“En un mundo caótico, adquirir libros es un acto de equilibrio al filo del abismo”, escribe Irene Vallejo rescatando esta conclusión de Walter Benjamín del ensayo Desembalo mi biblioteca. Pues sí, ciertamente, los libros ayudan a hacer más llevadera la existencia.
La Unesco instituyó el 23 de abril como el día del libro, del invento perfecto, esa fecha fue elegida en homenaje a Miguel de Cervantes y William Shakespeare, quienes fallecieron ese día de 1516.
Una bella oda y declaración de amor al libro, a la lectura y a la literatura se halla en la obra El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Este ensayo nos zambulle en las letras clásicas del mundo antiguo, haciendo comparaciones con el presente y recayendo en el origen del libro.
Nos transporta en el tiempo cinco milenios atrás, cuando en Egipto se descubrió que las letras podían quedar inscritas en un junco al que llamaron papiro.
La humanidad tozudamente pasó siglos escribiendo ya sea sobre piedra, madera o metal, hasta que la escritura pudo ser fijada en un objeto flexible, ligero y transportable, el papiro que luego se convirtió en libro. Un avance revolucionario, sin duda.
En los libros se encuentran depositados la historia de la humanidad, el conocimiento, las fantasías, la imaginación y creatividad. Qué sería de nosotros sin la literatura.
El libro llega a ser como el más viejo de la comunidad. Guarda el pasado, la memoria y siempre con miras a un porvenir. Nuestra especie es la única que fantasea, imagina, simboliza y representa.
Y cuando puede expresarse por medio de la palabra escrita, quedan fijados y perdurables, los mitos, cuentos, leyendas, ficciones, novelas y cuanta sabiduría y creación quepa en las páginas.
Irene Vallejo refiere que “la invención de los libros ha sido tal vez el mayor triunfo en nuestra tenaz lucha contra la destrucción”, a través de ellos no hemos quedado en el olvido y las mejores ideas se han preservado.
Como humanidad hemos ensayado libros de todo tipo: de humo, de tierras, de hoja, de seda, de piel, de árboles y hoy en día de luz (las computadoras, las tabletas y los lectores de libros electrónicos).
Ese invento perfecto, permite el conocimiento y con él la posibilidad de cuestionar. Por tal motivo a lo largo de la historia de la humanidad, grandes bibliotecas han ardido en conflictos y como blanco de la intolerancia.
Las hogueras han consumido libros prohibidos, códices vetados. Desde la quema de la biblioteca de Alejandría que pretendía cobijar “el mundo” a través del conocimiento que se encontraba en ejemplares rescatados de todo el planeta, pasando por la destrucción de grandes bibliotecas prehispánicas de códices mayas y aztecas, quema de libros en la Alemania nazi en la que ardieron autores como Sigmund Freud, Karl Marx, Heinrich Heine hasta la quema del acervo que se encontraba en la Academia de Ciencia en Egipto en 2011.
Ojalá el 23 de abril, regalásemos libros, como aquella ocasión en la que, como narra Vallejo, “Marco Antonio se creía a punto de gobernar el mundo, y quiso deslumbrar a Cleopatra con un gran regalo.
Sabía que el oro, las joyas o banquetes no conseguirían encender una luz de asombro en los ojos de su amante (…) por eso eligió un regalo que Cleopatra no podría desdeñar, puso a sus pies doscientos mil volúmenes para la Gran Biblioteca”.
Feliz día, felices libros.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga