OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
Es innegable que la candidatura a la presidencia de la actual presidenta interina, Jeanine Añez, ha modificado el tablero político nacional. La experiencia de este tipo de impacto tuvo su antecedente, aunque con mucha menor intensidad, en el anuncio de la candidatura de Jorge Quiroga. Sin embargo, mientras que el impacto de la candidatura de Quiroga se limitó al campo político (así denominaba el desaparecido sociólogo francés Pierre Bordieu, al pequeño espacio en el que se encuentran los partidos políticos), el de Jeanine Añez rebasó ampliamente ese estrecho campo y accedió con fuerza al universo del soberano, es decir del electorado.
Para contextualizar el comportamiento que hoy por hoy muestran los principales partidos políticos democráticos, partimos de la idea de que el votante buscará, en las próximas elecciones, en lo fundamental certidumbre. Dada la experiencia política inmediata (la derrota a la dictadura delincuencial del gobierno de Evo Morales, por una sociedad movilizada pacíficamente), el interés de la preservación, consolidación y desarrollo del sistema democrático ocupará un lugar destacado en la atención del votante. La competencia entre las principales opciones democráticas por lograr apoyo electoral debería girar, pues, alrededor de este propósito. Al mismo tiempo, en la venidera competencia electoral no puede negarse que las acciones desarrolladas en estos dos últimos meses por las candidaturas y sus organizaciones políticas, tienen un efecto que se extiende hasta la contienda electoral.
Aclaremos que en estas afirmaciones iniciales subyacen al menos tres supuestos. Primero, la herencia o acumulación democrática que ha dejado la movilización nacional, en la conciencia de la sociedad. Diríamos que se trata de una sociedad en la que, al alto grado de politización que le caracteriza, se suma ahora la adhesión inquebrantable a la democracia representativa y sus consecuencias institucionales (la separación de poderes y la independencia de los mismos). Segundo; este nivel de politización ha agudizado la percepción colectiva respecto a las opciones democráticas, al punto tal de tener sobre ellas una perspectiva global acerca del discurso democrático que ofertan. Forman parte de estos discursos, claro, las prácticas partidarias. Tercero; la comprensión del valor de la democracia como mecanismo para alcanzar consensos respecto a temas económicos, de salud, productivos, etc. Esto quiere decir que comienza a vislumbrarse, en la comprensión colectiva, que la democracia por sí misma no resuelve ningún problema de esas áreas, pero sí permite preservar los mecanismos instituciones para el diálogo social, en busca de consensos en dichas temáticas.
Pues bien, lo que se ha visto en estas primeras semanas de este 2020, en materia pre-electoral, es el desmembramiento de Comunidad Ciudadana (CC), principal fuerza política opositora al Movimiento al Socialismo (MAS), en las anuladas elecciones de octubre pasado. La separación de aliados como algunas fuerzas políticas de La Paz o de Tarija -entre los principales- hablan, en concreto, de la incapacidad de CC por mantener la cohesión de aquella exitosa fórmula de octubre. En realidad la impericia del equipo asesor de Carlos Mesa, candidato presidencial de CC, ya quedó en evidencia en las elecciones de pasado año. Esa incompetencia se manifestó en el manejo intrascendente de la pasada campaña electoral; aunque aquella ineptitud quedó disimulada al salir del foco de interés de analistas sociales y en general de la ciudadanía, debido a la movilización democrática en contra de la dictadura. Sin embargo de ello, aquella incapacidad es algo que al menos debió haber percibido el candidato presidencial, a la hora de la evaluación en detalle de la contienda electoral. Fue esa misma ineptitud la que ha llevado a ni siquiera poder mantener al menos la unidad lograda el pasado año; para no hablar de nuevas adhesiones. En este orden, el discurso que Comunidad Ciudadana ofrece al electorado no es precisamente el de fortaleza, consistencia y seriedad, sino el de debilidad y extravío. Por ello no se exagera al decir que esta opción electoral está ofreciendo todo lo contrario de lo que el país requiere, para la preservación y el desarrollo de la institucionalidad democrática.
Al contrario de este cuadro, la inesperada candidatura anunciada por la presidenta interina ha conmocionado el campo político debido a que expresa un discurso político distinto. No solamente se trata de una diferencia que nace del pedido presidencial, formulado con insistencia, para la conformación de un solo frente (inviable, por lo demás; lo dijimos), sino principalmente por la certidumbre que ofrece a la ciudadanía, respecto al cumplimiento de las principales metas establecidas al inicio de la toma del timón del Estado: la pacificación y elecciones limpias, garantizadas por un órgano electoral confiable. Es esta práctica discursiva la que permite aventajar a la candidatura de Añez sobre el resto, en particular, incluso, sobre la de Carlos Mesa. No hay duda que las razones para ello se encuentran, reiteramos, en el profesionalmente incompetente equipo de “expertos” en estrategia electoral de CC. No hay duda de ello, porque en el campo político la red de causas y consecuencias, entre los actores (i. e. partidos), es muy tupida, ya que alimenta a éstos en su consistencia para presentarse al gran público, es decir al electorado.
El proceso que abrió el país, luego del derrumbe de la dictadura delincuencial del MAS, no ha concluido, aunque se ha avanzado en los dos propósitos iniciales. La pacificación es una realidad, muy a pesar de guerrilleros del narcotráfico colombiano o de agresivos vándalos en las ciudades. Tampoco existen serias dudas respecto a la imparcialidad del órgano electoral, en la próxima elección. Con todo, téngase en cuenta que este proceso es saboteado constantemente desde, virtualmente, todos los ángulos: la Fiscalía y el solapado apoyo al ex-dictador que el Fiscal general Lanchipa presta (quien, por lo demás, le debe el puesto a Morales); el poder judicial, también puesto por el MAS; países injerencistas e incluso en alguna ocasión, la Unión Europea (UE) y últimamente, para extrañeza de muchos, CONADE. Estos obstáculos, sumados a los llamados a la sedición formulado por Morales y las amenazas de desestabilización interna de los productores de coca del Chapare, han sido sembrados desde el día siguiente de la huida de Morales y compañía. Ahora los mismos continúan con la inútil esperanza de escalar al nivel de incertidumbre. En este marco, además de las impericias de los “expertos estrategas” de CC o de la pérdida de rumbo democrático de CONADE (¡?), es de esperar que el MAS aproveche la situación, con una campaña cargada de mentiras, rencores, llamados al odio y a la descalificación de los contrincantes electorales. Es también de esperar que, mayoritariamente, el electorado sepa diferenciar a las candidaturas democráticas de las no democráticas, a las candidaturas serias de las poco serias.
Omar Qamasa Guzman Boutier es escritor y sociólogo