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Opinión

Estados Unidos perdió su ajayu

21 de Febrero, 2025
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Estados Unidos intervino violentamente en América Latina desde hace doscientos años. El rol de los migrantes estadounidenses en Texas en 1836 o la acción de los filibusteros a mitades del siglo XIX en México y Nicaragua fueron los primeros capítulos de una serie de invasiones, como la de 1989 a Panamá para detener a Manuel Antonio Noriega.

Según varios historiadores, entre ellos Aims McGuiness, el término “América Latina” surgió como respuesta al expansionismo estadounidense.            El gobierno no siempre se involucró directamente, pero fue cómplice de las primeras invasiones de sus ciudadanos a territorios independizados de la corona española. La idea de una América diferente a la anglosajona fue expresada en 1856 en un discurso del chileno Francisco Bilbao en París; también apareció por la misma época en un poema del colombiano José María Torres Caicedo.

Los ideales de integración expresados por Francisco Morazán y por Simón Bolívar, especialmente en la convocatoria al Congreso Anfictiónico (1826, mucho antes del proceso de la Comunidad Europea) no se concretaron en la confederación deseada, ni siquiera en hojas de ruta compartidas. Los problemas internos, las tensiones entre conservadores y liberales, entre hacendados y comunarios, el caudillismo y otros asuntos mantenían inestables a casi todas las flamantes repúblicas.

Ese escenario fue aprovechado por mercenarios como William Walker (1824-1860), periodista y político de Tennessee, quien intentó conquistar Sonora y Baja California en 1853. México y Canadá, Cuba y Centroamérica estaban en la primera lista ambicionada por la doctrina del Destino Manifiesto, base teórica de los filibusteros y del racismo que consideraba al resto de los habitantes del Nuevo Mundo incapaces de ser dueños de tierras y de gobernarse.

Derrotado, Walker volvió a su país, donde no fue juzgado como correspondía por haber violado varias leyes. Más bien, logró el respaldo de los esclavistas y sectores adinerados. Promovió en tres ocasiones expediciones contra el gobierno legal de Managua, hasta que fue fusilado. La biografía de este mercenario evidencia cómo EE. UU. intentó desde el inicio dominar al continente y no construyó relaciones igualitarias.

McGuiness dice que la derrota del ejército de filibusteros podría catalogarse como la “primera victoria de América Latina sobre el Destino Manifiesto”. También fue un impulso a la unidad centroamericana para sacar a los yanquis. Banderas que fueron luego retomadas posteriormente por Augusto Calderón Sandino y Farabundo Martí.

El intervencionismo de Washington utilizando su fuerza militar o su poderío económico cambió de rostro o de formato. Como reacción, el antiimperialismo de la región y, a la vez, el nacionalismo y la urgencia de promover la unidad de Centroamérica y de Sudamérica se incubaron antes de la influencia comunista.

Sin embargo, en el interior, los gobiernos en la Casa Blanca respetaron la división de poderes y el texto de la Declaración de Filadelfia y de la Constitución (1776). “We, the people” inspiró a millones de personas que lucharon por la libertad, los derechos civiles y el bienestar de la humanidad.

Las universidades, los teatros, las expresiones artísticas, la prensa, las imprentas reflejaron ese espíritu de respeto a la libertad de pensamiento y de expresión. Los latinoamericanos aprendieron a admirar a esa sociedad, capaz de tener jurados ciudadanos; de investigar y castigar crímenes de poderosos, inclusive militares o policías; de mantener diversas voces para defender al otro.

Esa era la esencia que hacía grande a las trece colonias que decidieron autogobernarse hace 250 años. La Estatua de la Libertad, regalo de los franceses libertarios, simbolizaba esa luz, ese faro mundial.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha optado por seguir la huella de los filibusteros cuando creían que iban a adueñarse de los cultivos ajenos y de las rutas comerciales. No reconoce que la realidad tiene otros nombres como China, Rusia o los BRICs. El poder latino está incrustado en las entrañas del “monstruo” (como lo llamó José Martí) y ya nadie lo saca.

Por otro lado, ha optado por destruir la centralidad liberal, sin reconocer que internamente su país está carcomido. ¿Cómo lograr un país “grande” con 49 millones de personas adictas? Los informes de sus propias agencias, como la NINA, revelan cifras aterradoras de la cantidad de drogadictos. Entre 2011 y 2023, 321.000 niños perdieron a uno de sus padres por causa de sobredosis; padres blancos, no hispanos. El acceso a las drogas es cada vez más temprano; a los 12 años ya están perdidos. Otros jóvenes disparan contra sus padres, sus profesores, sus amigos.

¿México es culpable de ese desastre? Washington invadió Grenada para destruir campos de marihuana. Sin embargo, los estadounidenses siguen siendo los mayores consumidores de esa planta, paso inicial para otros consumos ilegales. Estadísticas oficiales revelan cómo se autodestruyen. Sin entrar al detalle del origen del narcotráfico continental hace medio siglo y del fentanilo.

Al mismo tiempo, Trump indultó a Ross Albricht, condenado a cadena perpetua por vender drogas duras por su red Silk Road. Lo liberó porque su mamá apoyó su campaña. Albricht es millonario. Indultó a otros responsables de delitos y de corrupción. Nombró funcionarios con polémicos antecedentes, incluyendo delitos sexuales, como denunció el New York Times.

Ha pedido la lista de profesores, estudiantes, artistas, que se manifestaron a favor de Palestina para reprimirlos. Lo más patético: ha mandado a excarcelar a todos los violentos que avasallaron al Capitolio, el edificio que simbolizaba a la democracia.

La avalancha de anuncios y amenazas asustan a propios y extraños. Sin embargo, difícilmente Trump logrará sus propósitos. Entretanto, la patria de Jefferson parece haber perdido su alma, su ajayu. La mujer al ingreso del puerto de Nueva York necesitará asilo.

La autora es periodista