El mundo se aproxima al umbral de un momento de cambio muy profundo; cambio del cual, luego, principiará una nueva realidad. A este tipo de profundos cambios, a partir de los cuales las cosas comienzan a ser diferentes, los llamó René Zavaleta Mercado, “momento constitutivo”. Tal es la profundidad del proceso histórico en curso, de cuya dimensión el hombre no ha tomado cabal conciencia.
El motivo para ello radica en el predominio de viejas mentalidades; lo cual explica el carácter evasivo de la postura, con la que el hombre se aproxima al próximo momento constitutivo. Pero hacerse de la vista gorda y mirar a otro lado no solamente no cambia las cosas, sino que refleja tanto la inmadurez humana como, acto seguido, el tipo de momento constitutivo que se nos aproxima. Son varios los factores que adelantan un profundo cambio, de los cuales únicamente apuntaremos cuatro: el cambio climático, la guerra, los totalitarismos y la pandemia. De este nudo de crisis hemos reunidos los factores que el hombre no controla a plenitud (la crisis climática y la crisis de salud) y dos que son consecuencia directa de la toma de decisiones del ser humano (la guerra y los totalitarismos). Es este encuentro paradojal -lo veremos- lo que hace del momento constitutivo venidero, uno de carácter catastrófico.
Para decirlo con todas sus letras: se próxima un momento constitutivo catastrófico para la humanidad. Lo hace, dijimos, en gran medida por la postura evasiva que el ser humano adopta ante el nudo de crisis desatadas; pero también, porque esa misma postura expresa la incapacidad para implementar un proyecto que articule todos los esfuerzos a fin de enfrentar el proceso crítico. Esto nos lleva a diferenciar dos tipos de “momento constitutivo”. Uno, en el que grandes unidades sociales (nación, clases, culturas) se articulan en torno a determinados proyectos propuestos; es decir, se articulan gracias a una interpelación exitosa. Otro, en el que no se observa articulación alguna y, al contrario, predomina la dispersión y las iniciativas particulares. Al primero podríamos denominarlo positivo, porque la unificación de esfuerzos tras un proyecto conlleva cierto grado de madurez de conciencia, mientras que al segundo lo llamaríamos catastrófico, por cuanto la dispersión de esfuerzos -en gran parte esfuerzos contradictorios entre si- se asienta en el particularismo miope.
Para referirnos al momento constitutivo catastrófico que asoma, tomemos el nudo de las cuatro crisis. La primera actitud irracional que se observa del hombre es que, ante las crisis sobre cuyos factores tiene limitado control (el cambio climático y la pandemia), no existen esfuerzos mancomunados para hacerles frente. La segunda pareja de las crisis (la guerra y los totalitarismos) por su parte, muestran algunas razones de fondo para que ello sea así. Nos referimos a la crisis de gobernanza global, como consecuencia de la incapacidad de las instituciones internacionales del comercio, la economía, etc., para adecuarse a los cambios globales impulsados, en último término, por la evolución del capital. Otro motivo se encuentra en la (para llamarla de alguna manera) crisis de la “ideología de la democracia”; vale decir, se encuentra en la visión de un mundo democrático. La crisis de la democracia -insistamos, entendida la democracia como ideología epocal- ha dado lugar a que surgieran totalitarismos de todo disfraz, incluso con disfraz democrático, permitiendo la emergencia de inéditas democracias totalitarias, como en Estados Unidos bajo Trump, o en Venezuela, Nicaragua, Bolivia, etc.; gobernados, estos últimos, por agrupaciones delincuenciales autodenominadas de “izquierda”.
Líneas atrás apuntábamos que las respuestas dadas a las crisis se caracterizaban por su tono evasivo y que, en parte, ello se debía al predominio de viejas mentalidades. Observemos las respuestas dadas al totalitarismo en Nicaragua, para ilustrar el gran obstáculo que suponen las viejas concepciones. Como se recordará, tuvo que ser una gran presión mundial, la que posibilitara que, finalmente, el Papa se pronunciara en relación a la represión que la dictadura nicaragüense desató en contra de la iglesia católica de ese país. El Papa dijo: “sigo de cerca, con preocupación y dolor la situación creada en Nicaragua”. La situación en ese país centroamericano, mostró en la sañuda persecución a la iglesia uno de sus últimos puntos altos con la detención, el pasado viernes 19, del Obispo de Matagalpa, Rolando Alvarez y otros siete miembros de la Diócesis. También el exiliado Obispo auxiliar de Managua, Silvio José Baéz, se pronunció por la detención de Alvarez y exigió su liberación, así como la de todos los presos políticos. El pedido de Monseñor Baéz fue incluso un llamado -aunque sin nombrarlos- a gobiernos similares al de Nicaragua, como los de Venezuela, Bolivia y Cuba, cuando dijo “liberen a todos los presos políticos de América Latina”.
Diversos observadores se preguntaron del por qué tardó tanto tiempo el Papa en pronunciarse, siendo que la actual ola represiva a la iglesia comenzó los primeros días de este mes de agosto. Esta última ola, además, forma parte de los constantes ataques del gobierno de Ortega – Murillo en contra de esa institución desde, al menos, el año 2019. En nuestro criterio, una de las razones se encuentra en el mundo de las ideas. Desde fines de la década de 1960 se han expandido nobles principios, tales como la opción por los pobres, luego condensados como cuerpo doctrinal en la Teología de la liberación. Paralelamente se han expandido criterios que situaban al mundo indígena como una reserva moral, capaz de dignificar la política y, mediante políticas sociales, reducir la brecha entre ricos y pobres. Cuando a principios del presente siglo asumieron el gobierno fuerzas afines de aquellos ámbitos discursivos, muchos creyeron que, finalmente, se hacía realidad el tan anhelado proyecto de gobiernos honestos y con sensibilidad social.
El barniz ideológico y social con el que esos gobiernos de “izquierda” se presentaron, además del predominio de las viejas ideas en las sociedades, facilitó a muchos la tarea de negación a las evidencias. Aquellos gobiernos ni eran honestos (todo lo contrario, devinieron en verdaderas agrupaciones políticas delincuenciales) y ni representaban reserva moral alguna, como lo demostró abundantemente el supuesto gobierno indígena en Bolivia, bajo la administración del narco-dictador Evo Morales. Resulta tan abrumador el peso de las viejas ideas que, en el caso de Nicaragua, sólo recién comienza a insinuarse modificaciones en el mundo de las ideas, de instituciones importantes que veían con simpatía a esos gobiernos de “izquierda”.
Esa misma pesadez con la que se mueven las ideas puede observarse en las respuestas a las demás crisis. Tal es así que las advertencias de la comunidad científica, acerca de la catástrofe que el cambio climático ocasionará, apenas alcanzan a provocar, en el mejor de los casos, leves sensatas iniciativas. Todo ello, pese a que la evidencia muestra olas de calor, particularmente en Europa, Norteamérica y China, sin precedentes, dejando las represas de agua en niveles tan bajos que ya se habla de sequía.
Es evidente que entre el desarrollo material (de lo cual injustificadamente se vanagloria el hombre) y el desarrollo de la conciencia humana, hay un desfase. Es algo que ya Walter Benjamín, en sus tesis sobre la historia, nos lo hacía ver. Pero hoy, lo notoriamente llamativo resulta que el desarrollo material no sólo es instrumentalizado para sostener desgastadas estructuras de poder, sino para evitar afrontar los problemas que el nudo de crisis amenaza con expandir. Son estos hechos, por tanto, los que muestran el grado de inmadurez de la humanidad para enfrentar el actual proceso histórico, que nos aproxima a un momento constitutivo catastrófico.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo