“El talión guarda alguna afinidad con el hábito arcaico de la venganza, pero se apoya en la comprensión de que la gente no es tan peligrosa en el crimen como en la furia desmedida, colmada por la sed de venganza” dice el filósofo Mijail Malishev.
La ley del talión significa, “pena que consiste en hacer sufrir al delincuente un daño igual al que causó” o “castigo de la ofensa mediante una pena del mismo tipo”. Nace con el verdadero fin de limitar los excesos de la venganza. Rigió en los antiguos pueblos orientales, entre algunas tribus de los pueblos bárbaros y en los comienzos del derecho romano. La expresión más conocida de esta ley es “ojo por ojo y diente por diente” que aparece ya en la ley de Moisés. La misma, dista bastante del propósito de venganza y revanchismo, tal como hoy se la aplica. El propósito inicial consistía en poner límites a la reacción ante un agravio o un delito. A la pérdida de un ojo del agredido, le corresponde al agresor la pérdida de un ojo también, no así de la vida. De esta manera se trata de establecer una proporcionalidad entre daño recibido en un crimen y daño producido en el castigo.
Con el pasar del tiempo y el desarrollo de la vida en sociedad, el Estado se constituyó en el garante del equilibrio entre el crimen y el castigo, y como tal es el árbitro supremo en la resolución de los conflictos entre diferentes grupos. Claro que, en torno a la ley del talión surge la disyuntiva de si “la lengua perforada es equivalente a la ofensa infligida por la calumnia, o si el ojo destruido en una pelea es el equivalente al ojo sacado por la condena de un juez. Es decir, si la ley del talión representa o no, en su totalidad la idea de justicia, según señala Malishev.
Desde la crisis desatada en 2019, la política boliviana se encuentra sumida en una sed de venganza entre bandos políticos, de manera escandalosa y entristecida. El “ojo por ojo y diente por diente” en su versión revanchista y desmedida es la consigna que prima.
La sed de venganza solo lleva a la violencia, a vulnerar los derechos y a cometer actos de injusticia. Los actos de revanchismo aluden a la emotividad, porque por detrás se sustenta un discurso, una narrativa criminal, falsa y flagrante.
Estamos sumidos en una ola de violencia y venganza de la que no se avizora el final. Las consecuencias de la crisis de 2019 no se irán pronto. El partido de gobierno recurre a la represión, a acallar a la disidencia, a perseguir a quienes sobresalieron en las movilizaciones de hace dos años, porque esta persecución sostiene y legitima la narrativa creada y que pretende imponer.
El “ojo por ojo y diente por diente”, solo demuestra el desquite del Gobierno actual por lo que hizo el Gobierno transitorio en los 11 meses en los que estuvo en el poder y que en su momento actuó de la misma manera, con un afán de venganza y represalia hacia los militantes y funcionarios del MAS.
En las últimas semanas, abusando de una justicia manipulada, fraccionaron en dos el proceso contra la expresidenta Jeanine Áñez, con el solo propósito de mantenerla en la cárcel preventivamente otro semestre más. Si tiene que ser juzgada tiene que serlo con un debido y transparente proceso. Asimismo, tres miembros de la Resistencia Cochala fueron detenidos. Uno tuvo que internarse en una clínica, por los indicios de golpiza y tortura que sufrió. A esto se suman las intimidaciones del viceministro Cox quien amenazó con enjuiciar a todos los que sostengan que no hubo golpe. Y, para colmo, Lanchipa cerró el caso fraude electoral, con base en un informe dudoso de un profesor y dos estudiantes de la Universidad de Salamanca.
Lo doloroso de este panorama es que la pulseta política también se traslada a las calles. De esta manera, lanzar una crítica u ondear la bandera tricolor da pie a ser agredido y violentado por el otro. Estamos en un contexto de resentimiento al que se debe poner un alto, porque los que emiten el discurso de división lo hacen por mantener el privilegio de unos pocos, mientras la mayoría de uno y otro lado sigue sumida en la pobreza, la incertidumbre y el abandono. Es decir, los bolivianos además de divididos, nos hallamos enfrentados.
El “ojo por ojo, y diente por diente” de la ley del talión que pretendía regir la relación social, para contener la violencia, mal entendido y llevado al extremo solo acarrea violencia y afecta la relación humana cotidiana, tal como la estamos viviendo hoy en día.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga