Cada vez con más frecuencia los conflictos políticos muestran que los actores involucrados se mueven en un contexto distinto, al prevaleciente en el pasado. El nuevo contexto condiciona la acción de los actores, al establecer un marco distinto, dentro del que acontece el conflicto. Para una mirada general sobre ello, nos puede ayudar la teoría del juego. Los conflictos Ucrania-Rusia y totalitarismo-democracia en Bolivia serán nuestros ejemplos.
Señalemos que ambos conflictos, observados a través de la teoría del juego, revelan alguna de las propiedades del nuevo contexto, consistente en los nuevos límites o marcos para la acción de los actores. Mientras que el conflicto abierto por Rusia se refiere a la geopolítica, el de Bolivia nos remite a una disputa doméstica.
En la teoría del juego encontramos varios modelos, entre los cuales acudiremos al más común: dos jugadores disputando un juego. Las nuevas propiedades del contexto vienen, fundamentalmente, de la mano de la globalización y las nuevas tecnologías. Estas propiedades condicionan a los actores, más allá, incluso, de los propios deseos de éstos. Digamos también que la teoría del juego es una teoría racional, fuertemente asentada en las matemáticas, por lo cual -siguiendo la lógica del homo economicus- la lógica del racionamiento, tras las acciones, implica la evaluación de costo-beneficio. Por ello las consideraciones psicológicas de los actores no son tomadas en cuenta, en el análisis del juego; sin embargo ello privará a esta teoría de la posibilidad de considerar también decisiones no matemáticamente racionales.
La teoría del juego se basa en el principio relacional. Los jugadores actúan siguiendo las reglas del juego. En la dinámica del juego, la iniciativa de cada actor puede mantener el juego en la situación globalmente similar a la de antes de la jugada, puede tensionar el juego o por último, puede acabar, es decir, colocar al juego en la fase de su resolución. Los jugadores, por su parte, comparten algunos objetivos generales, como son los de ganar el juego, el de evitar que el otro jugador lo gane o por último, asegurarse de no perder el juego. Por tanto, cada jugador tendrá tres perspectivas en el juego.
En el conflicto de Ucrania, los jugadores son Rusia, por un lado y por el otro, genéricamente, el Occidente, es decir el Tratado de la Alianza del Norte (OTAN) y los Estados Unidos (EEUU). La iniciativa del primer jugador consistió en concentrar cerca de 150 mil soldados en su frontera con Ucrania e iniciar ejercicios militares conjuntos con su aliado, Bielorusia; país vecino de Ucrania. A estas iniciativas respondió el Occidente respaldando a Ucrania, ante una posible invasión rusa. El juego siguió con el retiro parcial de las tropas rusas de la frontera, desescalando así, por algunas horas, la situación. Pero pocos días más tarde, fuerzas pro-rusas, en la región de Donestk del territorio de Ucrania, abrieron fuego, con la esperanza de precipitar enfrentamientos armados. Sumado a ello, la subida de tono de Putin, en ocasión de los ejercicios militares con Bielorusia, terminaron por convencer al presidente de los EEUU que Rusia decidió invadir Ucrania, por lo que ahora únicamente fabrica pretextos que justifiquen tal invasión.
En el caso boliviano, la intención del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) de retomar el proyecto del narco-Estado, truncado en octubre del 2019, ha sufrido un grave percance. Pero no por la iniciativa del otro jugador en este juego (o sea, la ciudadanía democrática), sino por eventos inesperados, ocurridos más allá de su campo de juego: la detención, por parte de la DEA, de personajes ligados al narcotráfico y entre ellos, algunos cercanos a Evo Morales. En el ejemplo boliviano, el objetivo de retomar el narco proyecto estatal virtualmente se ha disuelto en la imposibilidad; pero el juego continúa. Para ello, el MAS introduce un cambio de táctica, consistente en el incremento de la persecución política, por medio de la fiscalía, el poder “judicial” y la policía. Para este comportamiento mucho tuvo que ver la acción precedente de la ciudadanía democrática del país. La exitosa resistencia nacional, en octubre pasado, desbarató la intención del gobierno de aprobar un paquete de disposiciones legales de corte totalitario y reposicionó la polaridad política social, en los términos de octubre del 2019. Al miedo del MAS de verse rebasado nuevamente por la ciudadanía democrática se sumó el temor provocado por las detenciones de la DEA.
