No fue una Blitzkrieg, como pensaba el dictador ruso, Vladimir Putin, cuando decidió invadir Ucrania, el pasado 24 de febrero. Al contrario, la trayectoria del conflicto muestra una sorprendente incapacidad rusa para doblegar la soberanía ucraniana, mientras que la exitosa resistencia de esta última, expresa un elevado profesionalismo militar de sus fuerzas.
Así, en el tiempo que lleva la guerra pueden identificarse varias fases en ella, principalmente en el accionar de cada uno de ambos países. En este sentido, durante el curso del conflicto mismo, la forma en que éste es procesado, tanto en Ucrania como en Rusia, ha experimentado modificaciones.
El punto de cambio del conflicto está dado por la entrega de armamento pesado a Ucrania, por parte de los países integrantes de la Organización del Tratado del Norte (OTAN) y Estados Unidos (EEUU). Gracias a esa entrega, se ha relativizado la importancia del aplastante poderío bélico ruso, mostrado al momento de la invasión a Ucrania.
Ya desde el inicio de la guerra, ese poderío armamentístico fue exitosamente confrontado por las fuerzas ucranianas, gracias a una planificación, preparación y organización, altamente profesional. Sumado a ello, la alta moral y la disciplina de su tropa les permitieron destruir gran cantidad de armamento pesado ruso; para sorpresa y disgusto de Putin.
El sustento para la contundente respuesta a la invasión, estuvo dado por la unidad nacional de la sociedad ucraniana en torno a su gobierno, a su ejército y, principalmente, en torno a su voluntad democrática de ejercer el derecho a su soberanía, en la adopción de un modelo liberal de desarrollo.
En ello radicó el secreto para la fortaleza de Ucrania; fortaleza que sorprendió al mundo y frenó las ansias expansionistas del régimen totalitario ruso. Es que para la sociedad de Ucrania, la invasión rusa representó la amenaza del retorno a los oscuros tiempos totalitarios de Stalin y los campos de concentración. Esa vocación democrática suscitó rápidamente la solidaridad internacional, en todo terreno: humano, médico, político, etc., y lo hizo con fuerza, particularmente en Europa y EEUU. El primer resultado concreto de la masiva solidaridad, fue el posicionamiento de Ucrania en el mundo, en el marco del respeto al derecho internacional.
El apoyo militar de verdadera importancia, consistente en la entrega de armamento pesado al país invadido, fue la consecuencia de ello y marcó para Ucrania (y, en general, para el conflicto) un verdadero momento de cambio. Es cierto que antes de ello ese país tuvo que superar ciertas reticencias de varios gobiernos amigos, pero al final, los insistentes pedidos del presidente ucraniano Zelenski, y las muestras del genocidio llevado a cabo por el ejército ruso entre la población civil ucraniana, lo hicieron posible. Uno de los primeros gobiernos que se atrevió a dar el paso, fue el de Inglaterra, a fines de la primera semana del pasado mes de abril. Luego lo hicieron los demás, hasta terminar, entre los últimos países, EEUU sumándose a la lista solidaria. Es en esto, en que consiste el cambio, durante el desarrollo de la guerra, porque esa asistencia permitió equiparar en algo las fuerzas en conflicto y relativizar la importancia de la gran disponibilidad armamentística, con la que cuenta la dictadura rusa.
De hecho, para Rusia las cosas fueron muy diferentes. Incapaz de justificar la invasión a Ucrania, simplemente no pude legitimar su acción ante los ojos del mundo y menos desmentir su política expansionista -como si estuviéramos en la edad media-, la dictadura de Putin presentó una errática política internacional. Tal es así que las sanciones internacionales impuestas a Rusia, relegaron a este país a las sombras, en el proceso de reconfiguración global (comercial, financiera, económica, militar, política, principalmente). Proceso en curso, que recibió un impulso acelerador con el estallido de la guerra.
A todo ello, además, no debemos olvidar sumar el fracaso militar de Putin; visible ya durante las primeras semanas de la invasión. Pensada la agresión como un paseo de pocos días por Ucrania y ante el fracaso del plan, tres semanas después del 24 de febrero, Moscú anunció el inicio de una segunda fase de la guerra. En el fondo se trataba del reconocimiento, por parte del Kremlin, de la inviabilidad del proyecto de Putin, consistente en la anulación de la democracia en Ucrania; ya sea por medio de su anexión plena o a través de la constitución de un gobierno títere, en un Estado satélite, como en los añorados tiempos de la Unión Soviética. Es en este sentido que la guerra toma, a mediados de marzo, un cambio para Rusia y desde entonces, de acuerdo a Putin, el objetivo de la guerra sería el de “liberar” a la región ucraniana del Donbas y de Crimea. O sea, un objetivo que en buenas cuentas no es nada, si se tiene en cuenta que, de todas maneras, esas regiones contaban ya con fuerte presencia rusa, luego de la primera invasión, en el 2014.
Se trata a todas luces de un retroceso, que fue concordante con la pobre política internacional desarrollada, desde que se decidió la agresión a Ucrania. La condena internacional, expresada en sanciones de la Unión Europea (UE) y EEUU, así como en varias resoluciones de las Naciones Unidas (ONU) (pese a las abstenciones y votos en contra de algunos gobiernos totalitarios y corruptos), expresa el aislamiento internacional ruso. Incluso la apertura de nuevos mercados en Asia, en reemplazo a los que perdiera en Europa -particularmente en relación al mercado de los energéticos- no compensa, ni mucho menos, la pérdida. Por tanto, las sanciones impuestas a Rusia y sus efectos sobre el país, continuarán debilitando al régimen y a su disponibilidad de la maquinaria bélica.
Con todo, el único sustento real con el que cuenta Putin es la fuerza militar. Aunque, según vimos, su poderío ha resultado relativizado por la disponibilidad de armamento pesado con el que ahora cuenta Ucrania. Es verdad que en el extremo del delirio, el dictador ruso puede verse en la tentación de hacer uso de armas atómicas, con la infantil esperanza de así acabar el conflicto a su favor. Pero nada garantiza que ese extremo finalice el conflicto. Al contrario, lo que sí puede afirmarse es que en esa eventualidad se ahondará el aislamiento internacional ruso, alejando de su órbita incluso a tibios aliados con los que hoy cuenta, como China.
Visto así el cuadro, es poco probable que estas tendencias puedan revertirse a corto plazo. Tal es así que tampoco resulta realista pensar que Rusia retome el sitial de segunda potencia mundial. El inimaginable error de Putin al invadir Ucrania no solamente ha relegado a Rusia, en el contexto mundial, sino ha fortalecido, para sorpresa de muchos, a EEUU y ha cohesionado a la UE, incluida Inglaterra. En tal sentido, tiene poca importancia los anuncios que Putin podría dar el próximo 9 de mayo. Anuncios publicitados con entusiasmo por Moscú que, sin embargo, servirán a lo sumo para el consumo de idiotas.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo