En esta ocasión queremos (re)pensar la guerra en Europa, para tratar de comprender su evolución, como fenómeno en sí. Recordemos que en alguna oportunidad habíamos cuestionado la hipótesis de la “guerra híbrida”, como proyección del tipo de guerras que el mundo viviría en el futuro -no lejano. A esa hipótesis contrapusimos la nuestra, que hacía más énfasis en el componente tecnológico, como característica del tipo de guerras del futuro.
El desarrollo de los hechos, empero, ha invalidado ambas hipótesis preliminares. Hay que decir que la primera de ellas tenía como referencia al conflicto ruso – ucraniano, mientras que la nuestra se enfocaba en la guerra del medio oriente, entre Israel y Hamas. Sin embargo, la escalada del conflicto en Europa torna a esta guerra en un evento paradigmático en la materia, invitando a pensarla en términos de teorías de la guerra; es decir, convocando a intentar una nueva tipificación de las guerras, con miras al futuro.
La disputa por el dominio geopolítico, exacerbada por Putin a través de la confrontación bélica, constituye la razón primera y última en la escalada militar que hoy vive el mundo. Aunque ambos elementos (la escalada y la guerra de Putin) se encuentran íntimamente ligados, tienen, cada uno, su propio campo de análisis. Adicionalmente, apuntemos que en esos campos, los objetivos geopolíticos se encuentran tensionados.
En primer término, la escalada de la guerra se manifiesta en el rearme general en Europa, adelantando, en lo fundamental, la confrontación entre las capacidades de las estructuras industriales, europea y rusa. Se entiende que en este rearme general y su sostenimiento en el tiempo, la tecnología de la industria civil servirá para su aplicación militar, robusteciendo la capacidad de producción de armamento, de cada contendiente.
A esta inicial derivación de la escalada suman, los Estados involucrados, el espionaje masivo, como parte de las actividades de contrainteligencia. Labores de espionaje que han sido más publicidades por Rusia, como parte del juego político. Se aspira en hacer realidad la posibilidad de procurar, de esa manera, debilidad y desconfianza en el bloque de la Organización del Tratado del Norte (OTAN). Esa aspiración se ha mostrado, pero, como inviable.
Desde ya, el ardid ruso no ha detenido el proceso de fortalecimiento de la OTAN, impulsado en forma notoria desde la misma invasión rusa a Ucrania. El desarrollo de este proceso queda muy bien ejemplificado con la incorporación de Finlandia y Suecia al bloque. Tampoco ha impactado como para que la fortalecida OTAN suspenda los ejercicios militares, con el masivo despliegue de tropas y armamento hasta las puertas de Rusia, en el este de Europa.
En el lado del Kremlin, la guerra, a partir de la invasión a Ucrania se ha ido moviendo en base al encadenamiento de objetivos -llamémoslos- parciales, aunque articulados en función de las definiciones históricas establecidas. Entre ellas, la de dotar al espíritu imperial ruso del correspondiente rol preponderante en el mundo.
Tal es así que en el marco del escalonamiento del conflicto no puede ya descontarse, en tanto objetivo a corto plazo de Putin, el forzar un tratado de paz con Ucrania, reconociéndosele a Moscú el derecho sobre los territorios ucranianos ocupados por la invasión. Pero esta posibilidad presupone que el ejército invasor cuente con una posición ventajosa, de fuerza, que no es el caso. Aunque, efectivamente, la ofensiva ucraniana, iniciada en los últimos meses del pasado año ha sido frenada, tampoco se observa una contraofensiva rusa exitosa.
Por otro lado, el hipotético logro de forzar un tratado de paz con Ucrania supondría una victoria política para la dictadura de Putin, frente a la OTAN. Con ello, claro, se vería hacia el futuro inmediato facilitada el uso político del despliegue de la amenaza militar, a fin de someter, paulatinamente, a Europa, a las decisiones rusas. Sin embargo, al igual que el objetivo deseado a corto plazo, también éste se muestra inviable, a la luz de los preparativos militares a gran escala, de la OTAN. Incluso la amenaza del uso de armas nucleares, por parte del Kremlin, no ha logrado allanar el camino, para los planes del dictador ruso.
La escalada de la guerra sigue, pues, su curso. En este orden no puede descartarse, en perspectiva, un alineamiento explícito en torno a Moscú, de toda la fauna de Estados antidemocráticos y delincuenciales. Esta suerte de órbita política tiene sus condiciones de posibilidad en la presencia de Estados tales como el de Corea del Norte, Irán e incluso en Estados de quinta importancia mundial, como algunos de América Latina (Cuba, Venezuela o Nicaragua), sin en ello desconocer el apoyo al dictador ruso de casi del todo insignificantes -mundialmente hablando- gobiernos como el de Luis Arce, de Bolivia. Con todo, resultaría verdaderamente curiosa la posibilidad de la conformación de un eje de este tipo de Estados, porque algo así se dado hace casi ya un siglo, en ocasión de la segunda guerra mundial.
En resumen; una primera conclusión evidente es que el mundo se está (re)armando hasta los dientes. Queda también en claro, en segundo término que, desde la invasión del ejército ruso a Ucrania, en las normales disputas políticos entre los Estados, la fuerza del derecho internacional, así como la importancia del comercio mundial, han cedido su lugar de privilegio a la contundencia de la arremetida militar. Por último, también se pone en evidencia la inutilidad de los organismos internacionales, llamados a garantizar la convivencia pacífica entre los Estados.
Ahora, ¿en qué queda, en todo esto, la nueva tipificación de la guerra? Con el desarrollo en curso de las acciones preparatorias para la gran guerra, puede adelantarse que ésta tendrá características combinadas, entre las guerras del siglo pasado y las del futuro. Del primer caso recuperaríamos, para esta ocasión, los desplazamientos masivos de los ejércitos, mientras que del segundo pensaríamos en la importancia, preponderante, de las nuevas tecnologías. Así, la gran guerra que asoma adelanta combinar ambas características; con lo que el grado de destrucción que podría alcanzarse involucra, efectivamente, a todo el mundo.
El autor es sociólogo y escritor