Si las explicaciones del comportamiento del Estado deben buscarse en la sociedad, entonces las razones del bajo desempeño del ejército de Rusia se encuentran en la sociedad rusa. Ello, debido a que, de acuerdo al sociólogo boliviano, René Zavaleta Mercado, la sociedad es el “alter” del Estado. En esta ecuación, la relación entre Estado y sociedad es una relación dinámica, por lo que en ocasiones el Estado se torna más societario y en otras, la sociedad más estatal.
La pobre performance del ejército ruso, en la guerra contra Ucrania, nos remite a la manera en que se ha conformado la sociedad en Rusia durante, al menos, el último siglo. Esa conformación resulta, claro, de su historia durante ese período. Debido a la alta tensión que la guerra ocasiona en la sociedad y en el Estado, la historia misma (en su sentido amplio; como “pasado” y “presente”) queda condicionada por la guerra.
La historia de la sociedad rusa, entre 1914 – 2022, es la historia de la desesperanza, la esperanza y la frustración. Antes del estallido de la primera guerra mundial, en 1914, la extrema crisis social y la falta de esperanzas, habían ocasionado ya en 1905 una primera fallida revolución democrática. La paupérrima vida de obreros, campesinos y sectores de la clase media, junto a la crítica de intelectuales de talla mundial, ayudaron para que en ese caldo de cultivo surgieran movimientos políticos de izquierda, de diversa orientación. Ya durante las últimas décadas del siglo XIX el malestar social por la falta de voluntad del Zar para introducir mínimas reformas de alivio, hizo surgir tales movimientos. Entre estos se encontraba el de la socialdemocracia rusa y dentro de ella, la minoritaria fracción bolchevique, encabezada por Vladimir Lenin, de clara orientación marxista.
En el caldo de cultivo que representó la situación, las propuestas de alguno de estos movimientos encontraron rápidamente eco, pese a la sañuda represión de la policía secreta del Zar. La impopular participación de la Rusia zarista en la guerra incrementó la crisis política y social. A las críticas en contra del Zar se unieron sectores de la propia burguesía, ocasionando todos ellos la revolución democrática de febrero de 1917.
Si de alguna acertada decisión de los bolcheviques puede hablarse en ese entonces, es el de haber identificado el malestar social también dentro de la tropa del ejército, conformado mayoritariamente por obreros, campesinos y sectores medios. La demanda por el retiro ruso de la guerra ocasionó la rápida organización de células bolcheviques entre soldados y obreros. La revolución bolchevique de octubre significó, por tanto, un cierre político a esa demanda nacional y asentó la trascendencia de Lenin.
Lo importante de ese proceso es la manera en que lo vivió la sociedad. Zavaleta Mercado se preguntaba cómo debía entenderse que el ejército ruso, que en la primera guerra mundial no era en absoluto rival para la Alemania prusiana, tres décadas más tarde (en la segunda guerra mundial) derrotara a uno de los ejércitos más poderosos que conoció el mundo. La respuesta, según Zavaleta, se encuentra en el óptimo estatal alcanzado con la revolución de octubre de 1917, es decir en el “encuentro feliz” entre el Estado, las instancias de mediación y la sociedad. Antecede al óptima estatal, en este caso, la constitución de la “masa”; en sentido de Marx, o sea como fuerza productiva. Lo que la masa ruso produjo fue, pues, una fuerza capaz de derrotar al invencible ejército de Hitler. Esa masa no podría haberse constituido sin la emisión del discurso interpelatorio de Lenin y los bolcheviques. El estado de disponibilidad de la sociedad rusa, en 1917, permitió que ese discurso sea asumido por la mayoría de la población, creando identificaciones con el mismo y despertando verdaderas esperanzas en esa sociedad.
