En alguna ocasión preguntamos por las razones que expliquen la irrupción de una izquierda latinoamericana con notables prácticas de corrupción (sintetizada en el término de “izquierda” delincuencial) y encontramos, en último término, en el cambio de la economía en general y en particular del capital, una de esas razones. Aunque válida nuestra inicial respuesta, resulta claro que debe complementarse con otra, referida a la responsabilidad de las propias sociedades latinoamericanas para el acceso, en muchos de nuestros países y elecciones representativas mediante, de la izquierda delincuencial al gobierno. Tanto las explicaciones estructurales de la economía mundial, como la respuesta de las sociedades latinoamericanas a esa condición estructural, representan mejor la amplitud de explicaciones a nuestra interrogante.
Las sociedades latinoamericanas se encuentran atravesadas por múltiples divisiones internas, con la consiguiente dificultad que ello supone para alcanzar, en esos países, la unidad nacional. La presencia tanto de variadas líneas divisoras internas (en lo económico, étnico-cultural, regional, principalmente), como de la incapacidad para superarlas, han cimentado el carácter profundamente inequitativo de estas sociedades. Este retrato de la desigualdad, así como la ausencia de exitosos proyectos nacionales hegemónicos son dos constantes en nuestra historia y muestran la manera en la que el capital se asentó en el continente. Ambas constantes afectarán de manera notable a la política y su tiempo.
Con la asunción de la izquierda delincuencial al gobierno, en muchos de nuestros países, de alguna manera el continente paga el tributo histórico a su incapacidad de resolver ambas constantes históricas. La propia incapacidad de estas sociedades para formular exitosos proyectos nacionales hegemónicos nos señala que aquí la misma cuestión hegemónica es algo no resuelto. Hablamos -recordemos- de un proyecto hegemónico, entendiendo por hegemonía no la mera dominación, sino la capacidad de establecer amplios consensos nacionales. Por ello, en ausencia de estos consensos, los denominados proyectos hegemónicos han terminado rápidamente en simples proyectos de dominación.
Dijimos, por otra parte, que esa ausencia se encuentra vinculada a la forma en la que el capital se ha asentado y se mueve en estos países; consideraciones que ejercerán, al mismo tiempo, efectos negativos sobre la vida política nacional. Para resumir la idea respecto a la manera en que el capital se ha asentado, anotemos que en términos generales y salvo enclaves específicos, ese asentamiento ha dado como resultado el que la fuerza de trabajo experimente una subsunción formal y no real, al capital; o sea que éste se ha asentado de manera incompleta en el continente, visto desde los requerimientos de la constitución clásica del capital. En estas condiciones, el mando del capital es ejercido en circuitos cortos de la circulación del capital, es decir la lógica del capital no abarca la totalidad del proceso económico-productivo ni, por supuesto, la formulación y el ordenamiento de los hábitos culturales de acorde a los requerimientos del capital. El capital circula en y por medio de lógicas no capitalistas, con las consiguientes “deformaciones” (insistamos nuevamente; de acuerdo a los requerimientos ideales del sistema político liberal) de sus estructuras políticas.
Tal es así que el tiempo político resultante de ello, en nuestro continente, suele ser corto. El tiempo político para el Estado, es verdad, resulta distinto al tiempo político de la sociedad, como también es cierto que el tiempo de un proyecto nacional en el Estado o en la sociedad son diferentes. En todo caso, el tiempo en estos elementos es diferente; la duración, corta o no, de vigencia de esos tiempos dependerá tanto de la capacidad de consenso mostrado por el proyecto en el momento de su constitución, como por la manera en que cada historia interna (la del Estado, de la sociedad o la de la vida democrática) recepciona tales proyectos. Históricamente, en todos estos tres campos los proyectos nacionales hegemónicos han tenido, variantes más variantes menos, corta vida. Así, pese al dinamismo mostrado en el ensayo de diversos proyectos políticos, la corta duración de cada uno de ellos y la alternancia entre uno y otro proyecto, han permanecido como constantes, junto a las múltiples inequidades internas, por lo que ambas constantes representan el tributo histórico que esta deuda exige.
La forma en la que se expresa el pago de ese tributo es la irrupción de gobiernos autodenominados de “izquierda” (el MAS en Bolivia, el kirchnerismo en la Argentina, el PT en Brasil, el chavismo en Venezuela, etc., etc., etc.), con el despliegue de amplias prácticas delincuenciales desde el gobierno. Esta izquierda delincuencial es la forma en la que, desde nuestras mismas sociedades, se responde a la situación del presente. Situación generada por la no resolución de las múltiples divisiones internas, de contradicciones de todo tipo, pero también como testimonio que estas mismas sociedades no tuvieron la capacidad de resolverlas.
Entre las manifestaciones de esa incapacidad se encuentra la distancia social que, a pesar de todo, en sociedades con tantas divisiones internas resultan antes mental que económica, étnica-cultural o regional. El mestizaje, la movilidad social, las migraciones, tanto internas como externas, han disuelto en gran medida las identidades culturales que entraron en relación irresueltamente conflictiva desde 1492. De esta manera, en nuestros tiempos, la propia noción “identidad cultural”, tiene connotaciones no únicamente étnicas, culturales, económicos o sociales, sino a la vez ideológicas. Sin embargo, el que el proceso de disolución no alcance a los núcleos identitarios de base o el que la disolución se expresa en manifestaciones -llamémoslas así- culturales secundarias, habla de un proceso inacabado e inacabable. A pesar de ello, el amplio proceso de mestizaje y sin negar la persistencia de núcleos de identidad cultural, puede ofrecer la posibilidad de privilegiar los elementos culturales convergentes antes que los disonantes, para la formulación de consensos nacionales. Desde ya, el que no se hubieran alcanzado consensos históricos suficientes como para sostener por largo lapso de tiempo proyectos hegemónicos, habla a su vez de la incapacidad de la dirigencia política democrática del continente para formular tales proyectos.
Como se observa, a sociedades con elevados grados de politización, como son notoriamente alagunas sociedades latinoamericanas, no necesariamente corresponde una clase política madura. Al igual que en la mayoría de los casos, sociedades políticamente maduras suelen contar, extrañamente, con una clase política atrasada y premoderna. Esta última característica se refiere precisamente a la incapacidad para formular proyectos políticos en base a consensos nacionales. Las elecciones presidenciales en Bolivia, el pasado mes de octubre, ejemplifican la paradoja. Una sociedad que el pasado año se liberó, movilización democrática nacional mediante, de la dictadura delincuencial encabezada por Evo Morales del Movimiento al Socialismo (MAS), se encontró con una dirigencia democrática inepta, corrupta e incapaz de ofrecer una alternativa política nacional. Como resultado de ello vimos el giro de un sector de la sociedad boliviana, nuevamente hacia el partido de la delincuencia organizada y así el MAS retornó otra vez al gobierno. En resumen, contradicciones no resueltas, divisiones internas múltiples y una clase política atrasada, son las monedas gracias a las cuales los outsiders de la política, populistas disfrazados bajo cualquier barniz ideológico (“socialista” como Maduro en Venezuela o “liberales” como Bolsonaro en Brasil), pueden hacerse del poder político en América Latina.
Más allá de los eventuales triunfos electorales de la izquierda delincuencial, las causas que provocaron que las sociedades les extendieran cartas de ciudadanía política, siguen reproduciéndose. Las contradicciones continúan su camino de multiplicación debido a que las muchas divisiones internas siguen ampliándose. Queda claro en ello, que la superación de la pobreza propositiva de la clase política puede nacer en el seno de la misma sociedad politizada. Ello implica que las propias demandas sociales y ciudadanas, de las que se apropió la izquierda delincuencial (con el beneplácito de una dirección sindical corrupta y prebendal), puedan recuperar su legitimidad, independizándose de los lazos de la delincuencia en la política, para la cual estas demandas son simples camuflajes de ocasión.
Omar "Qamasa" Guzmán es sociólogo y escritor