No es exclusivo de Bolivia, sino un fenómeno que se extiende por toda Latinoamérica (aunque en uno que otro lugar suele pasar poco advertido), pero en este país altiplánico la imposibilidad de la constitución nacional se manifiesta de manera explícita. Es el carácter abigarrado de su sociedad, lo que explica la incapacidad para desarrollar proyecto nacional alguno. En las siguientes líneas presentaremos algunas ideas generales sobre el tema, puntualizando que sólo se trata de aproximaciones a la cuestión.
La imposibilidad boliviana para la construcción nacional expresa grandemente el temperamento de cada particularidad social y su fracaso por imponer un proyecto hegemónico, a la diversidad. El carácter abigarrado de esta sociedad constituye el fundamento estructural para la fallida construcción nacional. En cada uno de estos elementos (sociedad boliviana abigarrada, proyectos de construcción nacional y el fracaso de cada uno de ellos), a su vez, se encierran razones subsecuentes que retratan aquella falla en todas sus consecuencias.
Comencemos diciendo que el carácter abigarrado de esta sociedad se manifiesta en la falta de articulación y unificación nacional. Este hecho abarca los campos social, económico e ideológico, principalmente. En lo social, a la tradicional división económica de toda sociedad, añadamos las diferencias étnicas y culturales, particularmente las referidas a las mentalidades y a las culturas políticas. La importancia de esta última destaca cuando se observa el problema de la democracia. En torno a ésta surgen dos concepciones, casi antagónicas. Una comprende la democracia como el respeto a las libertades individuales y la otra como la vigencia de las libertades colectivas. En estas últimas libertades, es la colectividad la que prevalece sobre el individuo y su libertad. Así, la mentalidad colectivista termina anulando la libertad individual. Resulta claro, sin embargo, que de esa manera no se logran consensos sociales democráticos y al contrario se alimenta un estado de confrontación social interno.
La imposibilidad de la construcción nacional conlleva, pues, este desencuentro democrático y da lugar, además, a la formación de hegemonías pobres, de las clases y grupos sociales que impulsan cualquier proyecto nacional. Esa imposibilidad, en definitiva, explica la presencia de un mercado interno pobremente articulado, así como la ausencia de una ideología nacional, globalmente aceptada. Cada unidad, en esta abigarrada sociedad, tiene su propia visión, su propia ideología “nacional” respecto al país, que no es sino su propia ideología sectorial o de clase. En estas condiciones, no es posible, acto seguido, construir sólidas instituciones estatales.
El desencuentro múltiple que causa lo abigarrado torna no solamente la formulación de proyecto de construcción nacional como un asunto particular, sino también lo hace de la misma manera con la administración del Estado, y en general del poder político. Por ello se habla de la puesta en práctica de una concepción instrumental de la política, razón por la cual, en última instancia, este Estado no conoce la independencia de poderes. Al contrario, los principales poderes (como el legislativo o el judicial), así como las principales instituciones, como la Procuraduría o la Fiscalía, son únicamente mecanismos para la implementación de las políticas diseñadas por el poder ejecutivo, del gobierno de turno y específicamente del partido de gobierno. El Estado mismo, es decir la institución del asunto de la cosa pública, termina siendo asumido como una institución de propiedad particular. La empleomanía, a cosa de las arcas fiscales, deviene de esta manera en un mecanismo de sujeción de lealtades partidarias, de recompensa a los activistas del partido y de carta de negociación para fomentar el transfugio político.
Lo interesante es observar que el fracaso de los intentos, viene desde todos los sectores sociales y desde todos los discursos ideológicos, vale decir desde todos los horizontes sociales y desde todos los ámbitos discursivos. En cada uno de los casos, visto en perspectiva, se trató de intentos fallidos. Lo fue con el liberalismo de principios del siglo XX impulsado por el señorío, lo fue con el nacionalismo intentado por la pequeña burguesía, con el marxismo y la clase obrera -notorio con la Asamblea Popular durante 1971- , con el “socialismo” y el “indigenismo” del Movimiento al Socialismo (MAS) de principios del presente siglo a pesar del apoyo principalmente campesino con el que contaba. En todos los intentos, sus impulsores sociales (oligarcas, clases medias, obreros, campesinos) han dilapidado rápidamente el alto apoyo social nacional con el que al inicio de cada intento, contaban. Dicho de otra manera, han malgastado los excepcionales grados de disponibilidad social y estatal, para devenir rápidamente en proyectos políticos sin perspectiva nacional. Esos fracasos, incluso, pudieron anticiparse desde el principio de cada intento, porque ahí quedaban reveladas los obstáculos estratégicos inherentes a cada actor político y a cada clase o grupo social que representaba. Ello explica, sucesivamente, el temor de J. M. Pando a principios del siglo XX para sostener la alianza con Willka; el temor obrero para hacerse cargo del gobierno que habían conquistado (en 1952 y en 1970), la resistencia de la clase media en 1952 para diseñar políticas económicas de forma independiente al FMI y, claro, el temor del MAS a la democracia, a la alternancia en el poder, a la libertad de prensa e incluso al simple respeto al medio ambiente.
Decíamos que los fracasos podían preverse ya en los inicios de cada intento y ello es particularmente notorio en el caso del MAS. En la ritualidad andina, el maestro (llamado yatiri) observa las primeras señales, para interpretarlas, es decir para “leerlas”. Como todos recuerdan, Evo Morales se hizo posesionar como presidente en enero del 2006, en Tiahuanaco, para mostrar a la prensa, principalmente extranjera, que se trataba del primer gobierno indígena. La teatral puesta en escena de esa mentira, hubiera pasado como verdad, a no ser por el “maestro” del supuesto ritual. Ese personaje resultó ser un narcotraficante y así, el narco-amauta, sin pretenderlo, claro, revelaba el verdadero carácter del gobierno de Morales y su partido. La lectura que puede hacerse de esa “señal” (un narco invistiendo de autoridad al supuesto indígena presidente) es contundente e invita a recordar un dicho de nuestros mayores: “más claro, agua”. Lo que vino después (la destrucción de las organizaciones representativas de los Ayllus a costa de prebenda, el atropello a los pueblos indígenas del TIPNIS, el hostigamiento a la prensa independiente, el desconocimiento a la consulta democrática del referéndum del 2016, la imposición de la aceptación del prorroguismo dictatorial gracias al servilismo del Tribunal “Constitucional”, etc., etc., sin hablar ya de los sonados hechos de corrupción) no era sino la concretización de lo anticipado por la señal dada en el narco burlote de Tiahuanaco.
Las perspectivas, en Bolivia, para desarrollar un proyecto nacional en estas condiciones son simplemente sombrías. Nada apunta a que las tendencias de los procesos macro-sociales que lo generan, puedan revertirse a corto plazo. Al contrario, todo señala que las mismas se profundizarán, ahondando la división interna de esta sociedad. A ello aportan con esmero los operadores del MAS, en el poder judicial, en la Procuraduría y otras instancias; entre todas ellas contribuyen a dejar en muy en claro que en este país, su sociedad apenas se encuentra unida por la fuerza de las circunstancias.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo