La demencial aventura iniciada por el dictador ruso, Vladimir Putin, el 24 de febrero pasado, con la invasión militar a Ucrania, ha devenido hasta ahora en un fracaso militar. Con ello, a su vez, el proyecto político que la dictadura rusa pretendía desarrollar ha demostrado su inviabilidad, tanto en el plano internacional como en el nacional. En este desolado panorama, a Putin no se le ha ocurrido nada mejor que el ensayar un golpe de mano, con la ilusoria esperanza de revertir la tendencia hacia el desastre.
Tenemos, entonces, que la guerra de Putin ha acelerado el desastre ruso y ubica a su país en condiciones desventajosas, en el proceso de reconfiguración de un nuevo orden mundial. En el fondo, los factores del proceso de la maduración del desastre ya habían sido sembrados hace muchos años, pero la guerra no hizo sino acelerarlos y ponerlos en evidencia. También puso en evidencia el fracaso de los propósitos de Putin, de participar en el proceso de reorganización del orden mundial en condiciones ventajosas, a fuerza de matonaje.
Se entiende así que en el episodio -abierto el 24 de febrero, con el inicio de la guerra- de la historia contemporánea rusa, el tema central de la cuestión viene dado por la guerra, mientras que el desastre es su consecuencia, y la causa la intención de reposicionar a Rusia como actor central en el reordenamiento internacional. Con la invasión a Ucrania ya ha sido inviabilizada esta última intención y, al mismo tiempo, se ha destapado el desastre ruso.
Digamos, para comenzar, que la guerra ha debilitado a la misma dictadura de Rusia, al punto de tornarla en una dictadura sin proyecto viable; salvo que entendamos por “proyecto” la mera sobrevivencia de Putin y sus secuaces. Al mismo tiempo, pone en evidencia la imposibilidad del expansionismo ruso; anhelados por los sentimientos ultranacionalista del Kremlin. Sentimientos que aspiraban a convertir a su país en una potencia, entre el gigante asiático (China) y el occidente (Europa y Estados Unidos -EEUU). El soñado imperio euro-asiático de Putin murió en su estado embrionario, gracias a la guerra.
Pueden reconocerse en ésta, hasta el momento, cuatro fases: la de la invasión, la del estancamiento, la de la retirada rusa y la del manotazo desesperado (ejemplificado con la movilización parcial de 300 mil reservistas y la anexión de cuatro regiones ucranianas en disputa). Solamente en una de estas cuatro fases tuvo Putin la iniciativa. Esa iniciativa militar se expresó en la invasión; pensada por Moscú como una “operación especial”, suficiente para una Blitzkrieg. Sin embargo, la inesperada resistencia ucraniana sorprendió tanto a Moscú como a la comunidad internacional. No sólo detuvo la invasión, sino que convirtió en chatarra gran cantidad del material bélico ruso y, lo más llamativo, desnudó las deficiencias militares, en todos los órdenes, del invasor.
El resultado fue el estancamiento de la “operación especial”, a un mes del 24 de febrero, y abrió la segunda etapa. Esta etapa se caracterizaba por la incapacidad del ejército de Putin para acelerar la incursión y por contentarse con avanzar a cuenta gotas. La situación llevó a varios observadores a hablar de una guerra de trincheras. Pese a la abrumadora disposición rusa en armamento, no pudo superar las trincheras de la defensa ucraniana y tampoco evitar su propia continua sangría. Esta fase se extendió hasta fines de julio, cuando Ucrania puso en marcha la contraofensiva; que Putin inicialmente no tomó en serio.
Desde entonces hasta el presente, la exitosa contraofensiva ha recuperado gran parte del territorio tomado por la invasión, obligando a la desesperada retirada de las tropas rusas. El éxito de esta operación también pudo medirse por la gran cantidad de armamento que el ejército ruso dejaba en su huida. A todas luces, la resistencia ucraniana, con el apoyo en armamento de la OTAN, había modificado substancialmente los términos de la guerra. Al principio del conflicto fue Rusia quien tuvo la iniciativa militar, pero desde el fracaso del proyecto de guerra relámpago, no la volvió a recuperar. Notoriamente, desde el inicio de la tercera fase, fue la iniciativa ucraniana la que marcó el ritmo del conflicto. Los repliegues del ejército invasor, pensados por su alto mando como pasos tácticos para reorganizar sus filas y retomar la iniciativa, simplemente no funcionaron.
La última fase comienza con la movilización parcial y la anexión de las cuatro regiones ucranianas ocupadas (Luhansk, Donestk, Zaporizhzhia y Kherson), luego de un pseudo referéndum que “votara” por su pertenencia a la federación rusa. Con esas acciones, el Kremlin buscaba recuperar la iniciativa y frenar la ofensiva de Ucrania; sin embargo, nada de ello ha sucedido. Al día siguiente que Putin, en un teatral acto en Moscú, declaraba anexadas las cuatro regiones, el ejército ucraniano tomaba la ciudad de Lymon, considerada estratégica en una de las cuatro regiones “anexadas”. Por si ello fuera poco, luego que el dictador ruso hiciera conocer la movilización parcial, se inició un verdadero éxodo de la población, disconforme con la guerra de Putin.
El fracaso militar es expresivo de la conducción del alto mando militar, que no condice con el considerado, hasta el 24 febrero, segundo ejército más poderoso del mundo. También es consecuencia de una sociedad desarticulada, por efecto de un régimen dictatorial, así como por la guerra misma. Ambas condiciones (el fracaso militar y la sociedad desarticulada) ilustran el curso que toma, en todos los campos, la situación rusa. Hablamos del rumbo hacia el desastre. En concreto, la relación entre fracaso militar y desastre ruso es evidente.
Junto a lo ya anotado en lo militar, mencionemos la baja moral y la poca convicción en la justeza de la guerra, entre la tropa del ejército ruso. Ello contrasta con la alta moral, la convicción y la articulación de la sociedad ucraniana en torno a su gobierno y a su ejército. La desmoralización en el ejército y la desarticulación de la sociedad rusa aumenta en sentido inverso a los éxitos de la ofensiva de Ucrania. La moral, la convicción y la articulación de la sociedad nos hablan, pues, de factores estratégicos en el conflicto.
A ello debe sumarse el efecto que tienen las sanciones internacionales, así como el aislamiento diplomático ruso. La primera se refleja principalmente en el comercio y la economía, aunque también tiene impacto en el equipamiento militar. Una de las razones del obsoleto material bélico, es que las sanciones impiden a la industrial militar rusa el acceso a alta tecnología. Así, la tendencia hacia el desastre parece por ahora no detenerse.
En lo político, el desastre es mayor. Si con algún capital político histórico contaba Rusia, era el acumulado por la derrota que le propinó al ejército de Hitler, en la segunda guerra mundial. No es exagerado decir que fue ello lo que, grandemente, contribuyó a liberar al mundo del peligro nazi. Debido al implícito reconocimiento mundial al gran sacrificio ruso, este país tenía cierta llegada político en el contexto internacional, particularmente entre los países emergentes y entre los países periféricos. La delirante guerra de Putin ha echado por la borda este capital, restringiendo al mínimo la llegada política que le permitía.
En su más oscuro extravío, la dictadura rusa piensa que con el empleo de armas nucleares, finalmente, pueda revertirse la tendencia hacia el desastre. Incluso confiaba en que la sola mención del empleo de tales armas, intimidaría a Europa y EEUU, como para que retirasen su apoyo a Ucrania y permitieran que Putin se hiciera de este glorioso y valeroso país. Pero las cosas no están marchando como las retorcidas mentes del Kremlin lo planificaron. No sólo continúa el apoyo a Ucrania, sino que incluso se ha incrementado, en lo que a la entrega de armamento pesado y de alta tecnología se refiere.
En segundo término, está claro que en estas condiciones el régimen dictatorial ruso ha optado por jugarse todas sus cartas, para salvarse a sí mismo a costa de su país. Es propio de dictadores, escalar los conflictos y cerrar así las posibilidades de negociación que impliquen la no obtención de la totalidad de los propósitos iniciales. Esa opción ha llevado, a su vez, a la definitiva derrota de los dictadores y se presentan todas las señales para pensar que Putin y su régimen continuarán con esta tradición.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo