Todo período significativamente histórico para la humanidad tiene, como signo distintivo, una atmósfera, un aire, que lo abarca todo y se incrusta en la porosidad de las sociedades. Los días, y en general la cotidianidad, resultan de esa manera impregnados por ese aire que caracteriza al período histórico en cuestión, hasta tornarlo, poco a poco, parte de lo habitual. Sin embargo, es precisamente lo habitual, lo obvio, lo que resulta más difícil de reconocerse. El pez, en efecto, no ve el agua.
Ante la extremadamente difícil situación creada por la pandemia del coronavirus (covid-19), el mundo ha optado, en definitiva, por negar la magnitud del hecho anulando, en consecuencia, las posibilidades mismas de adaptación a la nueva realidad. Negación y no adaptación, en estas circunstancias, conforman el binomio que caracteriza la atmósfera de nuestros días. Es cierto que se trata de un proceso en curso, pero es igualmente válido decir que las posiciones asumidas desde el principio (entendidas como verdaderos actos fundacionales, para el caso) son lo suficientemente reveladoras como para permitirnos hablar del “aire” de estos tiempos.
Aunque negación y no adaptación forman el binomio de la dinámica del actual período, es conveniente referirse a ellas por separado. En cada caso son motivaciones y exigencias distintas las que entran en juego, en el intento de explicar el cuadro que se ha formado. Atraviesa a ambas, claro, el tipo de hombre que enfrenta la situación; y ese hombre no es sino resultado de un diseño moldeado, al menos, durante los tres últimos milenios.
Entendemos la negación a la compleja situación como un mecanismo de autoprotección, que conlleva, empero, la evasión a la realidad. Como respuesta corresponde a los mecanismos de defensa, frente a una abrumadora realidad. Con ella, el hombre busca auto-preservarse, precisamente ante el atropello de esa realidad. No es una respuesta formulada de manera consciente; aunque existan grupos interesados en fomentar este escape a la realidad.
Mientras que como mecanismo de defensa pretende enfrentar las amenazas de la situación, negándola, como mecanismo de autoprotección opta por evadir esos peligros. Defensa y autoprotección se complementan, en la respuesta que los hombres han dado. En el primer caso, la expansión de la crisis hacia todos los órdenes de la vida social hasta convertirla en una crisis Integral y luego, la propia mutación del virus hacia versiones más agresivas (como la británica o la brasileña), han suspendido a las sociedades en el estupor y éstas no encontraron mejor respuesta que el de escapar a la realidad. Decimos escape, porque en verdad, con más o menos variantes, la vida, luego de la ola casi general de cuarentenas al comienzo del estallido de la pandemia, ha retomado su habitual comportamiento, incluyendo, a lo sumo en ello, el uso de barbijos, pero ignorando el distanciamiento físico, como medidas sanitarias. La autoprotección, en estas condiciones, constituye una ilusoria respuesta a la escalada de la crisis, por lo que no es sino una forma de evadir a la realidad.
Líneas arriba hemos adelantado la idea de grupos interesados en fomentar la negación. Con ello no sugerimos que la negación fuera el resultado de una planificación. Lo que planteamos es que la negación, en las circunstancias de crisis Integral y ahondamiento de la crisis sanitaria, tiene un carácter político. No puede, por tanto, dejarse de apuntar dos consideraciones. Aunque la negación sea la respuesta por la que ha optado el hombre, los factores objetivos de la crisis continúan en desarrollo. Ello también supone un impacto sobre la estructura de las clases sociales y en términos de los grupos de poder, un reacomodo. En este orden, las consecuencias de la negación exigen estar también atentos al reacomodo de los grupos de poder, debido a las proyecciones que a largo plazo ello conlleva.
Por su parte, la incapacidad de adaptarse a la nueva realidad esconde la falta de voluntad política, en las sociedades; incapacidad que no hizo posible el cambio de enfoque, para enfrentar la situación creada por la pandemia. Esa falta de voluntad política tendrá gran importancia en la definición de las disposiciones para el enfrentamiento a la crisis, debido a que se expresó en la fase inicial del problema. No es una falta solamente atribuida a los gobernantes sino también a los gobernados. Fue una falta de voluntad para formular políticas de enfrentamiento a la pandemia bajo la primacía de criterios científicos, por parte de los gobernantes y falta de voluntad para acatar las pocas disposiciones sensatas, por parte de los gobernados.
El mayor efecto negativo que tuvo esa falta se reflejó en aquella imposibilidad de procurar un cambio de enfoque, en el diseño de las políticas anti-crisis. No fueron, pues, razones técnicas, metodológicas, las que pesaron en la definición de las políticas adoptadas. Aquí, en efecto, el carácter político de las definiciones técnicas, determinó la no adaptación a la realidad de la crisis del covid-19.
Puede decirse que en el fondo, tanto en gobernados como gobernantes, no hubo fortaleza mental, al momento de confrontar el torbellino de dificultades que desató la pandemia. Es sobre esa fortaleza que se construye la confianza, en tiempos de crisis, con la cual surge, a su vez, la seguridad en la conducción para atravesar el período crítico. Estos elementos (fortaleza, confianza, seguridad) actúan en la relación entre gobernantes y gobernados como sinergía, ayudando a los esfuerzos de adaptación, sin negación ni evasión, a la nueva realidad.
La humanidad ha atravesado varias experiencias críticas y, si nos atenemos a Javier Medina (en “Tractatus eocologico-politicus”, La Paz, 2020), al parecer no hemos aprendido nada de ellas. Sorprendentemente, en cada una de aquellas experiencias las formas que el hombre adoptó para atravesar las crisis han repetido los mismos fundamentos, que sostienen decisiones erróneas. Medina atribuye ello a la mentalidad unidimensional, positivista, prevaleciente en la historia de la humanidad. Compartimos esa apreciación y a partir de ella nos preguntamos si esa persistencia no refleja los límites del hombre, si ello no resulta inherente a la humanidad; como también lo sería la inclinación al dominio sobre la diversidad, porque ello le otorga la sensación de una falsa seguridad, ante un contexto -la naturaleza- que nunca ha terminado de conocer, para convivir con él en términos de complementariedad. Así las cosas, tendríamos que concluir que la especie humana ha reiterado, en esta oportunidad, esa su característica.
Medina propone la sustitución de la mentalidad unidimensional por una animista, basada en la empatía y la inclusión del otro. Pero, no sólo la persistencia mostrada a lo largo de la historia pone en cuestionamiento esa posibilidad, sino la cotidianidad misma que nos muestra el casi insuperable, para el hombre, reto de vivir en base a principios de inclusión y reconocimiento del otro. En la relación, tanto con sus semejantes como con otras especies vivas, el hombre se ha orientado por el rechazo y/o el sometimiento al otro. Recientes ejemplos grotescos de ello tenemos en el expresidente norteamericano, Donald Trump, encarcelando a niños y niñas o en el ex-tirano boliviano, Evo Morales, llamando a evitar el ingreso de alimentos a las ciudades, como vil venganza por su derrota. En este marco, uno se pregunta si no es el miedo al otro, en último término (que es como decir, el miedo a la realidad con la que se comparte), la única forma de vida que tiene el hombre.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo