El tipo de campaña electoral que ha decidido desarrollar el Movimiento al Socialismo (MAS) contradice el sentimiento democrático general prevaleciente en la sociedad boliviana, por lo cual puede preanunciarse el fracaso electoral de este partido. En sentido amplio, forman parte de una campaña electoral también los candidatos que el partido presenta, así como el lugar elegido para la concentración de cierre de campaña, porque a través de estos elementos se emite un mensaje al electorado. La consecuencia de este fracaso será, claro, la merma de la convocatoria electoral, así como el debilitamiento político y el aislamiento social de los grupos más radicalmente masistas, como los productores de coca de Cochabamba y Santa Cruz.
La campaña electoral comprende, entonces, además de la propuesta programática, a los candidatos, al cierre de campaña y también lo que un partido hace o deja de hacer durante el período pre-electoral. En lo concreto, el MAS ha dejado muy en claro, en estos tiempos, su oferta política para el país. El principio fue el burlote que se le ocurrió a la bancada parlamentaria de este partido de interpelar a todos los ministros del gobierno de Jeannine Añez. El infantil cálculo de estos parlamentarios era conducir a los ministros a un interminable desfile por los pasillos del parlamento, paralizar el funcionamiento del ejecutivo y así desestabilizar todo el proceso democrático boliviano. A la primera muestra de esta burda maniobra Añez respondió de la mejor manera: aceptar la renuncia de su ministro de Defensa, censurado por un parlamento sin representatividad y volver a nombrarlo como ministro en la misma cartera, al día siguiente.
Así se cortó una de las intenciones de la cadena desestabilizadora diseñada por el partido de los ex -gobernantes, hoy prófugos de la justicia. Es verdad también que el foco de interés de la opinión pública giró hacia el tema de la pandemia mundial desatada por el coronavirus. El impacto de este giro privó, pues, de audiencia en la opinión pública a los esfuerzos desestabilizadores al partido de Evo Morales. Por más irónico que parezca, la preocupación generalizada a nivel mundial por combatir la pandemia ha influido, en lo interno, para que las intenciones desestabilizadoras resulten marginales y el proceso democrático siga desarrollándose en calma. Resultaba claro que las desesperadas maniobras del MAS a su vez eran una respuesta al evidente malestar entre sus propios simpatizantes, a raíz de la imposición de candidatos corruptos, cuyo único mérito es el ser hombres de confianza del ex–dictador; sin sumar a esta muestra de abuso que supone la imposición, el hecho de propiciar la presencia de otros candidatos, entre los que se encontraba el mismo Morales y alguno de sus ministros, que incumplieron varios de los requisitos establecidos por el órgano electoral, para habilitarse como tales.
Para este partido, desestabilizar el proceso democrático electoral e imponer candidatos corruptos ignorando las propuestas de su militancia de base, es algo natural. ¿Por qué no debería serlo, si durante su gobierno la corrupción, las prácticas delincuenciales y el atropello a toda norma legal ha sido una constante? Pero no es en la continuidad de esta constante donde encontraremos las justificaciones de fondo del actuar antidemocrático incluso para con sus propios adherentes. Tanto durante el gobierno del MAS como hoy en día, todo gira en torno a Morales, su círculo de allegados y los vínculos delincuenciales que se han esmerado en tejer. El cambio de este hábito anti-democrático de hacer política suponía que este partido se libere, pues, de su dirigencia corrupta y delincuencial. Está claro que en lo inmediato no acatar el dedazo de Morales habría significado que el ala conciliador y de mayor espíritu democrático no sólo hiciera respetar las candidaturas que la militancia había elegido, sino que al mismo ello habría significado privar a Morales de su pequeño círculo de lugartenientes y a mediano plazo habría significado el desplazamiento del mismo Morales. Al contrario, la absoluta falta de personalidad de este sector al acatar la imposición, revela el atraso político y democrático de todo este partido. La causa inmediata para este retraso no es sino el resultado de más de una década de (des)gobierno, del cual se han beneficiado sus adherentes gracias a la prebenda, la corrupción de sus direcciones sindicales y la obtención de obras civiles de maquillaje, a sabiendas que a poco tiempo las mismas debían ser refaccionadas.
