El telón de fondo, en la invasión rusa a Ucrania, está dado por la presión de Moscú para la reorganización del poder global, pasando de un modelo unipolar a uno multipolar. Tal es así que esta guerra, entonces, está dirigida contra Estados Unidos (EEUU) y la Unión Europea (UE), por medio del sacrificio de Ucrania. Sin embargo, la pretensión de Moscú es también compartida por un tercer actor -China- que, sin tener un rol activo, desde su quietud está muy activamente observando y analizando cada detalle del conflicto. Pero, dada la complejidad del cuadro generado por la guerra, por delante de aquél telón de fondo se levantan múltiples nuevos telones, que oscurecen la razón última del conflicto.
A consecuencia de la relación entre exitosa resistencia militar ucraniana y fracaso militar ruso en la primera fase de la invasión, el plan inicial con el que se lanzaron a la aventura Putin y sus secuaces, resultó en un fracaso. Antes de pensar en torno a estos dos componentes (exitosa resistencia ucraniana y fracaso militar ruso), formulemos algunas consideraciones acerca de lo político y de lo militar.
Es conocida la máxima de Clausewitz, en sentido de que la guerra no es sino la continuidad de la política por otros medios; y aunque la inversión de este razonamiento también es válido, es cierto que unas veces es la política la que se respalda en lo militar y otras, ésta en aquella. La prevalencia de uno u otro no solamente depende de la fase de un conflicto sino también del éxito, en esa prevalencia, de lo militar en un caso o de lo político, en otro. Dicho en breve; el fracaso militar debilita la posición política; y una posición política sólida, se respalda en una consistente actuación militar.
Debido a ello es válido afirmar que el inicial fracaso militar ruso, en la invasión, debilitó la posición política de la dictadura de Putin. Ese fracaso resultó tan evidente en la primera fase del conflicto, que queda ilustrada no únicamente por la ausencia de un Blitzkrieg, sino por la llamativa falta de profesionalismo, en las filas del ejército invasor. En ese hecho se resumen al menos tres errores: el desconocimiento de la sociedad y del gobierno a los que se pretendía someter; la ausencia de logística y aprovisionamiento para las principales columnas invasoras (lo cual facilitó la destrucción de gran parte de una de ellas, cuyo convoy, de 64 km de longitud, fue reducido a chatarra por la resistencia ucraniana) y por último, la deficiente preparación de la propia tropa invasora.
No es de extrañar que este fracaso arrastrara consigo, en su caída, también al discurso ideológico y a la narrativa política, con las que el Kremlin pretendía legitimar ante el mundo, ante la ciudadanía rusa y ante su ejército, la invasión. Sin un discurso ideológico coherente no hay narrativa política consistente y sin estos elementos, la guerra contra Ucrania no es sino el intento de anexar a un país vecino, como se lo hacía en la edad media.
En contrapartida, la exitosa resistencia de Ucrania revela la incorporación verdaderamente nacional de su sociedad, en la defensa militar contra la invasión. La consecuencia de ello es el reforzamiento de la posición política soberana, del país invadido. La fortaleza militar, además de expresarse en la unidad de la sociedad ucraniana en torno a su gobierno, se expresa en un ejército disciplinado, con claridad profesional y toma de decisiones tácticas acertadas. Estos elementos cimientan la alta moral de la resistencia ucraniana, lo cual la hace indoblegable.
El choque, en esta primera fase, entre éxito ucraniano y fracaso ruso, ha obligado a la dictadura rusa a escalar la violencia a niveles a los que incluso Hitler no había llegado, como lo ejemplifica la ciudad de Mariúpol. En su desesperación, Putin ha incorporado, a sus filas, abiertamente tropas militares no rusas, como los de Chechenia; finalmente, ha exhibido, sin necesidad militar, misiles supersónicos, lanzándolos contra Ucrania. Este último dato, desde el punto de vista militar del conflicto, constituye en realidad un mensaje de advertencia a Europa, con el fin de obligarla a retirar el apoyo en armamento, que presta a Ucrania. Los misiles supersónicos, no solamente resultarían muy difíciles de interceptar, sino que incluso tendrían la capacidad de ser equipados con ojivales nucleares; algo que no fue el caso en la absurda exhibición rusa, en suelo ucraniano.
La violencia escala, por tanto, no sólo en sus expresiones de destrucción total de algunas ciudades ucranianas, sino en el uso de alta tecnología, con elevadísima capacidad destructiva. Sin embargo de ello, nada parece doblegar ni la capacidad de resistencia de Ucrania, ni la voluntad europea de respaldarla con equipamiento militar. Al contrario, el escalamiento de la violencia hunde cada vez más a Putin, en su condición de paria; acompañado apenas por similares dictadores parias.
El fracaso, pues, ha colocado al gobierno ruso en situación de aislamiento internacional y de debilidad interna creciente. En la medida en que Moscú continúe manteniendo el conflicto, los efectos de las sanciones económicas que la comunidad internacional le ha impuesto, relegarán inevitablemente a la población rusa a paupérrimos niveles de pobreza. Sumado a ello, la revelación del elevado número de vidas humanas perdidas, que cuesta la demencial aventura de Putin, incrementará la debilidad interna del gobierno, aumentando el rechazo a la guerra, por parte de la población rusa.
Así las cosas, resulta claro que el plan inicial del Kremlin -posicionar a la Rusia totalitaria como potencia, en un nuevo orden mundial- empieza a caerse a pedazos. Desde ya, en Moscú comienza a hablarse en voz baja de demandas mucho más modestas que las insinuadas en el plan inicial. No sería extraño que el día de mañana, en el círculo de oligarcas mafiosos y jerarcas militares que acompañan a Putin, comience a murmurarse, como condición para frenar la guerra, les sea retirada, a todos ellos, la acusación de criminales de guerra, que desde varios gobiernos e instituciones internacionales adelantaron presentar ante la Corte Internacional de Justicia. Y si ello tampoco fuera posible, al menos aspirarían a que, negociaciones debajo de la mesa mediante, se logren acuerdos que permitan dilatar tales juicios hasta tornarlos inútiles.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo