
No es Macondo, ni Comala, ni Yoknapatawpha. No pertenece a ningún lugar mítico, ni literario, pero, en cierto modo, podría serlo. Es Estados Unidos de Kailasa, un Estado etéreo e invento moderno de Nithyananda Paramashivam, un hombre que se proclama dios hindú y fundador de este país imaginario. En realidad, no es más que un estafador internacional, prófugo de la justicia india. Lo acontecido en el país, bien podría ser relatado como una fábula contemporánea perteneciente a un nuevo género literario: el “realismo trágico”.
Lo ocurrido parece salido de un cuento del lejano oriente e inicia así: Érase una vez, en un lugar recóndito de la Amazonía boliviana, donde la exuberante selva alberga a los pueblos indígenas Cayubaba, Baure y Esse Ejja, un grupo de forasteros liderados por Nithyananda llegó a esas tierras. Escapando de las autoridades de su país y con la excusa de que sus propias tierras habían quedado sumergidas bajo el océano Índico, Nithyananda y sus seguidores buscaron nuevos horizontes. Al llegar, no pudieron evitar exclamar: “¡Qué bellas tierras!, ¡cuánta frondosidad!”. Un paisaje deslumbrante con toda la gama de verdes que uno se pueda imaginar, se levantaba ante sus ojos”.
El atractivo de esas tierras no solo radicaba en su belleza natural, sino en los recursos y riquezas que atesoraba. Los extranjeros, traían en las manos la codicia, pues en lugar de pedir permiso para habitar en ellas temporalmente, decidieron arrendar las tierras a largo plazo. El objetivo era asegurarse el control total sobre el territorio adueñándose del “subsuelo, suelo y vuelo”. Tras algunas negociaciones con los dirigentes de los pueblos indígenas en cuestión, firmaron un acuerdo para arrendar unas 480,000 hectáreas. El trato resultó ser astuto y mañoso, pues incluía una cláusula de renovación automática por miles de años, perpetuando la cesión en el tiempo. Los ciudadanos de este Estado ficticio al fin habían encontrado un territorio donde asentarse.
El contrato establecía que las tierras no podían ser reclamadas por los arrendadores. Y ¿cuál sería el precio de esas bellas tierras? ¿Cuánto valían las 480,000 hectáreas de la Amazonía?. Las dádivas entregadas por los exóticos forasteros recordaban a los "espejitos" y promesas vacías que los foráneos suelen ofrecer. Las cantidades oscilaban entre los 28,000 y 108,000 dólares anuales, dependiendo del área.
Lo sorprendente es que no era la primera vez que Nithyananda y sus adeptos realizaban una jugada semejante. Su astucia y habilidad les posibilitó incluso el contacto con el primer mandatario, pues una foto ratificaba el encuentro. Afortunadamente, este grupo de estafadores fue descubierto, expulsado de los territorios indígenas que intentaban invadir y finalmente deportado. Antes, habían repetido el mismo modus operandi en Paraguay, Ecuador y Estados Unidos, donde también levantaron polémica. Algunos aseguran que los vientos del karma los arrastraron a tierras inhóspitas, pero esa es otra historia.
Este relato que parece sacado de una ficción, ocurrió en la realidad. Y más allá de las intenciones de estos estafadores, surge la pregunta inevitable ¿qué pasó por la mente de los dirigentes de los pueblos Cayubaba, Baure y Esse Ejja para rifar su territorio?, ¿cuál sería la verdadera intención de los forasteros detrás de todo esto? Tal vez buscaban explotar la abundancia de los recursos que guardan los espacios alquilados. O quizás, como algunos sugieren, se trataba de “piratas del carbono”, interesados en beneficiarse de los fondos destinados a la protección del medio ambiente. Esta teoría no debe ser descartada.
La historia, esta vez, se repite como tragedia, revelando la vulnerabilidad en la que se encuentran, desde siempre, los territorios indígenas. Y finalmente, abre la interrogante sobre las implicaciones de la autonomía indígena en el país. En este caso, la línea entre la autonomía y la vulnerabilidad se desdibuja peligrosamente, dejando a los pueblos indígenas a merced de intereses ajenos. Kailasa es sólo un capítulo dentro de este realismo trágico, porque la Amazonía vive en vilo amenazada por la minería ilegal, el narcotráfico, la deforestación, el avasallamiento. El cuento, en realidad, no ha acabado.
La autora es socióloga y antropóloga