Sin embargo, con el tiempo aquellas esperanzas se trocaron en desilusión. Para ello contribuyó el sistema político totalitario, corrupto y policiaco instalado por el partido bolchevique, para entonces denominado Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). En definitiva, el PCUS creó una burguesía burocrática, con un nivel de vida muy por encima del resto de la población, sometida a la más férrea vigilancia. La masa que alguna vez logró constituirse se desintegró en numerosas voces críticas, que terminaron por cientos de miles llenando las cárceles. El proceso de desintegración, agravado por la crisis económica, terminó por colapsar al sistema soviético, en 1991. Sus principales líderes tiraron la toalla y sobrevino la desintegración de la Unión Soviética. El sentimiento de frustración general, como no podía ser de otra manera, afectó a todas las instituciones estatales e instancias sociales; entre ellas al ejército.
Este es el cuadro que antecede a la invasión a Ucrania, iniciada por el Kremlin el pasado 24 de febrero. El bajo desempeño y la debilidad moral de la tropa, tienen aquí su explicación última.
Estos elementos son los que se reflejan en el fracaso de las expectativas militares de Putin, al inicio de la guerra. La conducción defectuosa del alto mando militar es una derivación de ello. Decir que las operaciones de las primeras semanas fracasaron porque los generales dieron información falsa a Putin, por miedo, es un absurdo. Seguramente los generales del alto mando, en la segunda guerra mundial, tenían más miedo a Stalin, pero esas operaciones no fracasaron. No lo hicieron porque, como vimos, se trató de una “atmósfera” diferente, dado por la existencia de la masa rusa.
El fracaso de las primeras semanas de la invasión (o sea de la etapa inicial) obligó a Putin a bajar las expectativas y sustituir la ocupación de toda Ucrania, por la mera consolidación de la región del Donbas y de Crimea; zonas que de todas maneras tenía bajo su control antes del 24 de febrero. Esta nueva etapa continúo moviéndose en el cuadro general, anteriormente señalado. Si algo la diferenciaba de la primera etapa, además de la redefinición de objetivos, es el aplastante despliegue armamentístico. Ello, pero, tampoco logró desbalancear la situación, porque el respaldo de occidente a Ucrania, con el envío de armamento pesado, ha equilibrado en parte la situación.
Así las cosas, tanto la guerra como las características con las que Rusia se mueve en ella, continúan desarrollándose. La conquista rusa de una u otra ciudad ucraniana, no cambia el cuadro. Al contrario, significa una señal de que esta guerra se prolongará por más tiempo. Desde el punto de vista estratégico, no significa que Putin estuviera ganando el conflicto, porque en una guerra hay tomas y remotas de territorios. Lo que sí tiene una importancia estratégica es la atmósfera de frustración de la sociedad rusa. Es algo que no logra modificarse con la simple agitación del sentimiento nacionalista y ni siquiera con el mayoritario respaldo de la población a Putin. Se estima que el 80% de esa población todavía respalda la aventura. Desglosando este dato y poniéndolo en contexto, pueden alcanzarse explicaciones que ayuden a aclarar la evolución de la situación.
En principio, se trata de un mayoritario apoyo en el área rural, así como urbano, concentrado, para este último caso, en los estratos inferiores de la ciudadanía. Es cierto que también en las clases medias y altas se observa tal apoyo, pero igualmente es cierto que es en estos estratos donde se encuentra el mayor porcentaje de oposición al conflicto. Puede pensarse que, a medida que las sanciones internacionales agudicen los efectos negativos sobre Rusia, la oposición a la guerra se incrementará en estos dos últimos sectores sociales. No así, necesariamente, en las capas urbanas inferiores, habituadas a vivir en medio de privaciones. Tanto en estos últimos sectores, como en los del área rural, el apoyo al discurso nacionalista del régimen seguirá provocando entusiasmo. Sin embargo, está claro que el entusiasmo por sí solo no alcanza para ganar una guerra; mucho más si se menos valora la importancia de la diplomacia y la política. Como se sabe, también en estos dos terrenos Rusia se encuentra en notoria desventaja frente a Ucrania.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo