MIGUEL MANZANERA, S.J.
En el Credo incluimos el artículo “Resucitó al tercer día según las Escrituras”. Resucitar significa resurgir en el sentido de una persona muerta yacente que se incorpora y se levanta. En el caso de Jesús incluye pasar a una nueva vida de glorificación. Su resurrección es el gran milagro que cambia el curso de la historia. Distingamos algunos conceptos relacionados.
En primer lugar la resurrección no significa una recuperación vital tras una muerte aparente. Hay casos en los que parece una persona ha fallecido, pero que luego revive. Se trata de un falso diagnóstico. Por eso en la medicina actual para dar un certificado de muerte se exige primero un examen médico profundo que compruebe que se ha producido un colapso irreversible de las funciones vitales esenciales especialmente la circulación de la sangre y la respiración. Además, si hay duda, se realizan diversos protocolos incluyendo descargas eléctricas cardiacas que en ocasiones provocan la “resucitación” del corazón.
En el caso de Jesús su muerte en la cruz fue totalmente real. Los propios miembros del Sanedrín que condenaron a Jesús pidieron a la autoridad romana retirar los cuerpos de los crucificados de la cruz porque llegaba ya el descanso sabático de la Pascua que era muy solemne. Por eso para acelerar la muerte de los ejecutados los soldados quebraron las piernas de los dos crucificados con Jesús para poder retirar sus cadáveres. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua (Jn 19, 31-37). Hay pues una doble prueba de que Jesús había muerto.
La resurrección de Jesús fue definitiva y eterna a diferencia de otras resurrecciones narradas en los evangelios, especialmente la de Lázaro, cuyo cadáver ya hedía por llevar cuatro días en el sepulcro (Jn 11, 39). La resurrección de Lázaro fue una resurrección verdadera, únicamente atribuible al poder sobrenatural de Jesús sobre la muerte, pero no fue definitiva. Lázaro revivió milagrosamente y llevó una vida normal, pero siguió sujeto a la ley de muerte, como colapso irreversible del cuerpo. En cambio Jesús ya no morirá nunca más.
Según atestiguan los evangelios Jesús resucitó al alba del tercer día, es decir el día siguiente al sábado pascual. Desde las tres del viernes, hora que en que falleció en la cruz, hasta su resurrección en la madrugada del domingo, transcurrieron aproximadamente unas 36 horas o sea un día y medio. En este tiempo el cadáver de Jesús dentro del sepulcro todavía no habría iniciado el proceso natural de descomposición (cf. Hch 2, 31; Jn 11, 39).
En el proceso de resurrección el alma de Jesús, impulsada por la Rúaj Divina (Espíritu Santo), salió triunfadora del hades e inhabitó de nuevo en el cuerpo yacente en el sepulcro. Así se reconstituyó la persona de Jesús con sus dos naturalezas divina y humana, esta última con propiedades superiores a los demás hombres.
La resurrección de Jesús, si bien sucedió sin que hubiese testigos directos, quedó atestiguada en los relatos evangélicos. El Evangelio de Mateo menciona un fenómeno telúrico, un gran terremoto, atribuido a un ángel con aspecto de relámpago y de luz blanca, que hizo rodar la piedra del sepulcro (Mt 28, 2). En la cosmovisión hebrea el terremoto significa también la apertura violenta del “hades” o “sheol”, lugar de los muertos ubicado en las entrañas de la tierra.
Aunque los evangelios no lo mencionan, es obvio pensar que Jesús resucitado antes que a nadie se apareció a la Virgen María, totalmente destrozada por el dolor de ver morir al Hijo en medio de horribles sufrimientos, compartidos por ella al pie del a cruz con el corazón destrozado.
El Resucitado mantuvo su propio cuerpo humano, aunque glorificado, Los testimonios fidedignos de los discípulos, incluyendo a María Magdalena, atestiguan que vieron a Jesús, que le tocaron, que hablaron y que comieron juntamente con Él para mostrarles que no era una fantasma. Pero, al mismo tiempo, Jesús fue elevado a una vida sobrenatural e inmortal con características especiales tales como aparecer y desaparecer, atravesar puertas cerradas y trasladarse en el espacio.
Los testigos de la resurrección no sólo transmitieron su testimonio en forma oral y luego escrita, sino que se dedicaron a predicar el evangelio a la espera de la venida de la Rúaj Divina que les transformó en verdaderos apóstoles, de los cuales muchos murieron mártires dando testimonio de la resurrección de Jesús. Por eso San Pablo claramente afirma que “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra esperanza” (1 Co 15, 14).
Del corazón sangrante de Jesús nace la Iglesia que perdurará hasta el final de los tiempos cuando el Señor vuelva victorioso a celebrar las bodas apocalípticas con la Rúaj Santa y la Novia, la Virgen María, Prototipo y Madre de la Iglesia, que claman incesantemente: “Ven Señor Jesús” (Jn 22, 17). La resurrección es pues la prueba de la infinita misericordia de la Familia Divina que quiere incorporar en su seno a la familia de la Iglesia.