
El Papa de nuevo nos ha sorprendido con su mensaje para iniciar la Cuaresma, titulado: “Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”. Esta frase, tomada de la segunda carta de San Pablo a los corintios (2 Co 8, 9), invita a los cristianos de Corinto a ser generosos en la colecta a favor de los fieles de Jerusalén carentes de recursos económicos. Muchos cristianos al ver a personas pobres, contribuían con unas moneditas para acallar las peticiones lastimeras y, más allá, quizás también la voz de sus propias conciencias. Por eso Pablo, iluminado con la Sabiduría divina, quiere que sus fieles se vuelquen hacia la generosidad.
Dar una limosna no debe ser un acto frío aislado en nuestra vida y a veces realizado de mala gana, sino que debe inscribirse en el doble mandamiento más importante de la Ley de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas”, unido a “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos – concluye Jesús - dependen toda la Ley y los Profetas (Mt 22, 37-40).
Ese mandamiento del amor al prójimo, ya vigente en el Antiguo Testamento (Lv 19, 18), fue repetido, reformulado, por el mismo Jesús en su despedida a los apóstoles en la última cena: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13:34; 23, 34). De esa manera pone el listón de la caridad a una altura casi inalcanzable.
Con esta previa aclaración se comprende mejor el mensaje papal cuaresmal que reflexiona sobre la miseria humana, contrastándola con la misericordia divina. El Papa distingue tres clases de miseria humana, la material, la moral y la espiritual. La material, también llamada pobreza extrema, incluye a las personas carentes de recursos para cubrir sus necesidades primarias.
La miseria moral incluye a quienes han perdido los valores morales, se han entregado al pecado y a la adicción del alcohol, de las drogas, del juego o de la pornografía. El Papa reconoce que muchas veces estas personas han sido impulsadas por la miseria material, debido a la falta de trabajo o a otras circunstancias sociales injustas. Por último la miseria espiritual, que es la más lamentable, implica la pérdida del sentido de la vida con la negación o el rechazo de Dios, el único capaz de salvar y liberar.
Todos debemos sentir misericordia o sea compasión de cara a estas personas, y asumir su situación, salvo que se trata de personas tramposas u ociosas para las que el mismo Pablo sentencia: “el que no quiera trabajar que no coma” (2 Ts 3, 10-12). Frente a estas miserias alienantes el Papa propone la pobreza evangélica de Jesús al aceptar la encarnación y la redención: “Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo…” (Fil 2, 6-7).
Por eso esa pobreza es la primera de las bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los fieles” (Mt 5, 3). Aunque no siempre se ha entendido bien, la pobreza en la Iglesia ha sido practicada desde tiempo inmemorial por personas religiosas o laicas que renuncian a la propiedad personal de bienes para poseer todo en común y compartirlo con los pobres según el carisma de cada congregación.
Profundizando esa reflexión podemos indicar que la pobreza evangélica incluye la misericordia como el verdadero antídoto contra la miseria. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). Etimológicamente “miseri-cordia” significa tener un “corazón mísero” o sea débil en el sentido profundo de conmoverse frente a la desgracia ajena. Así Jesús se autodescribió como el samaritano quien al ver al malherido, abandonado en el camino, “le dio un vuelco al corazón” (Lc 10, 33).
Ya en el Antiguo Testamento los profetas anunciaron el plan de Dios: “Les quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 11, 19). Esta profecía se hizo más explícita en la revelación de la Divina Misericordia a Santa Faustina Kovalska, que tanto impactó al Papa Juan Pablo II, quien será canonizado precisamente en esa fiesta este año 2014. En el fondo esta revelación profundiza la del Corazón de Jesús, herido por nuestros pecados, que recibió Santa Margarita María de Alacoque, confirmada por San Claudio de la Colombiere.
Quiera Dios que este mensaje cuaresmal llegue a muchas personas, ricas y pobres, que todavía no han encontrado el verdadero sentido de la vida y siguen buscando vanamente la felicidad, para que encuentren la alegría de la misericordia otorgada por Jesús a través de su Rúaj divina.