
La cuaresma es un tiempo muy especial dentro del año litúrgico de la Iglesia Católica. Revive la experiencia de Jesús al ser tentado por el diablo. Tal como recogen los tres evangelios sinópticos, inmediatamente después de ser bautizado, Jesús fue llevado por el Espíritu (Rúaj) al desierto para ser tentado por el diablo (Mateo 4, 1-11).
No es fácil comprender por qué Jesús tuvo que someterse a esa prueba que respondía a un tiempo pasado, conocido como el Antiguo Testamento en el que el ángel satán o tentador tenía cierto poderío para probar a las personas y comprobar hasta qué punto eran fieles a Dios. Tal como describe el prólogo del libro de Job, el tentador, bajo pretexto de probarles, les sometía a situaciones extremas con la intención de condenarlos. Jesús aceptó esa tentación para ser igual a los hombres en todo menos en el pecado (Hebreos 4, 15 y paralelos).
En primer lugar el maligno astutamente tienta a Jesús que llevaba 40 días (un tiempo largo) ayunando o tal vez como hizo Juan el Bautista alimentándose precariamente de miel silvestre y de langostas (frutos del algarrobo). El diablo busca que Jesús desconfíe de su propia identidad: “Si tú eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús, aunque estaba hambriento, rechaza esa tentación porque para él el alimento espiritual tiene más importancia que el alimento corporal. Por eso responde: ‘No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. De hecho sabemos cómo Jesús, antes de ser crucificado, nos dejó el gran regalo del pan y del vino, convertidos en su cuerpo y su sangre como alimento espiritual
En la segunda tentación el diablo llevó a Jesús a lo más alto del Templo de Jerusalén y le propuso saltar: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate abajo, porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará y en sus manos te llevará para que no tropiece tu pie en piedra alguna`”. Con ello el maligno quería que Jesús buscase la aclamación popular para que le reconociesen como el Mesías Enviado de Dios. Sin embargo Jesús resistió la tentación y le respondió: “También está escrito no tentarás al Señor tu Dios”.
Así el Maestro subrayó que su misión no debía basarse en milagros espectaculares. Las curaciones, las expulsiones del demonio y las resurrecciones realizadas más tarde Jesús, no fueron para que le aplaudiesen y le aclamasen, sino para que señalasen el amor de Dios por todos y especialmente por los enfermos, los pobres y los necesitados y también los pecadores. Jesús siempre se mantuvo humilde y obediente como Siervo de Yahveh.
Después el diablo llevó a Jesús a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo diciéndole: “Todo esto te daré si postrándote me adoras”. En esta última tentación el maligno descubrió su poderío como el “Príncipe del mundo”, siempre dispuesto a engañar a las personas para que contraigan con él “pactos satánicos” entregándole la vida a cambio de placeres y posesiones. Pero, Jesús conociendo su perversidad, rechazó la idolatría de adorarle y le respondió: “Apártate de mí, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él darás culto´”
Dios permitió que el diablo sometiese a Jesús a esas tentaciones a las que muchas personas sucumbían. Por eso Jesús en la oración al “Padre Nuestro” pidió ser liberado del maligno y no ser abandonado en la tentación (Mateo 6, 13). De hecho Dios Padre a los cincuenta días de la resurrección de su Hijo envió a la Rúaj Divina sobre la Virgen María con la comunidad de los apóstoles, los hermanos de Jesús y las santas mujeres, constituyendo así la comunidad de la Iglesia. Precisamente la misión de Jesús fue liberar a mucha gente que permanecía prisionera del poderío diabólico. Con su entrega obediente al Padre consiguió que su sangre derramada en su pasión y muerte sirviese como prueba de la maldad del maligno que desde entonces fue relegado al fuego eterno, aunque sigue combatiendo contra Jesús y su Iglesia. Resistamos a las tentaciones para llegar al Reino de Jesús en el Cielo.
Gracias a ello la Rúaj Divina transmite su Sabiduría y su Energía a los fieles para hacer frente al enemigo, destituido de su inmenso poder. Por eso en el Padre Nuestro ahora rezamos: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. En este tiempo de la Santa Cuaresma la Iglesia nos propone examinar nuestras vidas y aprender a reconocer al diablo y a resistir a sus tentaciones que nos llevan a caer en los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Siguiendo el ejemplo de Jesús aprendamos a vencer al maligno con la oración, la penitencia y la misericordia, ayudando también a las personas que están en situaciones angustiosas para que caigan en la tentación.
Miguel Manzanera, S.J.