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Opinión

TENTACIONES DEL MALIGNO A JESÚS

23 de Febrero, 2016
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MIGUEL MANZANERA, S.J.


La cuaresma es un tiempo muy especial dentro del año litúrgico de la Iglesia Católica. Revive la experiencia de Jesús al ser tentado por el diablo. Tal como recogen los tres evangelios sinópticos, inmediatamente después de ser bautizado, Jesús fue llevado por el Espíritu (Rúaj) al desierto para ser tentado por el diablo (Mt 4, 1-11, par.). 

No es fácil comprender por qué Jesús tuvo que someterse a esa prueba que respondía a un tiempo pasado, conocido como el Antiguo Testamento en el que el ángel satán o tentador tenía cierto poderío para probar a las personas y comprobar hasta qué punto eran fieles a Dios. Tal como describe el prólogo del libro de Job, el tentador les sometía a situaciones extremas bajo pretexto de probarles, pero con la intención de condenarlos. Jesús aceptó esa tentación para ser igual a los hombres en todo menos en el pecado (Hb 4, 15). 

En primer lugar el maligno astutamente tienta a Jesús que llevaba 40 días (un tiempo largo) ayunando o tal vez como hizo Juan el Bautista alimentándose precariamente de miel silvestre y de langostas (frutos del algarrobo). El diablo busca que Jesús desconfíe de su propia identidad: “Si tú eres el Hijo de Dios di que estas piedras se conviertan en panes”. Pero Jesús, aunque estaba hambriento, rechaza esa tentación porque para él el alimento espiritual tiene más importancia que el alimento corporal. Por eso responde: ‘No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. De hecho sabemos cómo Jesús, antes de ser crucificado, nos dejó el gran regalo del pan y el vino, convertidos en su cuerpo y su sangre como alimento espiritual 

En la segunda tentación el diablo llevó a Jesús a lo más alto del Templo de Jerusalén y le propuso saltar: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate abajo, porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará y en sus manos te llevará para que no tropiece tu pie en piedra alguna`”. Con ello el maligno quería que Jesús buscase la aclamación popular para que le reconociesen como el Mesías Enviado de Dios. Sin embargo Jesús resistió la tentación y le respondió: “También está escrito no tentarás al Señor tu Dios”. 

Así el Maestro subrayó que su misión no debía basarse en milagros espectaculares. Las curaciones, las expulsiones del demonio y las resurrecciones realizadas más tarde Jesús, no fueron para que le aplaudiesen  y le aclamasen, sino para que señalasen el amor de Dios por todos y especialmente por los enfermos, los pobres y los necesitados. Él siempre se mantuvo en la humildad del Siervo de Yahveh.

Después el diablo llevó a Jesús a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo diciéndole: “Todo esto te daré si postrándote me adoras”. En esta última tentación el maligno descubrió su poderío como el “Príncipe del mundo”, n él siempre dispuesto a engañar a las personas para que contraigan con él “pactos satánicos” entregándole la vida a cambio de placeres y posesiones. Pero, Jesús conociendo su perversidad, rechazó la idolatría de adorarle y le respondió: “Apártate de mí, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él darás culto´”

Jesús se sometió a esas tentaciones en las que muchas personas sucumbían. Por eso en la última petición de la oración al “Padre Nuestro” le pidió que no le metiese en la tentación y que le librse del maligno, tal como figura en el texto griego y latino (Mt 6, 13).  Precisamente la misión de Jesús ha sido liberarnos del poderío diabólico, al que tanta gente sucumbía. 

Gracias a su entrega obediente al Padre en la cruz Jesús consiguió que su sangre fuese redentora del pecado y que el Padre reprimiese al maligno. De hecho a los cincuenta días de la resurrección  de su Hijo enviará la Rúaj Divina a la Virgen María, reunida con los apóstoles, los hermanos de Jesús y las santas mujeres, constituyendo así la comunidad esponsal de la Iglesia.

Gracias a ello la Rúaj Divina transmite su Sabiduría y su Energía a los fieles para hacer frente el enemigo, destituido de su inmenso poder. Por eso en el Padre Nuestro ahora rezamos: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. La Iglesia nos propone que en este tiempo de la Santa Cuaresma examinemos nuestras vidas y aprendamos a reconocer al diablo y resistir a sus tentaciones, que, además de la idolatría, se resumen en los siete pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. 

Aprendamos como Jesús a vencer al maligno con la oración, la penitencia y la misericordia ayudando a las personas que están en situaciones angustiosas, tanto corporales como espirituales.

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