En la lógica antidemocrática de este partido se inscribe el anuncio de la realización de la concentración por el cierre de campaña en la Argentina (¿!). Para este caso el burlote consiste en dar el mensaje, principalmente al ámbito internacional, de que en Bolivia no existirían las condiciones para la concentración de su cierre de campaña. Desde ya, el candidato títere ha lanzado esta tontería, en una declaración a la prensa. En conjunto, por tanto, para el MAS no se trata de vivir en democracia sino de boicotear, precisamente la consolidación de un orden democrático. A la delincuencia, políticamente organizada (hoy en torno a este partido) le resulta inaceptable un régimen democrático-constitucional, porque ello supone la conformación también de una institucionalidad estatal fortalecida, es decir, de una institucionalidad orientada, entre otras cosas, a la protección de la sociedad de la arremetida del crimen organizado. No es exagerado decir que todos los resortes de este partido, desde su bancada parlamentaria hasta la cúpula de las direcciones sindicales se articulan, en diferentes niveles y bajo distintas modalidades, al esfuerzo por desestabilizar la democracia.
Sin embargo de ello, el mayor obstáculo para el MAS se encuentra en la sociedad boliviana. La acumulación democrática, en la conciencia de esta sociedad, es tan vasta que incluso abarca a amplios sectores de la misma base electoral masista. Por ello, las agresiones a la democracia y a la sociedad son también agresiones a su potencial electorado.
A partir de ello se derivan dos consideraciones. Primera, que aquellas agresiones, ahora sin la cobertura de la prebenda, la corrupción y el uso discrecional que hicieran del aparato estatal en beneficio propio, hacen mella también en el sentimiento de ese electorado. Si el MAS alcanzó el 34% de la votación (proyectado sobre la base de los datos medianamente creíbles del órgano electoral, hasta antes que el sistema de trep fuera detenido), es improbable que repita, en las próximas elecciones, la misma votación. Segunda, aun siendo cierto que la amplitud de la acumulación democrática abarca a la misma base electoral masista, es evidente que entre estos votantes deben establecerse diferencias. Los hay quienes votarán por identificación étnica o razones culturales, antes que por sentimientos democráticos; y aquí no importa que Evo Morales fuera un falso indígena, porque la inclinación a esta perspectiva antidemocrática y delincuencial de este electorado, es el precio que el país ahora paga por el largo ejercicio de un profundo racismo.
Pero más allá de todo ello hay, en la base de la teoría de la acumulación democrática un supuesto que, en última instancia desbarata, en la proyección histórica y la perspectiva antidemocrática del MAS. Nos referimos al sentimiento de pertenencia. René Zavaleta sugiere, por ejemplo, que la asonada de la masa, en noviembre de 1979 en defensa de la democracia representativa, expresaba el anhelo de pertenencia a un orden democrático representativo, es decir a un Estado democrático. No se pertenece a un Estado democrático cuando todos los poderes quedan concentrados en la presidencia. El esquema totalitario que el MAS representa es hoy contrario ya no digamos a la sociedad, sino incluso a amplios sectores de su propio potencial electorado.
Adelantar que la votación del MAS, en el mejor de los casos, apenas podrá alcanzar el 30% no es pues aventurado, ni forma parte de clarividencia alguna. En síntesis, esto quiere decir que veremos una reducción de la convocatoria electoral de este partido, incluso en comparación a las propias proyecciones que empresas encuestadoras (¿estarán libres de responsabilidad del pasado fraude electoral?) adelantan. La configuración del mapa electoral resultante mostrará ciertamente bastiones sociales y geográficos fieles a Morales; áreas principalmente como el Chapare en Cochabamba o Yapacaní y San Julián en Santa Cruz. La conformación de este mapa electoral, a la luz de los síntomas pre-electorales, anuncian sin embargo una negativa consecuencia para estos bolsones. Nos referimos al aislamiento social de los productores de coca de esos departamentos. El aislamiento social es algo que en filas de las clases subalternas se vivió en su momento. En 1964 quedó sellada el aislamiento del proletariado minero y conllevó en lo inmediato sendas derrotas políticas.
Bajo la estrategia electoral masista desestabilizadora de la democracia y autoritaria, no hay posibilidades de convocar, electoralmente, a las clases medias por ejemplo y ni siquiera hay posibilidades de mantener la convocatoria entre los trabajadores independientes; principalmente en la ciudad de El Alto, otrora inexpugnable bastión masista. De esta manera, el aislamiento social que adelantamos y la consiguiente derrota política reducirán al MAS a la misma dimensión que la camisa de fuerza autoimpuesta les proporciona. Sin grandes márgenes de maniobra, a pesar del contexto de dispersión de la votación que caracteriza al sistema del multipartidismo moderado boliviano, este partido no será en el próximo escenario político nacional sino uno más de entre los muchos actores.
Omar Q. Guzmán es sociólogo y escritor