La matanza de cóndores, a fines de enero pasado, en una comunidad campesina en Tarija (Bolivia) es reveladora, por múltiples razones, del estado en el que se encuentra el movimiento campesino en este país. Descubre prácticas económicas mercantiles, ordenamiento social y visión del mundo, es decir, un pensamiento ideológico ajeno a las raíces ancestrales andinas. El simbolismo que encierra esa matanza es tan fuerte que termina mostrándonos también la desnudez en la que el movimiento campesino boliviano, junto a su gobierno, el Movimiento al Socialismo (MAS), se encuentra.
Tal es así que la matanza dejará, inicialmente, al descubierto en múltiples sentidos la falsedad del discurso y del proyecto del gobierno del MAS. El cóndor -recordemos- no solamente figura en el escudo nacional (lo hace, por lo demás, en las banderas de varios países sudamericanos), sino es considerado, en la cosmovisión andina, un ave sagrado. Su simbolismo forma parte de muchos ritos ancestrales, así como de rituales de limpieza y de sanación. Por último, se trata de un ave que forma parte de las especies en peligro de extinción. El que la matanza hubiera sido protagonizada por comunidades campesinas es por ello altamente revelador del estado real del movimiento campesino boliviano, en relación a la cosmovisión indígena andina, a sus principios y a sus valores. Para desarrollar nuestro criterio, primero nos referiremos a las implicaciones de la matanza y luego al alcance que, según nuestro razonamiento, tiene ello en un contexto mayor, como es el de un gobierno.
En términos generales digamos que, inicialmente, la matanza refleja la impunidad con la que, desde el 2006, los derechos de la naturaleza son atropellados por comunidades campesinas, comunidades de cocaleros del Chapare cochabambino y asentamientos de colonizadores (hoy, demagógicamente, autodenominados “multiculturales”). El TIPNIS, Chaparina (donde el actual vicepresidente, Choquehuanca, escenificó un autosecuestro para dar al tirano de turno, Evo Morales, argumentos para arremeter en contra de los defensores de ese territorio indígena), los incendios de la Chiquitanía ocasionados, grandemente, por los chaqueos y la tala de árboles, lo ejemplifican.
Probablemente para el lector que no vive en Bolivia resulten extraños estos hechos porque la propaganda aseguraba que se trataba de un gobierno “indígena” que suscribía, además, toda declaración internacional de protección a la naturaleza, que se le presentaba. El desencuentro entre la real gestión de gobierno caracterizada por el atropello a los derechos de la naturaleza y lo que la propaganda oficial boliviana presentaba (y lo sigue haciendo, con insistencia desde la vicepresidencia) es una característica consustancial al origen mismo de los gobiernos del MAS y nos remite al uso instrumental del discurso ecológico por parte de ese gobierno y sus principales grupos sociales de apoyo, esto es, campesinos y colonizadores. En la confección de la mentira tenemos, al mismo tiempo, el conveniente apoyo de publicistas, medios de comunicación y diplomáticos.
De hecho, pero, todo este esfuerzo fue inútil desde un principio, porque ya entonces les era ajeno la apoyadura ideológica. Gracias a ello se abrieron la puertas del MAS para que en la confección de la mentira participaran charlatanes, supuestos maestros espirituales andinos y ritualistas salidos de cualquier escuela elemental de formación de actores. En este sentido, la presencia central de narco-amauta, simulando un supuesto ritual ancestral de consagración de mando a Evo Morales, en Tiahuanacu, fue muy ilustrativa. Las burlas siguieron, después, en todos los órdenes: “rituales andinos” (es un decir, se entiende) a la medida de los equipos protocolares de los ministerios y destinados para la distracción de la prensa; mujeres “indígena-campesinas” en cargos de autoridad -como la expresidenta del Tribunal Supremo Electoral- cambiando, según la ocasión, la pollera por el vestido aunque cuidando, eso sí, estar convenientemente disfrazadas cuando de recibir a alguna delegación internacional se trataba.
Ante este manoseo del discurso y la simbología andinas desde las altas esferas del poder político, ¿por qué sorprenderse que comunidades campesinas, como en Tarija, protagonizaran la matanza de cóndores, animal considerado sagrado en la simbología andina? La disolución del universo simbólico andino, dentro del campesinado boliviano viene de larga data, pero se ha agudizado notablemente con los gobiernos del MAS. Resulta claro que una de las consecuencias del burlote permanente ha sido el desplazamiento de los principios andinos y la modificación de la escala de valores, en estos sectores. Los valores considerados espirituales han sido relegados al olvido y reemplazados por consideraciones económicas particulares, las cuales tienen ahora una importancia casi absoluta. No puede reducirse este proceso (como alguna interpretación vulgar lo hace) a los supuestos de la economía mercantil, porque en ese caso no comprenderíamos las razones, por ejemplo, por las cuales en la India no se producen matanza de vacas -animal sagrado en ese país-, siendo la economía de la India regida por el mercado, como la boliviana.
Es difícil pensar que cualquier proyecto político pudiera tener viabilidad si no cuenta con sustento ideológico. Vimos que la disolución de lo indígena andino comenzó con la distorsión de sus elementos discursivos, hasta vaciarlos de contenido. Es cierto que todos los elementos de un discurso se encuentran en interrelación, formando una unidad a través de la que se articulan con el mundo del cual surgieran. Pero, a pesar de ello, es posible que, en medio de los cambios del contexto, los propios elementos del discurso se modifiquen con el propósito de adaptarse y reproducirse en el tiempo. Uno de los principales requisitos para ello será, sin embargo, que al menos los elementos nucleares del discurso sean preservados, y con ello el cuerpo de principios y la escala de valores.
Pues bien, nada de ello ha ocurrido en el caso boliviano. Vimos que, por medio del MAS, los sectores campesinos, colonizadores y amplios grupos de mestizos urbanos, han vaciado de contenido al discurso y sus elementos. Consiguientemente también se ha modificado la escala de valores y los principios andinos ancestrales han sido sustituidos. En estas condiciones no es de extrañarse por la falta de correspondencia “entre lo dicho y lo hecho” por los gobiernos del MAS, así como sus grupos sociales de apoyo. Las manifestaciones que ilustran este desencuentro son el ecocidio, la matanza de animales y el total desprecio a la vida en cualquiera de sus formas.
Estas falsedades, obviamente, no tienen por qué ser la perspectiva última de los elementos de un discurso. Como en múltiples columnas anteriores señaláramos, esa falsedad en realidad fue funcional a las necesidades de la delincuencia organizada; notoriamente y casi sin disimulo, en el anterior gobierno de este partido. Con todo, la solidez del discurso andino lleva a pensar en la posibilidad de su validez universal, y ello a pesar del manoseo de la delincuencia organizada. De hecho, como cualquier otro principio, únicamente se puede llegar a ser universal, “hundiéndose en su propia aldea”. Así como se accede a la universalidad por medio de lo local, así también el ejercicio de los valores y de los principios comienza, siempre, en el plano concreto, micro, local.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo