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Opinión

Purificación de María y Presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén

3 de Febrero, 2020
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MIGUEL MANZANERA, S.J.
Según datos verídicos Lucas escribió el Evangelio sin conocer directamente a Jesús, pero lo hizo recabando información oral o escrita de personas que conocieron y convivieron con Jesús, entre ellas la misma Virgen María o alguna persona allegada a ella. Los tres primeros capítulos del Evangelio de Lucas son especialmente valiosos por los sucesos allí relatados, especialmente en referencia al nacimiento y a la infancia de Jesús. Viene a complementar al Evangelio de Mateo que tuvo otras fuentes de información complementaria incluyendo evangelios hebreos.

En referencia a la infancia de Jesús una de las fiestas cristianas más antiguas es la Candelaria que se celebra el 2 de febrero y tiene como base histórica el Evangelio de Lucas (2,22-38), donde se relata cómo María, habiendo cumplido los 40 días de purificación después del parto, prescritos según la Ley de Moisés (Levítico 12,2-4; Números 6,9), subió para su purificación al Templo de Jerusalén con su esposo José y para presentar a su hijo Jesús como primogénito consagrándolo a Dios por ser el primogénito: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor (Éxodo 13,2). 

María también ofreció para su propia purificación un par de tórtolas o dos pichones tal como prescribía la Ley del Señor (Levítico 5,8; 12,8). Este acto de obediencia de María a un rito legal, al que no estaría obligados, constituye un acto profundo de humildad, culminando así el gran misterio de la Navidad, en el que el Hijo de Dios, encarnado en el seno de María, nació en un pesebre, en un establo de animales en Belén, esto es, en la extrema pobreza de los pobres.

A los 40 días del nacimiento para cumplir con los ritos establecidos en la Ley de Moisés, José y María llevaron  al niño Jesús al Templo de Jerusalén. Allí tuvo lugar el encuentro con el profeta Simeón (Lucas 2,25-35), quien profetizó a María los sufrimientos que afrontaría al acompañar a Jesús, flagelado cruelmente y clavado en la cruz: “A ti misma una espada te atravesará el alma a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”. Por eso María es venerada por muchos cristianos como Esposa “Corredentora”, asociada al sacrificio de Jesús en la cruz.

Ya en el siglo IV en base a la tradición las comunidades cristianas en Jerusalén celebraban la fiesta de la Purificación de la Virgen María y de la Presentación del niño Jesús. Por ello el Emperador Justiniano (527-565) decretó el 2 de febrero como día festivo para toda la Iglesia en el Imperio Romano Oriental con sede en Constantinopla. El Imperio Romano Occidental adoptó esa festividad a mediados del siglo VII, siendo el Papa Sergio I (687-701). 

Más adelante en el siglo X se incluyó en esta fiesta el rito de la bendición de los cirios, inspirado en las palabras de Simeón: “Mis ojos han visto tu salvación, que has preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones” (Lucas 2,30).

También se incluyó en esta celebración una referencia a los creyentes fallecidos antes de la encarnación del Hijo de Dios, quien vino también a rescatar a los difuntos, injustamente encerrados por el ángel diabólico en el lugar de los muertos, llamado sheol. Por eso el sacerdote Zacarías profetizó el nacimiento de su propio hijo Juan, llamado el Bautista, quien siendo ya mayor anunciará la venida redentora del Señor:“Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos… Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, nos visitará una luz que nace de lo Alto para iluminar a los que viven tinieblas y en sombras de muerte, para iluminar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,76-79).

Por ello esta fiesta del 2 de febrero se conoce también con el nombre de “Candelaria”, en honor de María que llevando a Jesús hizo de candelero. Aunque antiguamente se celebraba tan sólo la Purificación de María, en las reformas litúrgicas posconciliares en 1960 y 1969, se restituyó a la celebración de la Presentación del Señor Jesús como ofrenda a Dios que hacen María y José en el Templo de Jerusalén y que el mismo Jesús refrendará en la cruz, ofreciendo su propia vida como víctima por nuestros pecados.

Por todo ello se comprende que el día 2 de febrero haya adquirido gran importancia en la devoción popular cristiana. Muchas personas llevando una imagen del Niño Jesús acuden a sus respectivas parroquias para acompañar a María, quien acompañada de José, llevó en sus brazos a Jesús para ofrecerlo en el Templo como su primogénito y consagrarlo como Sacerdote al servicio del pueblo santo. La importancia de esta fiesta fue subrayada por el Papa, hoy Santo, Juan Pablo II, quien en 1997 la declaró Jornada de la Vida Consagrada.

Miguel Manzanera, S.J.

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