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Opinión

Trump y el retroceso de los Estados Unidos

11 de Marzo, 2025
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Casi dos meses de gobierno han bastado a Donald Trump para que selle la suerte de los Estados Unidos (EEUU) en el escenario mundial. Lo curioso es que este hecho sea visto, en la actual tumultosa coyuntura del proceso de reordenamiento global, como una “ofensiva del imperio”. En lo interno, el retroceso se apoyó en el desmantelamiento del “Estado profundo” norteamericano, así como en la sustitución de la clase política por empresarios, representados en Trump y Elon Musk. Recordemos que una de las características del Estado moderno (i. e., en el capitalismo clásico) es la independencia relativa del Estado; hecho posibilitado por la presencia de una clase política y una burocracia impersonal, como lo expusiera Max Weber. Es difícil hablar hoy en día de ello, en el país del norte. 

Con el retroceso estadounidense en el escenario mundial, el peso del impacto global que ejercía este país ha sido despojado de uno de sus últimos vestigios. Los supuestos que conlleva la hipótesis del retroceso, abarcan tanto al plano internacional como al nacional. Aunque ambos forman una unidad, conviene separarlos para considerar el significado de tal fenómeno. A pesar que la fase inicial del retroceso no termina de concluir, pueden vislumbrarse algunas tendencias de proyección estratégica.

Dijimos que el retroceso tiene una de sus importantes muestras en el desmantelamiento del Estado profundo; hecho que acelera la configuración multipolar del nuevo orden mundial. La importancia de este desmantelamiento es tal que ha debilitado significativamente la presencia política diplomática internacional de los EEUU. 

En efecto, el retiro de este país, del sistema de Naciones Unidad (la OMS, UNICEF, Derechos Humanos, junto al desconocimiento tácito a la CIJ), además de la ruptura, en los hechos, con la Organización del Tratado del Norte (OTAN), expresa un claro alineamiento anti-globalizador de los nuevos inquilinos de la Casa Blanca. Por de pronto, lo única que esta medida ha causado es el ahondamiento de la crisis de los raquíticos sistemas de gobernanza global. No fue, ciertamente, un tiro de gracia para esas instituciones, porque otros actores estatales, particularmente algunos países europeos y China, han ocupado los espacios cedidos por EEUU. Esta es la primera consecuencia del voluntario abandono norteamericano, del posicionamiento alcanzado después de la Segundo Guerra Mundial. El retiro de los sistemas de Naciones Unidas no ha causado, pues, su derrumbe. 

Más allá de ello, puede hablarse de la complementación, en lo interno, de tal retiro con la adopción de una medida de gran importancia. Nos referimos, claro, al desmantelamiento del Estado profundo; medida interna que tendrá repercusiones precisamente en el posicionamiento político internacional norteamericano. El cierre de la agencia de ayuda internacional (USAID) marca el comienzo de un recorrido inverso al posicionamiento internacional alcanzado. Ello, porque entre los atributos del Estado profundo se encontraba el despliegue del soft power, como mecanismo del dominio imperial. 

Bajo el cobijo de la ayuda y la asistencia norteamericana se deslizaban numerosos y sutiles lazos de sujeción, hacia naciones empobrecidas y Estados débiles. Por medio de ese mecanismo se condicionaban políticas internas y externas de los países a los que se “ayudaba”; gracias a ello, el país del norte tenía un importante rol en la vida de tales países. A tal punto fue la importancia de ese mecanismo, que se condicionaban políticas públicas e incluso se regulaban el desarrollo de las contradicciones internas de los países sometidos a la sujeción, a fin de convertir los conflictos que tales contradicciones generaban, en conflictos asimilables al sistema, por medio de reformas parciales y controladas. 

No contento con la “proeza” lograda, el gobierno de Trump se enfrascó de inmediato en sendas guerras comerciales con China, Canadá, México, etc. Cuando la delirante arremetida se disponía a concretarse, sufrió su primer traspié y la Casa Blanca se vio en la obligación de posponer la puesta en práctica del alza de aranceles (hasta un 25 %) que contemplaba la guerra comercial, por el lapso de un mes. Tiempo suficiente para que varios de los países afectados organizaran sus piezas y ofrecieran una respuesta. Aquí, no cabe duda que tanto ese lapso de tiempo como las primeras respuestas, tienen significación estratégica. 

Es también cierto que la capacidad de respuestas de los países elegidos como adversarios, fue distinta. Tal es así que Canadá, China se han mostrado en este terreno más sólidos que, por ejemplo, México. Hay que decir que tampoco Sud-áfrica o Australia, han vacilado al momento de preparar las primeras respuestas al desafío. 

La anti-política (¿o la política de estos tiempos?) del gobierno de Trump conlleva no únicamente el desmantelamiento del Estado profundo, sino también el desmoronamiento de la ideología de extrema derecha que la alimenta. La manera en que este gobierno y sus seguidores se ven a sí mismos y al mundo (aquí usamos la noción “ideología” en el sentido de los Grundrisse de Marx) se expresa con claridad en los dos hombres fuertes de Washington: Trump y Musk. Los objetivos, en el marco del “destino manifiesto” expresado por Trump -repitiendo a los calvinistas de la reforma, en el medioevo- dota de coherencia a la propuesta de la supremacía blanca, bajo una visión empresarial y una postura ultranacionalista. Pero coherencia no quiere decir realismo político. 

Así, este ensayo impulsado a espaldas de la realidad ha generado los primeros efectos no esperados. Es incuestionable que, con el vendaval en curso, EEUU ha visto disminuida su influencia diplomática y política a nivel global. Por ahora, las bravuconadas, amplificadas por la prensa convencional, disimulan esta pérdida. Además, el gobierno norteamericano continúa beneficiándose del prestigio y la influencia política con el que el país del norte contaba hasta hace poco. El autoengaño de Trump puede servir para alborotadores titulares de prensa e incluso para hacer temblar las piernas de algún que otro gobierno, de países del tercer mundo, pero es del todo inútil para persuadir a Estados competidores, en la disputa geopolítica global. 

Se trata, pues, de un retroceso estratégico, del que no se recuperará en el futuro. En política, los equívocos como el que comentamos, no dan opción al “borrón y cuenta nueva”, para comenzar de cero otra vez el juego. La configuración final del nuevo orden mundial tiene uno de sus puntos de inicio precisamente en el voluntario abandono de espacios de influencia mundial. Varios de esos espacios son ocupados por los Estados de la competencia. El retroceso, pero, también es estratégico desde el punto de visto ideológico. Por más disparatado que sea aquello del “destino manifiesto”, sintetiza el proyecto político-ideológico que representa el esquema elitista autoritario de Trump y Musk. 

Las aparentes contradicciones entre este proyecto nacionalista y la presencia en el gobierno de un capitalista global, considerado poco menos paradigmático del empresariado del tercer milenio, se aclara bajo el criterio de la retoma del dominio mundial norteamericano. En esta proyección coinciden sectores empresariales nacionales estadounidenses con Musk, para el aprovechamiento del complejo industrial militar. En ese proyecto, unos (representados por Trump) esperan retomar el rol de preponderancia frente a otras burguesías nacionales, mientras que los otros (expresados por Musk) aspiran a consolidarse como principal grupo dominante, entre los capitalistas globales. 

El denominado Estado profundo fue uno de los secretos para la expansión y consolidación del imperio norteamericano. Ahora, el gobierno de Trump no sólo la revelado tal secreto, sino que ha desmantelado la infraestructura material que le correspondía, acelerando el retroceso de su país, en el escenario mundial. Con ello, efectivamente, Trump ha sido el mejor anti-imperialista, en este período. 

Las infantiles bravuconadas de Trump – Musk no han surtido significativo efecto mundial, demostrando que EEUU no es el imperio romano y su ejército, tampoco es el arrollador ejército de la primera fase napoleónica. Ante esta evidencia, todos sacan ventaja momentánea; incluso el Kremlin, quien ha puesto de inmediato a Donald a cumplir el papel de “chico de los mandados”, en la guerra contra Ucrania. Los otros actores decisivos a nivel global (Europa, China y Canadá, en lo principal) han ocupado los espacios político-diplomáticos cedidos por Washington, dejando el mensaje que en el nuevo tejido político y diplomático global EEUU no es rival serio, para la definición del tablero mundial. 

El autor es sociólogo y escritor