IVÁN CASTRO ARUZAMEN
Aunque Luis Espinal no escribió texto alguno dedicado exclusivamente a los derechos humanos; no cabe duda, que la mayoría de sus escritos manifiestan una gran preocupación por la problemática de los derechos. Tampoco su acción –ese discurso del cuerpo– perdió de vista nunca la necesidad de luchar por los derechos, y la complejidad de los mismos en todas sus relaciones.
Espinal, criticó duramente toda posición purista, no sólo en el campo filosófico, político o de los medios de comunicación, sino toda acción encasillada que apuntara a enmarcarse sin más dentro de lo incontaminado. Por eso dice: «Sin duda que el respeto y los Derechos Humanos, está en todos y es para todos (…) Asimismo la utópica Declaración de los Derechos Humanos, en su artículo XXV expresa: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios”». Para Espinal, los derechos humanos seguirán siendo simple y llanamente, esencias alejadas de la realidad social y cotidiana mientras no se apunte a asegurar su vigencia para todas las personas.
Espinal llama utópica a la declaración de 1948, en cuanto ella encierra un horizonte siempre ausente, que exige una aproximación práctica para ser realizable: «no creemos estar en contra de los turistas y peregrinos, por los que se reclamó seguridad, alimentos, medicinas, atenciones y hasta justicia sino que todos estos derechos sean compartidos con más de tres millones de campesinos que fueron y son marginados aún, por los civilizados». La realidad que contempla Espinal, es esa que reclama la acción y en la que el pueblo, de mayorías empobrecidas, se vuelca a la lucha por la conquista, defensa y reclama sus derechos. Sin embargo, muchas veces en nombre de la defensa de los derechos humanos se han violado sistemáticamente la dignidad de hombres y mujeres, niños y ancianos, de pueblos enteros. Y no han quedado exentos de este peligro, desde los gobiernos de izquierda populistas, hasta los extremismos de derecha, pasando por los de centro.
Para Espinal la pluralidad del pensamiento y la acción, no sólo es necesaria y enriquecedora, sino que también arroja luces sobre el contexto. Pues, una ideología política o religiosa, que solamente crea utopías que la acomoden en la historia, no sirve para defender los derechos humanos. En este sentido Luis Espinal sostiene: «Las palabras y el pensamiento los queremos para iluminar las situaciones nuevas; lo antiguo ya está iluminado de sobra. Una ideología que sólo sirva para hacer autopsias ha perdido ya su juventud y su vitalidad. ¿Dónde está la doctrina que pronostica y se adelanta al futuro?»
La dualidad del pensamiento que tanto criticó Espinal, conduce, además, a una neutralidad cancerosa, que, por supuesto, es imposible sostenerlo como punto de inflexión y de análisis de los procesos sociales donde se define la autenticidad o no de todo derecho. «No se puede ser neutral entre el robado y el ladrón, entre el bien y el mal, entre el explotado y el explotador; por ganas de conservar una absurda imparcialidad». Por tanto, antes de ser naturales o productos culturales (positivos), los derechos humanos son ante todo derechos inalienables e inherentes al ser humano.
En su visión pluralista y compleja de los derechos humanos, sin perder de vista la espesura de la realidad, como forjador de un auténtico periodismo comprometido con el respeto de la dignidad del ser humano, sobre todo de los más pobres y marginados, Espinal criticó duramente la manera sesgada y amañada de hacer periodismo en Bolivia. Para él, el periodismo oficial produce en función del consumo y se basa en el sensacionalismo, pero un periodismo que defienda los derechos de los más pobres, no puede soslayar una comprensión cabal de la historia, de manera nueva, sin los lastres del historicismo. El verdadero periodismo, comprometido, se sustentaría entonces en la memoria popular: «El periodismo de hoy será la historia del mañana; el periodismo capta la historia en el momento en que se hace, antes que muera y se fosilice. Por esto en el periodismo, la historia aún está turbia, porque no ha habido tiempo para la objetivación, la estratificación y la distancia crítica. […] Así, en vez de hacer un periodismo que busca solamente los actos de los grandes, hay que hacer un periodismo que sea la memoria popular”.
Iván Castro Aruzamen