OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
La aparición del coronavirus en la ciudad china de Wuhan, en diciembre del pasado año y su rápida expansión a nivel global, ha puesto en pocos meses al mundo ante una crisis Integral, al extremo que en la actualidad casi en todos los países se ha declarado cuarentena de su población, para frenar el veloz avance de la enfermedad. La manera en que la humanidad enfrenta a esta pandemia puede sintetizarse en el lema: “Quédate en casa: tu salud es mi salud y mi salud es tu salud”. Sin embargo de lo enormemente dañina que se muestra la rápida expansión del coronavirus (covid-19), la respuesta del mundo es algo que debe valorarse.
La pandemia del covid-19 no solamente ha desatado una crisis sanitaria de características globales, sino a la vez una de carácter Integral. No usamos la noción “integral” como suele hacérselo en la economía, en sentido de una integración vertical de la actividad productiva. Nosotros hablamos de una crisis Integral (así, en mayúscula) para referirnos a su impacto en todas las áreas de la vida social y al mismo tiempo, en cada una de estas áreas, a su impacto vertical. La crisis sanitaria desatada por el covid-19, condiciona, de esa manera, principalmente a la economía en términos de su reducción y de su lentificación.
En el área de la salud específicamente, el brote del coronavirus ha motivado una presión de la población infectada sobre los sistemas sanitarios de los países, al extremo que estos sistemas se encuentran al límite de su capacidad y corren el riesgo de colapsar. No es únicamente debido a las limitaciones materiales (falta de centros hospitalarios, de material de bioseguridad para el personal sanitario, equipos y otros) sino también por la escasez de recursos humanos especializados que en determinadas zonas de alguno de los países más duramente golpeados, comienza a notarse. Estas limitaciones ponen, en verdad, ante una situación dramática a los profesionales de la sanidad, porque son ellos los que se encuentran en primera línea en la lucha contra la pandemia; muchas veces sin los equipos de bioseguridad para el trabajo. Lo mismo sucede con los otros trabajadores que coadyuvan a los esfuerzos del área de salud y en general, a los esfuerzos de la población misma.
Por otra parte, la pandemia también ha motivado un comportamiento similar, en términos generales, en todos los países. Decir que el mundo se encuentra en cuarentena como primera medida de lucha contra esta enfermedad, no es una exageración. Asimismo son similares las respuestas de los gobiernos, con censurables excepciones de irresponsabilidad para con su población como son los casos de Bolsonaro en Brasil, Trump en EEUU o López Obrador en México. Con todo, ambas consideraciones (la del comportamiento similar de las sociedades y de los gobiernos) nos hablan de un importante espíritu estatal en las sociedades ante esta crisis, así como de la importancia misma de los Estados. Este espíritu se expresa en la forma disciplinada en que la gran mayoría de la población asume la cuarentena y a la vez, en el espíritu de sacrificio que muestran quienes no dejan de trabajar para que los Estados no se paralicen y la sociedad cumpla la cuarentena. Bien puede decirse, pues, que todos, desde el lugar que les corresponde, cumplen con sus obligaciones para contribuir a este esfuerzo general; esfuerzos múltiples y diferenciados que se complementan en lo que podemos pensar como una línea de encadenamiento estratégico.
De esta manera, por un lado, se vita que la rápida expansión del contagio colapse finalmente los sistemas de salud y asistamos al consiguiente incremento exponencial y descontrolado de víctimas fatales. Por otro lado, se contribuye a ampliar el tiempo que la comunidad científica mundial (que trabaja a marcha forzada y contra el reloj) requiere para encontrar la cura a la enfermedad. El testeo para la validación científica de ello requiere ciertamente su propio tiempo.
Es verdad también que para enfrentar a la pandemia el mundo cuenta hoy al menos con la plataforma tecnológica que, en lo posible, le ayuda a cumplir con el encadenamiento estratégico anotado. El distanciamiento social y la cuarentena, sin esa plataforma, podrían rápidamente haber paralizado vastos sectores de la administración pública, financiera y en general, de la vida social. Hoy son posibles las reuniones de gabinete a través de video-conferencias, tele-conferencias de prensa, conversaciones de jefes de Estado por ese mismo medio, como sucede en Europa, sin hablar ya de consultas médicas, asistencia psicológica, operaciones bancarias y aún programas educativos (en esta cuadro no deja de ser absurda la idea que ronda en la cabeza del presidente de la cámara de diputados de Bolivia -para variar militante del MAS-, quien no descarta convocar a reunión plenaria, “cuando sea necesario”).
No deja de ser, pues, esperanzadora la manera en que la gran mayoría de la humanidad actúa, para pensar que llegaremos a buen puerto. Resultas esperanzador por dos motivos importantes. Primero; es indudable que uno de los efectos de la pandemia es haber contribuido positivamente a alimentar la conciencia de la solidaridad. El lema que hemos formulado (“Quédate en casa: tu salud es mi salud y mi salud es tu salud”) puede interpretarse ciertamente como una solidaridad egoísta. No importa por ahora, porque el dato fuerte es el de la solidaridad. Este sentimiento resulta contrario al principio del individualismo extremo que el neoliberalismo acuñara con fuerza, particularmente durante las últimas décadas del siglo pasado. Para vencer a la pandemia, aquello del “sálvese quien pueda” simplemente no tiene cabida.
Segundo; es cierto que el sentido colectivo que se está fundando puede tener derivaciones, a la larga, antidemocráticas, pero lo que nos importa ahora subrayar son los valores sobre los que la actual expansión del sentimiento de solidaridad colectiva se funda. Son valores de responsabilidad compartida, aunque con las excepciones ya señaladas. Es por ello que el agradecimiento general de la ciudadanía, a quienes cumplen con su trabajo diario aún a riesgo de su propia salud para que a su vez la población cumpla con el acatamiento de la cuarentena, es la manera en que esa responsabilidad compartida expresa la seguridad que, para vencer a la pandemia, como humanidad no estamos solos; nos tenemos a nosotros mismos, como sujetos responsables, serenos, a pesar del peligro que acecha.
Omar Q. Guzmán es sociólogo y escritor