, una persona se suicida… Y nosotros estamos pasivos, sobre las ruinas del mundo, preocupados por un botón” (Luis Espinal, “Cansados de ser cristianos”, en Oraciones a Quemarropa).
A sus 48 años fue cegada la vida de Luis Espinal. Ese sombrío 21 de marzo de 1980, como cada viernes, Luis Espinal fue al cine y al retorno a casa, cerca de ella, fue interceptado, secuestrado, torturado y finalmente asesinado por militares, a la cabeza de Arce Gómez en el gobierno de Lidia Gueiler. Como si fuera un presagio funesto del destino, la última película que vio fue Los Desalmados.
Desde su muerte, su entrañable compañero Jesuita Xavier Albó, con quien participó de la huelga de hambre para recuperar la democracia, le dedicó su columna periodística cada 21 de marzo o cerca a dicha fecha. En su libro Tejiendo Pistas Albó señala “cada persona que escribe sobre él lo hace desde o haciendo énfasis en la faceta que más conoce de él, ya sea como periodista, cineasta, sacerdote, director del diario Aquí, entre otros. Entremos por una faceta o por otra, enseguida emergen todas las demás y todas juntas se aclaran y no encontramos en Lucho contradicción, ni incoherencias entre lo que escribía y decía y lo que asumió y vivió hasta su muerte”. En tiempos de dictadura, añade Albó en los que no se podían decir las cosas por su nombre, fue virtuoso en el arte de plasmar la buena nueva -humana, social y divina- en la prensa, las clases, sus críticas de cine, sus tertulias. Estos eran su “púlpito” para denunciar a los poderosos, oír y aconsejar, proclamar la buena nueva de la liberación y la nueva sociedad de hermanos a cualquiera, fuera cual fuera su creencia.
Desde la prensa, a través de la palabra escrita, la crítica de cine, el activismo, y aquel épico episodio en el que acompañó en la huelga de hambre a las mujeres mineras por recuperar la democracia, Espinal encarna la valentía de la generación que en los setenta y ochenta luchaba por un ideal, una utopía, traducida en la posibilidad de la construcción de una sociedad más justa y democrática. Supo sintetizar lucha, revolución y fe. Inspirado en la faceta de Jesús como revolucionario, enfrentándose al poder, en Espinal hallamos el referente ideal del cristiano comprometido.
En el texto Oraciones a quemarropa, escritas a sus 33 años nos dice, “La vida es para eso, para gastarla… por los demás”. El jesuita Víctor Codina a propósito del mismo señala que orar es fácil, es simplemente abrirse al Señor, expresarle los deseos, temores y alegrías. Pero orar también es peligroso pues es llegar a la más desnuda sinceridad de la existencia, es escuchar las exigencias más duras del evangelio, es comprometerse con aquello que se ora. Orar es arriesgado y esta oración le llevará un día a Lucho Espinal a no callar ante la injusticia, a gastar la vida por los derechos humanos y por la verdad. Y esto le costará caro…” (Víctor Codina, Presentación, Oruro 4, 1986 en Oraciones a quemarropa).
Antes de ser asesinado, en su último editorial, que lo tituló “Alerta con la tentación Neonazi”, señaló una serie de características totalitarias que seducen a los gobernantes y gobiernos. Dice Espinal: “En nuestro ambiente político se advierten actitudes de estilo neonazi, es decir totalitario. Lo malo es que detrás de un ‘estilo de acción’ fácilmente se desliza también una ‘ideología’; y por lo tanto quien actúa con sistemas totalitarios apoya también las ideas y los valores antidemocráticos (aunque sea sin querer). ¿En qué se nota el estilo de acción neonazi? ¿Cuáles son algunas de sus características?, los que creen que ellos tienen toda la verdad política, y solamente ellos la tienen, están en un esquema neonazi. Los que usan las palabras sonoras como sustitutivo de las ideas, o a falta de las ideas iluminadas, se utilizan solamente los mandatos tajantes y los slogans, se acercan al totalitarismo. Porque convertir la política en simple publicidad comercial y patrocinar la histeria colectiva, esta es una técnica neonazi. Los que creen en la lógica de la pistola, y patrocinan el terrorismo, lógicamente son neonazis. También lo son los que piensan en destruir, antes de saber qué se va a construir luego, como alternativa. Los que siguen creyendo en el culto a los jefes y el prestigio de las personalidades políticas, están afectados por la tentación neonazi. (…) No se puede tener tampoco una doble medida de la democracia y los derechos humanos: una para cuando se gobierna y otra para cuando se está en el llano; porque esta actitud llevaría a un típico error neonazi (…)". (extracto de ¡Lucho vive!, Alfonso Pedrajas sj. 1999).
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga