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Opinión

Inútil cacería de brujas del MAS

2 de Septiembre, 2021
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OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER

Dentro del triángulo “esquema totalitario”, “oposición democrática” y “sociedad boliviana dividida” se escenifican las acciones, supuestamente legales, teatralizadas por el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS). En último término, éstas tienen el infantil propósito de amedrentar a la ciudadanía democrática, por medio del linchamiento político de algunos dirigentes demócratas. Lo llamativo es que con ello, el MAS no ha hecho sino posicionar rápidamente el contexto histórico-político de hace dos años, en relación al debate en torno a la democracia.

Planteamos la hipótesis que la estrategia del amedrentamiento y descabezamiento que desarrolla el gobierno, es del todo insuficiente para revertir la acumulación democrática de amplios sectores ciudadanos, principalmente urbanos. En estas casi dos décadas, el MAS ha demostrado de manera sobreabundante ser una agrupación política probadamente antidemocrática. A esta costumbre responde la caza de brujas, desatada en contra de la oposición democrática. Pero, visto con detenimiento, este partido no se encuentra en condiciones como para cumplir el objetivo trazado.

Las prácticas totalitarias del MAS expresan la cultura política antidemocrática de los sectores sociales que representa. A este primer elemento, referido a su composición social, debe añadirse otros, que ayuden a explicar los fundamentos de su carácter antidemocrático. En términos genéricos, diríamos que se trata de razones ideológicas; entendido aquí “ideología” en sentido lato, es decir, como un sistema de ideas. Son ideas bastante simples y alejadas de la realidad social y política, las que componen la ideología de este partido. Esas ideas entienden la práctica política como la imposición de intereses particulares, al resto de la sociedad, además de la anulación del espíritu a toda institución democrática y el rechazo a la posibilidad de cualquier compromiso democrático, por más elemental que éste pudiera ser.

Estas características han sido la nota habitual durante la anterior gestión de gobierno del MAS y aunque estuvieron en correspondencia con la cultura política antidemocrática de su base social, al añadir sus propios intereses de grupo, profundiza el carácter totalitario hasta afectar, incluso, a su propia base de apoyo. La expresión más notoria de ello es la anulación de la convivencia democrática, entre los diversos sectores sociales al interior de este partido, porque este tipo de convivencia supone consensos y acuerdos; todo lo contrario a las costumbres masistas. La pelea, en la reunión nacional del MAS, a principios de año, entre un parlamentario campesino del norte de Potosí y un delegado urbano, refleja el alto grado del aislamiento campesino. Ahora se trata de un sector que ya no es capaz de convocar, ni siquiera dentro de su propio partido, a sectores urbanos. Si algo mantiene, a los militantes provenientes de diversos sectores sociales, bajo el mismo techo que ofrece la sigla, es la recompensa y la prebenda que ofrece el manejo indiscriminado del poder.

Por su parte, aquél pobre sistema de ideas, que configura la ideología del MAS, también conspira contra la estrategia del amedrentamiento. Incapacitado para garantizar la convivencia democrática, consensuada, entre su militancia, resulta impensable que esta militancia tenga la convicción real -y no fingida- como para lograr que la mentira del supuesto golpe de estado en octubre del 2019, pueda aparecer como creíble, dentro de la sociedad. La capacidad de irradiación discursiva del MAS, y de su principal base social de apoyo, es tan limitada como quedó ejemplificada en la trifulca, en la reunión nacional de este partido que hemos mencionado.

La cacería de brujas desatada con el objetivo de amedrentar a los amplios sectores democráticos de la ciudadanía, resulta pues inalcanzable, a pesar de la grotesca instrumentalización del poder judicial. Aunque la persecución política se focaliza en demócratas y constitucionalistas, tanto civiles como uniformados, la intención no es otra que la de imponer un orden totalitario y antidemocrático, a través del miedo. Pero, precisamente, en la disparidad entre objetivo y realidad socio-política radica su imposibilidad.

Las multitudinarias manifestaciones democráticas, en todas las ciudades, en octubre del 2019, que cerraron el paso a las intenciones de instaurar un proyecto totalitario delincuencial, expresaron la consistencia democrática de estos sectores ciudadanos. Hablamos del alto grado de la acumulación democrática, histórica, alcanzada y no de la defensa coyuntural de la democracia. Por ello no es posible revertir un proceso histórico, de acumulación democrática, con la estrategia del amedrentamiento. No es posible, debido a que esa acumulación atraviesa a todo este país; a sus regiones, a sus instituciones y a su población. No es posible hacerlo, ni siquiera por medio de las prácticas antidemocráticas y totalitarias que ya rozan el delirio.

El afán totalitario del MAS, si bien alcanza para poner bajo las órdenes del poder ejecutivo al poder legislativo y al poder judicial, con alcanza, ni mucho menos, para convencer a la sociedad que el enjuiciamiento a la expresidenta Añez se enmarca dentro de un proceso con las mínimas garantías jurídicas. Tampoco alcanza, claro, para desmentir que estamos ante un simple linchamiento político, en el que los encausados no son sino presos políticos.

Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo 

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