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Opinión

Un gobierno con su planeta

26 de Diciembre, 2018
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ERICK R. TORRICO VILLANUEVA
No es la primera vez que Bolivia tiene un gobierno desconectado de la realidad, pero el actual es ya un caso extremo de psicosis.
  
Probablemente la última vez que dio una muestra de cordura fue cuando el 31 de diciembre de 2010, tras una semana de protestas populares, se vio forzado a retirar la subida de más del 80% en el precio de los carburantes que su vicepresidente había decretado el día 26 mientras el gobernante se encontraba en una sus innumerables salidas al exterior. De todos modos, en aquella ocasión, los demás precios, que subieron automáticamente, nunca volvieron a sus niveles anteriores.
  
Lo que vino después sólo fueron medias verdades, promesas incumplidas o retórica que hasta raya en el absurdo.
  
Que nadie planificó ni ordenó la violenta represión de los defensores del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, que ahora el capitalismo es “andino-amazónico” (como el solsticio de invierno…), que el neoliberalismo murió, que la justicia fue transformada, que Evo Morales es “como Cristo resucitado”, que hay “analfabetismo cero”, que los funcionarios hablan un idioma nativo, que Bolivia recuperaría el mar, que no  buscarían la requete-re-eelección, que los desfalcos en el Fondo Indígena y el Banco Unión fueron minucias, que respetarían la voluntad del pueblo o que la Constitución sigue vigente aunque no se la aplique, son algunas muestras de esta peligrosa patología que ha tomado a su cargo la administración estatal.
  
Esta dinámica en que lo dicho por el gobierno no coincide con lo real ha desbordado ya los límites de la demagogia y se ha instalado, como práctica rutinaria, en un nivel distinto: el del agudo desvío de la personalidad que parece estar afectando al grupo en el poder.
  
En un país como éste, podría ser comprensible que “ir a trabajar” en helicóptero, desplazarse por la ciudad en millonarios vehículos blindados, rodearse de guardaespaldas y privilegios,  viajar por el mundo en avión propio, tener todo pagado, escuchar sólo lisonjas o mirar a la gente desde el piso 26 de un palacete “inteligente” haya supuesto un “proceso de cambio” en la perspectiva social que Morales daba la impresión de tener a finales de 2005, cuando todavía le costaba creer que asumiría la presidencia. Pero lo que no es entendible es que no haya al menos alguien, en su entorno de interés, que dé señales de lucidez ante los acontecimientos.
  
Los de su grupo presentan síntomas de una preocupante enajenación: confunden la involución con “revolución”, creen que son de izquierda porque califican a los demás como “la derecha”, niegan la soberanía popular y el pluralismo pero afirman que hacen una “democracia ejemplar”, traducen “no” como “sí”, odian al capitalismo y al imperialismo mientras hacen negocios con transnacionales y grandes empresarios, dicen defender a la Madre Tierra cuando la sobreexplotan, sostienen que la deuda externa “beneficia al país”,  se declaran “humildes” y “cultores de la verdad” aunque sufren de megalomanía, ensoberbecimiento y delirio de inmortalidad.
  
La situación es sumamente grave. El oficialismo habita fuera de la atmósfera terrestre; tal vez por eso se apresuró en crear una “Agencia Espacial”.

La cuestionada “clase política tradicional”, desintegrada en el lapso 2000-2003, padeció un mal semejante, sólo que menos agudo.

Los poderosos de la actual coyuntura flotan y ya no pueden poner los pies en tierra. Su desconocimiento de los resultados del referendo constitucional del 21 de febrero de 2016 y su consiguiente violación de la Carta Fundamental les han llevado a desprenderse por completo del mundo real.

Tal vez Morales soñó en 2006 con establecer un gobierno “de” otro planeta. A casi 13 años de esa ilusión, lo que tiene es un gobierno “en” otro planeta.

Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político.

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