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Opinión

San Malverde de Entre Ríos

12 de Enero, 2024
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GABRIELA CANEDO

A San Malverde le rezan en Tijuana, en Colombia, en Arizona, en Bolivia y concretamente ahora, en el municipio de Entre Ríos. 

Jesús Malverde es el “santo de los narcos” y forma parte de la narcocultura y la veneración a los integrantes del crimen. Si bien es un personaje mexicano, su popularidad ha viajado por Latinoamérica y se ha instalado principalmente en el imaginario de personas relacionadas con la narcocultura. Este santo, muy presente y adorado en la actualidad por las bandas criminales y cárteles al parecer tiene encendidas muchas velas y peticiones por cumplir, para que todo salga bien:  la mercancía llegue a su destino, para que el secuestro tenga éxito y la recompensa solicitada llegue en la cantidad justa. O para encontrar al sicario preciso, o para que la víctima a ser asesinada esté presta y sea fácil el trabajo de ejecutarla, o para no ser descubierto de las acciones criminales cometidas y no ir tras las rejas, o para pasar la frontera y la droga no sea descubierta. En fin, los favores solicitados a San Malverde cubren una amplia gama. Este santo junto a la debilidad institucional estatal posibilitan que el narcotráfico vaya viento en popa en el municipio de Entre Ríos.

Hace unos días, Renso Zurita Vásquez de 43 años, alías “El Ruso” fue asesinado, no con una o dos balas, sino fue acribillado con 14 disparos en el cuerpo. Ocurrió en el municipio de Entre Ríos, cuando realizaba actividades cotidianas, pues se dirigía a su chaco junto a su hijo y un trabajador. 

Lo cierto es que en dicho municipio ya van media docena de casos de ejecución o de muerte violenta en los últimos seis meses. No hay donde perderse, el “ajuste de cuentas” se da en el marco de actividades del narcotráfico. A estos asesinatos se suma la ola de secuestros que vive la región del trópico de Cochabamba. 

Por la prensa sabemos que la mayoría de los secuestradores son extranjeros, sobre todo brasileros. El modus operandi de los narcosecuestros fue copiado de México, pues estos son llevados a cabo por narcotraficantes que entregan droga a determinado costo, para que sea comercializada. Sin embargo, si el objetivo no es cumplido y no se paga el monto estipulado, se produce el secuestro generalmente de algún familiar o allegado de la persona encargada de la venta, hasta que éste consiga el dinero convenido. 

¿y qué pasa con la población del lugar? Solo podemos imaginarnos lo que viven los comunarios y familias que no participan de las actividades ilícitas pero que respiran un ambiente de violencia. Con el tiempo lo que suele suceder es que el narcotráfico se naturalice y se convierta en una expresión cotidiana, y se formen referentes culturales de los narcos para normalizar e incluso potenciar el narcotráfico en el imaginario colectivo del lugar. Es así como luego se profundiza la creación de subculturas criminales. 

Encontrar una salida parece tarea imposible, salvo que se avance en desbaratar las bandas criminales o cárteles que ojalá no sean monstruos gigantes con tentáculos. Evidentemente hace décadas, así empezó el problema en México, en Colombia, donde la violencia generada por el narcotráfico es tal, que el Estado tiene que negociar con los líderes de las organizaciones criminales y ni así el ciudadano de a pie cuenta con un margen de seguridad. Y tenemos al Ecuador que en los días recientes está viviendo una violencia inusitada, donde las bandas criminales están haciendo de las suyas. 

Ojalá que aun estemos lejos de tener un narcoestado, donde estén a la orden del día los narcosecuestros, y el sicariato sea una actividad altamente demandada para acribillar a narcotraficantes peces gordos, pequeños o intermediarios. Ojalá que aún no se escuche el narcocorrido “Vengo a matar a tu padre, así dijo el gatillero. El niño no era cobarde y le madrugó primero, lo acribilló con un mauser y cinco balas de acero”.

La autora es socióloga y antropóloga

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