Ante el derrumbe de su estrategia, este partido no encontró mejor iniciativa que el de incrementar la persecución a la oposición democrática, particularmente en Santa Cruz. Esa iniciativa revela que, con el cambio táctico, el partido de gobierno ahora se conformaría con preservar su caudal político y diezmar a la oposición democrática, para mantener abierta la opción de retomar, al menos a mediano plazo, el proyecto inicial. Se trata de manotazos desesperados que adquieren tonos grotescos, con el sañudo y cobarde hostigamiento a la expresidenta, Janine Añez.
En nuestros dos ejemplos vemos que los conflictos expresan la persistencia de la estrategia inicial; eso sí, con modificaciones tácticas para adecuarse a las nuevas condiciones. Debido a ello, el pedido del canciller alemán, para encontrar soluciones duraderas a este conflicto, no contra Rusia sino con Rusia, han caído en saco roto. De la misma manera, los pedidos, incluso de algunos organismos internacionales, para el debido proceso, en el juicio que el gobierno boliviano se empeña en someter a los presos políticos, resultan ignorados. En ambos casos, la justificación que los actores beligerantes esgrimen es abiertamente infantil. Aun así, el juego continúa, pero la situación de los jugadores ya no es la misma. La dictadura rusa y el corrupto gobierno boliviano ejemplifican que para visiones no democráticas, el único valor del juego es el sometimiento del otro, para lo cual el atropello a toda regla (de juego) es del todo aceptable.
Retomemos una de las ideas del inicio de estas líneas: el condicionamiento que la nueva realidad, sintetizada en la globalización y las nuevas tecnologías, supone para los actores. Aunque en el conflicto de Ucrania ha sido hasta ahora esta nueva realidad la que retrasa la invasión militar, no ha evitado los preámbulos de una guerra, consistente en el ciberataque ruso a Ucrania y la masiva desinformación que despliega Moscú. Algunos consideran que sólo se trata de una nueva versión de la guerra fría, sin que ello suponga que el conflicto desemboque en una guerra abierta. En el caso boliviano, la tupida red económica, comercial, financiera que supone la globalización, le torna altamente sensible a la observación internacional en material de respeto a la democracia constitucional, porque de ella se deriva la seguridad jurídica, tan importante en el mundo de hoy.
Con todo, las bravuconadas de Putin acerca del inicio de la guerra hay que entenderlas en un marco de referencia mayor. A esta guerra, además de su carácter militar, no le es ajena la guerra cibernética, financiera, comercial, etc. El desplazamiento del conflicto hacia múltiples guerras tiene su plataforma en la alta tecnología; ésta, aplicada al ámbito específicamente militar, ha creado un arsenal armamentístico con alta capacidad destructiva. Pero sucede que los dos actores disponen del mismo arsenal, por lo que éste actúa de forma múltiple: como mecanismo de disuasión, de presión o por último, para la definición del conflicto. Vista la capacidad militar de ambos jugadores, es claro que esta última opción lleva el conflicto a suma cero.
Para concluir digamos que ambos ejemplos muestran que el mundo vive hoy un período de transición y reordenamiento, en todos los niveles. En el plano internacional de trata de un reordenamiento del poder global. La disputa sucede en un contexto en el que el sistema de gobernanza global se encuentra, poco menos, ahogado en una profunda crisis. Por ello la disputa rusa, en último término, gira en torno a la reorganización del poder global, en términos multipolares. En Bolivia las cosas son muchísimo más modestas y se refieren a la disputa eterna, en torno a la hegemonía no resuelta desde siempre, en estas tierras.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo