En esa repugnante querella por la candidatura y el control de la sigla, que no tuvo salida por las vías democráticas, y por ello trasladado a las calles, todo indica que, la guerra al interior del Movimiento al Socialismo (MAS), está ingresando a la última batalla.
Lo que al principio parecía un teatro, luego fue ganando intensidad, para convertirse en una verdadera guerra con la lógica de suma cero. Es decir, con la destrucción del enemigo. El evismo quiere convertir en cenizas al arcismo, y estos, pretenden “eliminar” al “monstruo” que ellos mismos han alimentado y que ambiciona obscenamente retomar el poder.
En esta lógica de suma cero, a ninguno de los bandos, le interesa y le inquieta los costos. Las perdidas en que puedan incurrir otros actores o grupos de la sociedad civil ajenos al conflicto, no les interesa en lo absoluto. Son indiferentes frente al dolor que causan a inocentes. En grado superlativo, en el bando radical evista, la maldad es intensa. Estaría presente en este comportamiento, la noción de Hanna Arendt, sobre la “banalidad del mal”. Esa maldad natural que tenían los oficiales nazis de la SS, en torturas y ejecuciones. Al margen de considerarlo natural, no sentían ningún remordimiento. En los bloqueos y su forma, estaría presente esa “banalidad del mal”. No sentirán después de tanto mal y daño provocado, ningún remordimiento
En esta guerra interna, 11 millones de bolivianos, que no tienen nada que ver en el conflicto, sufren dramáticamente las consecuencias de esta brutal medida, al punto tal de desencadenar una crisis humanitaria. Resulta inverosímil el escenario que provoca la ambición y obsesión incontenible de un individuo enfermo de poder que no logra estar lejos de él.
Ahora bien, en la batalla final, en esta guerra de suma cero, donde la violencia es el principal recurso en la correlación de fuerzas, el enemigo no solo debe ser derrotado, sino también destruido.
Veamos, entonces, cuáles son los recursos de fuerza y las capacidades con que cuenta cada bando.
Por un lado, el bloque radical evista, que pretende en esta última batalla, ya no solo habilitación sino también impunidad, tiene al bloqueo como su principal recurso de fuerza. Para ese fin, cuenta con un enorme contingente de jóvenes (“soldados”) afiliados de las seis federaciones de productores cocaleros. Estos, con una capacidad extraordinaria (hasta el momento de la conclusión de la columna), mantienen todavía cercada al departamento de Cochabamba, con 19 puntos de bloqueo.
Han salido airosos en todos los intentos de desbloqueo. Con técnicas y tácticas insurgentes, superaron a la policía. Todo indica que están entrenados para disturbios, manejo de explosivos, así como para defensa y ataque. No son “simples bloqueadores”. Han provocado hasta ahora más de 100 heridos, la mayor parte de ellos policías. Es el “ejercito”, mejor dicho, el grupo paramilitar del “Estado Mayor del Pueblo”. Están dispuestos a todo. Ignoran sin embargo que son vilmente utilizados como carne de cañón. Como en Sacaba y Senkata, algunos de ellos, serán sacrificados.
Ahora bien, los bloqueos, más allá de provocar interrupciones, de acuerdo con el macabro plan y el “rito del bloqueo”, deben provocar sangre, es decir, muertos. Capitalizando los muertos, en una escalada incontrolable, calculan la masificación de los bloqueos hasta conseguir la “defunción del poder” (Quintana, dixit). Es decir, la renuncia de Luis Arce. Previo baño de sangre, pretenden el fin del poder establecido. Si se observa bien, los recursos violencia y muerte, son las principales armas. Los bloqueos, en el fondo, más que impedir el paso y tránsito de personas y productos, buscan generar aquello.
Pues bien, cabe preguntarse, cuanto tiempo más podrían sostener con éxito esta medida. Los bloqueos demandan un enorme esfuerzo de logística y recursos. Si no se les da importancia, con los sacrificios que esto supone, se desgastarían solos. Si no consiguen violencia y sangre, sus bloqueos habrían fracasado.
Por el otro lado, el bloque arcista, en recursos de fuerza, cuenta con todo el poder que concede el manejo del Estado. En ese sentido, tiene de su lado a la policía y al ejército. Cuenta también con la fuerza que le otorga la Constitución. Puede, en esta guerra de suma cero, eliminar y destruir al enemigo. Sin embargo, con un gran baño de sangre de por medio. Por irónico que parezca, esa es la principal debilidad. De que les sirve la policía y el ejército, sino puede utilizarlos. Si se ejercita las potestades constitucionales para defender el orden público, la confrontación será inevitable. E ahí, el gran dilema.
En ese marco, el desenlace no es predecible. Si se impone Morales, en lo inmediato, los enemigos serán perseguidos y apresados. Serán implacables en la venganza. Si no huye Luis Arce, podría acabar como vecino de Jeanine Añez en el panóptico de San Pedro, arrepentido de no haber destruido al enemigo cuando tenía todo el poder. Ni pensar en el futuro de la democracia. La deriva será autoritaria y de terror.
Si el vencedor es Arce, Morales (si no huye) y sus secuaces tendrían que acabar, por todos los delitos cometidos, en Chonchocoro. Podría, en ese sentido, catapultarse como buen candidato, por haber salvado a Bolivia de Morales, pese a su pésima gestión presidencial.
Aunque en política todo es impredecible, la batalla final, definirá estos dos escenarios.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón