Seis años han pasado de tu ausencia. Existe un pacto silencioso que hemos hecho en la casa, de tenerte lo más presente. Es así que a partir de acontecimientos cotidianos, o comentando los sucesos nacionales, la mayor parte tristes y aciagos, estas ahí. Solemos decir: “el papá hubiera dicho tal cosa”, o frases de tus amigos como “¿recuerdan aquella vez que el Filipo hizo tal cosa?”. Entonces, ten por seguro que no te has ido. Entre tus amigos, y tu tribu de 15 personas, a quienes has amado, el sentimiento fue recíproco además de tenerte admiración, ahí sigues presente.
Elegiste marcharte como todo un maestro, el 6 de junio de 2017. Y más de un lustro ya transcurrió de tu ausencia física. El extrañarte lo combatimos, recordándote: tus fotos, tus libros, tus escritos son una fuente, un oasis que nos ayuda a seguir.
Para recordarte hoy, reviso tu libro De la revolución al Pachakuti: el aprendizaje del respeto recíproco entre blancos e indianos. Un libro en parte autobiográfico, que relata las distintas etapas de tu vida. Pero esta vez, en lo que quiero ahondar, es en el giro que diste, de la revolución, muy en boga en tu época de minero alimentado por las lecturas de ese entonces, a la del Pachakuti, cuando iniciaste tu trabajo con los cocaleros en el Chapare y tu afán de crear un instrumento político.
No es cualquier viraje puesto que reflexionas en tus páginas que la opción de tomar las armas para llevar a cabo la revolución, nunca avizora un buen final. De esta manera, siempre refutaste a los “fierreritos”, como tú los llamabas a quienes apostaban por tomar las armas con el consabido derramamiento de sangre, en pos de eliminar al “otro” como condición esencial para hacer la revolución. ¿Y el viraje? Pues se dio en tu etapa más madura, con más sabiduría, y respondiendo a las transformaciones del país, te focalizaste en la región tropical.
Te sumergiste en la realidad del Chapare y la de los cocaleros, migrantes de la zona andina preponderantemente. Allí te centraste en escudriñar la identidad de los principales actores, con el afán de entender y labrar otra Bolivia. Algunas lecturas claves te acompañaron. Recuerdo aquella vez, que saliste de tu biblioteca y a quien te visitara le mostrabas tu descubrimiento, el libro Zárate el ‘temible’ Willka, de Ramiro Condarco, y, apasionado sólo repetías cómo no lo habías hallado antes. De dicho texto extrajiste la magnífica Proclama de Caracollo. Un extracto señala: “Con grande sentimiento ordeno a todos los indígenas para que guarden respeto con los vecinos no hagan tropelías (ni chismes) porque todos los indígenas han de levantarse para el combate y no para estropear a los vecinos, tan lo mismo deben respetar los blancos o vecinos a los indígenas porque somos de una misma sangre i hijos de Bolivia y deben quererse como entre hermanos i con indianos”.
La proclama de Zárate, que tanto enarbolabas, no aludía a una armonía ingenua, sino que ya en ese entonces el debido respeto al indígena implicaba respeto como persona, pero también como sujeto de derecho “a la dignidad, a la vida, al progreso material y a la tierra; el debido respeto a sus ancestrales prerrogativas de tenencia de la propiedad territorial, a sus costumbres, a su cultura, a su legado, y al pleno goce de sus derechos ciudadanos”. Dicho manifiesto responde a un contexto histórico concreto, en el que Zárate veía como una posibilidad proponer un modelo de convivencia basado en el respeto mutuo y en una Bolivia renovada, basada en un pacto de reciprocidad. En él hallamos la expresión del principio andino de la complementariedad de opuestos. No se nos plantea que los “indígenas deben hacer desaparecer a los blancos o los blancos a los indígenas”. Apostaste porque el país se dirija hacia ese horizonte. El precepto de respeto recíproco es vital por su obvio y claro carácter moral y su honda significación política y social, señalaste.
Impulsaste que la complementariedad y el respeto fueran el ajayu de la construcción del Instrumento Político. Sin embargo, éste hoy se halla sumido en las profundidades del odio, la polarización y azuzando la revancha entre distintos. Es así cómo, me entenderás, nos haces tanta falta para recordarnos con tu vigorosa voz que el camino del país es construir el entendimiento entre diversos, porque como tu hubieras dicho: “al tratar de eliminarnos unos a otros, nos jodemos todos”.
Gabriela Canedo Vásquez es socióloga y antropóloga