
La idea de la participación política de las masas (masificación) se desarrolló sobre todo en Europa en el último tercio del siglo XIX con un doble significado: que esas masas estaban conformadas por trabajadores y que, además, eran de por sí más grandes que las agrupaciones de las élites gobernantes tradicionales.
En tal sentido, la noción de “masa” en política estuvo al principio fuertemente influida por la concepción revolucionaria marxista, que la empleó para expresar con ella no solo al movimiento obrero, sino asimismo a todos los otros sectores sociales que consideraba víctimas de la explotación económica burguesa, colectivo global al que creía consciente de su situación sojuzgada tanto como del camino que debía seguir para lograr su correspondiente emancipación.
Desde una óptica contraria y conservadora, también a partir de aquellos años se atribuyó a la masa una condición de inferioridad intelectual y moral y se sustentó, con ese enfoque, la figura de un ignorante “hombre-masa” cuya personalidad y racionalidad –se decía– se disolvían en la contagiosa euforia de la muchedumbre amiga del desorden y la vulgaridad. No obstante, esa misma visión se hizo redituable cuando poco más tarde se potenciaron los “medios masivos”, ávidos de públicos, y cuando las democracias electorales abrieron paso a acciones políticas pacíficas y a la construcción de mayorías parlamentarias como requisito para la estabilidad gubernamental.
Todos esos aspectos –cantidad, rebeldía de clase, irreflexión, sumisión, anarquía, ordinariez, difusión, popularidad, plebiscito y legitimidad– confluyen y se mezclan como herramientas contemporáneas para el juzgamiento de la vida política, particularmente de las variadas formas que adopta el populismo.
Si se aplica el criterio numérico al caso del llamado Movimiento al Socialismo (MAS), hay que destacar aquí su masividad. Esta organización fue calificada como la “más grande” de Bolivia en los últimos años, hecho cierto en materia de población afín, pues se estima que su militancia ronda aún el millón de personas, cifra que más o menos representaría el 13,6% del actual padrón electoral. Según ese punto de vista cuantitativo, el MAS puede ser definido como una “organización de masas”.
A mediados del pasado siglo, fue el Movimiento Nacionalista Revolucionario, gestor de la revolución modernizadora de abril de 1952, el partido mayoritario: sobre una población nacional total de casi 3 millones, tenía un respaldo efectivo de alrededor de 750.000 obreros y campesinos movilizados, cerca del 10% de ellos miembros de milicias armadas, y en la primera elección con sufragio universal que hubo en el país (1956) llegó a obtener 815 mil votos (85.3%). Hoy sus militantes no llegan a 80 mil; claramente dejó de ser masivo.
Ese mismo rumbo de decrecimiento es el que tiene emprendido el MAS. Que haya sido clasificado como “grande” (algo bastante distinto de que hubiese tenido “grandeza”), quiere decir simplemente que supo atraer a mucha gente, en especial mediante relaciones de tipo prebendal. Si se toma en cuenta, por ejemplo, que los funcionarios públicos suman a la fecha cerca de 600 mil –la burocracia creció en casi 1.500% desde 2006– es comprensible que los empleos constituyeran un “gancho” fundamental para su militancia. Se podría entender, por tanto, que mantendrá sus afiliaciones mientras le sea posible ofrecer compensaciones con recursos del Estado.
Al quedarse hace poco sin la sigla de la organización, su exjefe convocó a abandonar el MAS y anunció la renuncia inmediata de un millón de militantes, o sea de la totalidad de los que están registrados. Pero esa retirada solo fue ejecutada por menos de tres mil de sus seguidores. Esto sugiere que la vinculación masista con el aparato estatal es una fuente clave de sus adhesiones, algo que enfrenta ahora un grave riesgo de colapso.
Las elecciones generales que se avecinan contienen la probabilidad de un viraje de 180 grados en los agentes y los modos de conducción del país, lo cual representa un factor de primera importancia para una próxima pérdida real de masividad del masismo. A ello se suma el hecho de que éste, marcado por el fracaso económico y la corrupción política, está descabezado y vive un acelerado proceso de descuartizamiento.
El MAS fue una fuerza numérica significativa desde 2005, aunque estuvo sobrerrepresentado en las estadísticas electorales de ese año y de los cuatro comicios siguientes. Las votaciones de agosto venidero sellarán, por las tendencias que es dable reconocer al momento, su franco ingreso en una etapa (¿final?) de desmasificación.
El autor es especialista en comunicación y análisis político