El 6 de agosto de 1968, a la edad de 36 años, Luis Espinal Camps arribó a Bolivia, para quedarse, nacionalizarse boliviano trabajando como misionero jesuita convirtiéndose en un hijo del pueblo que lo cobijó. Encontró la muerte brutal el 21 de marzo de 1980 a manos de los militares durante el gobierno de Lidia Gueiler.
En sus Oraciones a quemarropa se lee:“La vida es para eso, para gastarla… por los demás”, una de sus célebres frases que refleja el pensamiento de un sacerdote revolucionario y demócrata que entregó su vida “arriesgándola” y “gastándola” verdaderamente por los demás. Pese a que en uno de sus poemas Luis Espinal señala que “no necesitamos mártires”, él mismo se convirtió en uno de ellos, jugándose el pellejo en tiempos de dictadura militar. Le tocó dar la vida, “con la sencillez de quien cumple una tarea más, y sin gestos melodramáticos”.
Desde las trincheras de la prensa –pues jugó un papel esencial en el semanario Aquí en el que le tocaba hacer de director, columnista, corrector de prueba, de secretario y muchas veces también de mensajero– desde la crítica de cine, o adoptando medidas radicales como la huelga de hambre junto a las mujeres mineras para recuperar la democracia, Luis Espinal refleja la valentía de la generación que en los 70 y 80 luchaba por un ideal, una utopía, traducida en la posibilidad de la construcción de una sociedad más justa y democrática. Defensor de los derechos humanos, partidario de la libertad de expresión, en contextos difíciles y complicados, el sacerdote jesuita supo enlazar la fe con las demandas populares, otorgándole un nuevo cariz a la Iglesia, desde su posición de cristiano comprometido.
En su último editorial, antes de ser asesinado, que tituló Alerta con la tentación neonazi, señala una serie de características totalitarias que seducen a los gobernantes y gobiernos. Tanto entonces como en los últimos años Bolivia ha sido presa de esa tentación.
Dice Espinal: “En nuestro ambiente político se advierten actitudes de estilo neonazi, es decir totalitario. Lo malo es que detrás de un ‘estilo de acción’ fácilmente se desliza también una ‘ideología’; y por lo tanto quien actúa con sistemas totalitarios apoya también las ideas y los valores antidemocráticos (aunque sea sin querer). ¿En qué se nota el estilo de acción neonazi? ¿Cuáles son algunas de sus características? Los que creen que ellos tienen toda la verdad política, y solamente ellos la tienen, están en un esquema neonazi.
Los que usan las palabras sonoras como sustitutivo de las ideas, o a falta de las ideas iluminadas se utilizan solamente los mandatos tajantes y los eslogans, se acercan al totalitarismo. Porque convertir la política en simple publicidad comercial y patrocinar la histeria colectiva, esta es una técnica neonazi. Los que creen en la lógica de la pistola, y patrocinan el terrorismo, lógicamente son neonazis. También lo son los que piensan en destruir, antes de saber qué se va a construir luego, como alternativa. Los que siguen creyendo en el culto a los jefes y el prestigio de las personalidades políticas, están afectados por la tentación neonazi. (…). No se puede tener tampoco una doble medida de la democracia y los derechos humanos: una para cuando se gobierna y otra para cuando se está en el llano; porque esta actitud llevaría a un típico error neonazi: creer más en el orden que en la justicia; o, en otras palabras, pensar que puede haber un orden social que no se base en la justicia social. En fin, el resumen de esta tentación totalitaria en la política estaría en valorar más el resultado que al hombre (…)”. (extracto de ¡Lucho vive!, de Alfonso Pedrajas sj. 1999).
De manera evidente, respiramos un aire de ajuste de cuentas, de radicalización progresiva, manifiesta en: persigue, detiene, encarcela, escarmienta, utilizando mamarrachos judiciales, al mejor talante de los dictadores del continente. Este ha sido el común denominador, en los últimos años, ejercido por los bandos políticos. La radicalización y accionar autoritario y “neonazi” de un polo sobre el otro, de manera preocupante ha hecho que emerjan posturas recalcitrantes, racistas, fascistas, que se encontraban latentes en el tejido social. La legalidad es la excusa para el exterminio del otro, la política entendida como amigo/enemigo se direcciona a la eliminación del rival.
La aplicación sin disimulo de acciones antidemocráticas incubará más odio, en el llano de la sociedad. No nos estamos dando cuenta que no gana ninguno de los polos, sino al unísono, todos nos dirigimos al despeñadero. Ya no nos merecemos más hechos luctuosos. No queremos más mártires, “Nadie tiene derecho a matar. La muerte es demasiado irreversible para jugar con ella; la muerte no puede ser un recurso político; a la muerte no se la puede tratar con superficialidad. Basta ya de cultivar la muerte y de hacer morir por nada” (L. E.).
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga