ERICK R. TORRICO VILLANUEVA
En ocasión de la casi “entronización” de Evo Morales como presidente de la entonces República de Bolivia el 21 de enero de 2006, una ceremonia for export realizada en las ruinas de Tiwanaku marcó el inicio del uso en el país de un indigenismo reloaded (recargado) que ya ha mostrado sus límites.
Ese indigenismo retórico ha sido hasta ahora la columna vertebral de la mitología que el entorno palaciego y sus ramificaciones ministeriales se han ocupado de construir en torno a la figura presidencial con una inversión anual aproximada promedio de 100 millones de dólares.
Una de las fórmulas puestas en circulación ha sido la de que Morales es el “primer gobernante indígena de América Latina”, afirmación que no considera el hecho histórico de que el primer político de ascendencia originaria que llegó a la presidencia de un país en la región fue Benito Juárez García, en México, en 1858.
La otra idea reiterada fue la de que Bolivia, por la atribuida condición indígena de su presidente, tiene un “gobierno indígena”. A propósito, sería interesante conocer cuál fue la autoidentificación étnica que el gobernante y sus colaboradores declararon en el censo de población de 2012 o cuál será la que aparece en sus cédulas de identidad. Lo que sí se sabe es que ese recuento nacional registró una disminución del 21% en el número de personas que se definieron como indígenas (41%) en relación al censo de 2001 (62%).
Pero al margen de estos aspectos más bien anecdóticos, conviene examinar el carácter del indigenismo que se proclama recurrentemente desde el oficialismo y está asumido como trinchera de batalla y garantía de verdad política.
Aunque al comienzo de la prolongada gestión gubernamental de Morales hubo expectativa por la posibilidad de que se produjeran cambios de orden estructural, diversos intelectuales aymaras que se habían entusiasmado en ese primer momento han expresado preocupaciones de fondo por lo que va aconteciendo con la utilización de lo indígena y la distorsión de su proyecto político, hasta acabar poniéndose al frente.
Así, la Comunidad Centro Andino de Estudios Estratégicos habló en 2007 de la fuerte presencia de “entornos blancoides” y de la “rearticulación de las oligarquías” en el gobierno de Morales, situación que para 2013 le llevó a decir que, en realidad, lo que hay es una “falsa descolonización”. Esta apreciación fue respaldada entonces por Pablo Mamani Ramírez, para quien los “bicentenarios grupos de poder” simplemente se reacomodaron en el “nuevo Estado”.
En 2014 Teófilo Choque Mamani señaló que tales hechos se reflejaban en un “Estado plurinacional aparente”, mientras que Nicómedes Sejas Terrazas sostuvo que el “socialismo se ha convertido en la nueva cara del conservadurismo”, sumándose a ello la denuncia en 2016 de Pedro Portugal Mollinedo y Carlos Macusaya Cruz acerca de que los actos oficiales “dirigidos a turistas” vaciaron de contenido histórico “los procesos de lucha que han logrado forjar al ‘indio’ como sujeto político que busca gobernar el país”.
El propio Portugal, en una reciente entrevista periodística, manifestó que desde 2006 no ha habido empoderamiento indígena ni indio en Bolivia, lo que permite volver al argumento de que el gobierno de Evo Morales emplea el discurso indigenista como instrumento utilitario.
Ese es el indigenismo reloaded, no en el sentido de “versión mejorada”, sino de aquello “que puede volver a serusado”. Y Bolivia ya tuvo varios de esos indigenismos “de beneficencia”.
Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político.