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Opinión

Yo sí te creo

8 de Marzo, 2021
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ESTEFANI TAPIA

150 denuncias se han presentado en una semana contra un acosador sexual que, dopando y ejerciendo el poder de sus privilegios, violaba a jóvenes y adolescentes. Una valiente denuncia por redes sociales destapó nuevamente aquello que solo sale tras noticias mediáticas para luego desvanecerse en la banalidad coyuntural de la parafernalia política del país: la crueldad de la violencia hacia las mujeres.

La justicia se ha pronunciado rápidamente solo por ser un caso mediático que ha llegado a las redes de las altas esferas que se manejan dentro de las mismas burbujas de privilegio. Pero  ¿dónde están las autoridades y la justicia pronta para el resto? Para aquella madre soltera víctima de violación que vive en las periferias; para esa niña embarazada y obligada a parir en una comunidad del campo; para esas víctimas de feminicidio cuyos feminicidas en el mejor de los casos obtienen penas de 5 años; para esas manadas violadoras que hacen burla de sus víctimas en tik tok a plena vista del sistema patriarcal y corrupto que los mantiene impunes.

¿Por qué las víctimas de violencia callan por mucho tiempo o denuncian desde el anonimato? Porque no quieren enfrentarse a la revictimización de un sistema que no solo es altamente ineficiente, excesivamente burocrático, machista y caro, sino que encima te culpa, te obliga a contar (y por tanto revivir) mil veces más la violencia sufrida. Pero además por una sociedad que te juzga por haber tomado tanto, por salir de fiesta con hombres, por salir “sola” (aunque estés acompañada de tus amigas), o por no haber contado antes y no haber denunciado a tiempo; una sociedad que te acusa de querer llamar la atención y buscar fama o de simplemente estar “despechada”. Denunciar en estas circunstancias puede resultar más injusto.

Ante esto la solución no está en dejar de salir a fiestas como tampoco pasa por un sistema judicial que solo imparte “justicia” coyunturalmente a lo que se hace mediático. Las soluciones y respuestas deben ser tan estructurales como lo son las raíces de los problemas. Desde una educación sexual integral que contemple una comprensión de lo que es el consentimiento en las relaciones, pasando por una trasformación del sistema judicial corrupto y machista, por medios de comunicación éticos que dejen de lucrar de forma amarillista y revictimizante con el sufrimiento de las víctimas, hasta la trasformación de un sistema profundamente patriarcal en todas sus esferas. La solución no es condenar la violencia hoy y encarcelar por unos años a un violador, cuando el sistema sigue plagado de impunidad para el resto.

Por otro lado, si algo llamó la atención de este caso fue el silencio masculino, un silencio que a veces ha sido cómplice de estas violaciones. La solución también pasa por un nivel personal. No basta con condenar la violencia contra la mujer en redes sociales dentro de lo políticamente correcto, o peor aún, condenar a pedófilos y acosadores solo por conveniencia política partidaria, cuando se mantiene el pacto patriarcal. Romper ese pacto implica un sentido de coherencia y autocritica que comprenda que la base de la violencia contra la mujer está también en los grupos de whatsapp donde se pasan fotos de mujeres desnudas, en la pornografía que tiene por detrás la trata y tráfico y explotación de mujeres, en reír de chistes misóginos, en presionar a una mujer que no quiere tener relaciones sexuales, o finalmente en ver a tu amigo dopándola o aprovechándose de ella cuando ha tomado demás y optar por mirar al costado.

Pero no todo es malo, si algo demuestra lo sucedido a estudiantes de la Universidad Católica es que el poder más grande contra el patriarcado es el amor sororal. Aquel que se ha expresado en las redes sociales no solo denunciando a los violadores y acosadores, sino conteniendo y apoyando a las víctimas en su fuerza y valentía, y brindando el soporte material y técnico para formalizar las denuncias. Un amor sororal que conoce lo que es sentirse vulnerable, que entiende que le podía haber pasado a una misma y que no le importa las circunstancias pues no existen circunstancias válidas para la violación de nuestros cuerpos. Ninguna mujer a la que le haya sucedido eso es la culpable ni debe sentir vergüenza, pues esa vergüenza no es de ella, no es nuestra; es suya, de aquel violador y acosador, y del estado violador que lo mantiene impune.

Estefani Tapia es licenciada en Negocios internacionales, con estudios en Ciencias políticas y Sociología

Twitter: @EstefaniTapia95

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