SERGIO MONTES, S.J.
Hablar de Lutero y su relación con el papado no siempre fue agradable. Es más, la visión que tuvo sobre la vida y acciones de algunos papas fue muy crítica (y razones no le faltaban); así, poco a poco llegó a desconocer la autoridad del obispo de Roma.
Fue el papa León X quien en 1520 excomulgó a Lutero. El 31 de octubre de 1517 (fecha en la cual se dice que Lutero colocó sus 95 tesis en la iglesia de Wittenberg) se podría decir que marca el inicio de un camino que derivó en la llamada Reforma protestante y cuyos 500 años se conmemoran este 2017.
División y unidad
Está claro que Lutero no era luterano sino un sacerdote agustino, católico, que desde su experiencia de fe personal y reflexión teológica cuestiona algunas de las creencias y acciones de la Iglesia Católica, en particular las impulsadas por el papado de aquella época. Tres elementos, entre otros, son fundamentales en cuanto al aspecto religioso: la cuestión de la gracia y la justificación, el acceso directo a la Biblia y la venta de indulgencias para costear gastos en las construcciones de la Basílica de san Pedro en Roma así como la vida de lujo del papa León X, antes citado.
Desde Lutero los vínculos de unidad entre los cristianos, con el antecedente del cisma ortodoxo de 1054, se comenzaron a debilitar y emergieron diversas confesiones cristianas, por diversas razones (calvinistas, metodistas, anglicanos y otros más) que, en general, cuestionan la figura del papado, como autoridad universal de la Iglesia.
En 1995, otro papa, Juan Pablo II, motivado por el impulso renovador del Concilio Vaticano II y su propuesta ecuménica, escribió la encíclica Ut unum sint en la que invitaba a reflexionar sobre la función y sentido del papado, más allá de la árida discusión racional, en base al diálogo abierto y con el fundamento de la oración y la \"comunión” en las acciones en bien de la humanidad.
Las palabras del texto son inspiradoras del trabajo por el retorno a la unidad de todos los cristianos: \"La comunión real, aunque imperfecta, que existe entre todos nosotros, ¿no podría llevar a los responsables eclesiales y a sus teólogos a establecer conmigo y sobre esta cuestión un diálogo fraterno, paciente, en el que podríamos escucharnos más allá de estériles polémicas, teniendo presente sólo la voluntad de Cristo para su Iglesia, dejándonos impactar por su grito ‘que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’ (Jn 17, 21)?”.
Otro 31 de octubre, esta vez de 1999 y en Ausburgo, fue cuando se firmó la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación entre la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica, que tendió el puente del diálogo y la comprensión en torno a un tema que a Lutero le afligía profundamente: la relación entre las obras humanas para alcanzar la justificación y la gracia de Dios.
Conmemoración conjunta
Tomando pie de lo que significó la experiencia de Lutero sobre su propia salvación, Benedicto XVI señalaba, en reunión con la Iglesia Luterana Alemana en 2011: \"Lo que quitaba la paz a Lutero era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el centro de su vida y de todo su camino. ¿Cómo puedo recibir la gracia de Dios? Esta pregunta le penetraba el corazón y estaba detrás de toda su investigación teológica y de toda su lucha interior… ¿Quién se ocupa actualmente de esta cuestión, incluso entre los cristianos? ¿Qué significa la cuestión de Dios en nuestra vida?”. De tal encuentro surgió la propuesta de Benedicto XVI de conmemorar conjuntamente los 500 años de la Reforma.
Por otra parte, la crítica de Lutero sobre el acceso directo a la Sagrada Escritura, que no podía leerse en la lengua propia y ser accesible para el común de la gente por los riesgos de interpretaciones individualistas, así como al comercio extendido de reliquias e indulgencias, ayudó a cuestionar elementos que no condicen con el mensaje del evangelio de Jesús, ni el sentido auténtico de la fe, que puede ser convertida en un negocio para beneficios particulares (ayer y hoy).
Un nuevo 31 de octubre del 2016, el papa Francisco viajó a Suecia para firmar junto al presidente de la Federación Luterana Mundial una declaración conjunta para profundizar el camino a la unidad plena entre ambas iglesias, así como trabajar conjuntamente en la atención a los migrantes y refugiados.
Lo que tres papas han mostrado en las últimas décadas es el imperativo de romper prejuicios y muros que impiden el diálogo: uno desde la teología y la oración común, otro desde la colaboración conjunta ante situaciones dramáticas de la humanidad que están más allá de las discusiones religiosas.
Dicho acercamiento, así como lo que manifestó Francisco sobre Lutero, en entrevista de La Civiltá Cattolica, como alguien que \"ha dado un gran paso para poner la palabra de Dios en las manos del pueblo”, muestran también que su intención -la de Lutero- no era dividir la Iglesia sino procurar una reforma en costumbres erradas en su interior. Todo esto ayuda a tener la perspectiva de que tras 500 años muchas cosas han cambiado y es posible avanzar solidariamente.
Lutero y Francisco
No deja de ser paradójico que algunos papas del tiempo de Lutero vivían distintas formas de corrupción, entre ellas una vida dispendiosa y anclada en el lujo, por lo cual una reforma sí era necesaria. Hoy la prédica y acciones de Francisco muestran una sensibilidad muy distinta, apelando a la vida sencilla, pobre y con \"olor a oveja”. Lutero impulsó una reforma y que llevó a la libertad de religión (aunque aún sometida al control del poder político), la libertad de conciencia individual y la libertad de opinión. Luego de 500 años se dieron avances, no sin retrocesos, y hoy los cambios a los que llama Francisco procuran también una \"Iglesia en salida”, no afincada en sus propias seguridades, miedos y comodidades.
Muchas veces figuras que, para algunos, son terriblemente controversiales pueden ayudar a la humanidad a repensar lo que se da por establecido y parece incuestionable. No todo lo que dijo o hizo Lutero fue para bien, tampoco lo que Francisco dice o hace es necesariamente lo mejor -aunque tendrán que pasar más años para evaluar con justicia-, pero los saltos en la humanidad muchas veces se gestan en medio de varias ambigüedades.
Sergio Montes es sacerdote jesuita y teólogo