
Instigado por Rafo Archondo, vi Algo quema, documental de Mauricio Ovando, nieto del expresidente. Con atrayentes imágenes inéditas, el documental es un mea culpa casi luterano, por excesivo, a raíz de las andanzas del abuelo.
En el documental, algunos familiares de Alfredo Ovando se estremecen por su papel en la muerte del Che; en la masacre de San Juan, cuando Barrientos, pero porque Ovando era Comandante en Jefe; y en la cacería de los guerrilleros en Teoponte, en el gobierno de Ovando, cuando la consigna militar fue: “no tomar prisioneros”.
En Teoponte perdimos al trovador Benjo Cruz y al místico hermano de Jaime Paz, Néstor. Éste asumió un nombre -ahora papal- de guerra, que exponía su nula vocación para las armas: Francisco. Los militares fueron feroces, pero esos guerrilleros merecían otra ocupación, menos temeraria.
A causa de este documental, casi me torné en abogado honorario, por razones de memoria histórica. El expresidente Ovando es una figura presentable, sin que lo incluya en mi santoral. Es que, parafraseando a Mao, la política boliviana no es como sentarse a tomar el té, si le sirve de alivio espiritual a alguien.
Ovando no fue García Meza, aunque su ayudante fuera Arce Gómez. La rudeza del breve régimen del “Ovanducto” no fue la de Banzer ni la de Barrientos, aunque resten por explorar sucesos turbios del régimen de Ovando, como la muerte de Alexander o la del periodista Otero en una casona donde ahora es el edificio de ENTEL, en la calle Ayacucho de La Paz.
Ovando fue controversial, como se dijo con justeza en su entierro. Pero es desmedido colgarle a él la masacre de San Juan, cuando el ala dura del gabinete hasta quería relevar a Barrientos y le exigía muestras de fuerza.
Después de ver Algo quema, uno no sabe si allí interesó la muerte del Che porque, por una deriva guevarista, un bisnieto de Ovando se llama Ernesto, o porque nadie en el exterior sabría quién coños eran JJ Torres, Alexander o Barrientos, y eso afectaría el cartel del documental. Su director renuncia casi a cualquier pasaje que equilibre o dé contexto a las faltas de su abuelo.
Un izquierdista hurgaría en la Gulf o en la osadía de meterse con Rusia en pro de la metalurgia nacional, en medio de la hegemonía norteamericana. Un oficial valoraría a Ovando por refundar su institución, cuando se cerró el Colegio Militar y los pocos militares hacían la “V” movimientista o eran invitados a adornar cócteles. Para Paz Estenssoro, un uniforme se veía tan regio en una concurrencia civil, como unas sotanas.
Un político apreciaría al Ovando que engatusó a Víctor Paz -nada menos- en 1964, haciéndole creer que, lejos de derrocarlo, más bien lo protegía, para que se fuera al exilio. Aunque estuvo de más regalarle su sable de cadete a Paz antes de destronarlo, Ovando tenías esas aptitudes que se atribuyen con secreta admiración, sin pecado original, a personalidades como Talleyrand.
En su gobierno, Ovando vivió entre una facción militar dura y un elenco civil. Sin tragarse el discurso nasserista de Ovando, su gabinete puede llamarse ilustre. Algunos de sus miembros soportaron su propio luteranismo -me consta-, por “golpear” siendo demócratas; recibir por azar la visita del presidente Luis Adolfo Siles, cuando ya conspiraban contra él; o cohabitar a disgusto con los uniformados de los business que llevaron a ultimar a Alexander y a Otero.
Su viuda dice en Algo quema que, para Ovando, matar al Che era endiosarlo, prueba de las dotes del Ovando político. No obstante, un cable gringo le atribuye a él la muerte del Che. Pero es una demasía achicarse porque en la UNAM una de las herederas del general fue injuriada por provenir de la familia del “asesino del Che”. Entre las opciones, era mejor ponerse a leer que a llorar, me dice un amigo.
La postura del director de Algo quema frente al personaje de su familia podría ser una virtud, un ejercicio de libertad contra las ataduras de la tradición, pero me dejó mal sabor. Está bien revisar la historia, en lugar de adornar a los antepasados para asegurarse lustre. Este intento tiene un aroma así, pero por lo opuesto. Su riesgo es estigmatizar, pero nomás para refregar cuán libre se es.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado