WINSTON ESTREMADOIRO
¿Recuerdan el cuento del niño que alborotaba al pueblo gritando ¡“lobo, lobo”!? Luego de varias falsas alarmas nadie le hizo caso y el lobo llegó de verdad. El año 2007 preguntaba si hay racismo en Bolivia. Claro que sí. Ciertamente hay prejuicios étnicos, que nutren una actitud hostil o resentida hacia gentes de un grupo social o étnico diferente.
En Sudáfrica, el tránsito democrático tras décadas de apartheid fue viabilizado con una Constitución donde no figura la palabra ‘raza’. ¿Está erradicado el racismo? No. En EE.UU, el proceso de integración racial fue fomentado con leyes sabias. ¿Existe racismo en todo Estados Unidos? Claro que sí. ¿Acaso el heroísmo de Mandela o el idealismo de Lincoln han acabado con el prejuicio social?
En Bolivia, el racismo al derecho y al revés suscita pasiones encontradas en los más. ¿Quiénes de los que tienen prejuicios contra “cambas”
“collas” saben que Bolivia se fundó con territorio de dos “suyos” del Imperio Inca (quechua): Kollasuyo y Antisuyo? Pocos negarían que el Cerro Rico de Potosí fue el embrión de la “Bolivianidad”.De que la ínclita ciudad de La Plata fue designada como la capital (aunque el Mariscal Sucre sugería que fuese Cochabamba, más al centro de la nueva república). Sin embargo, no se puede negar que La Paz, ciudad cuyos delegados votaron en 1825 por anexarse al Perú, rige ahora como “sede de gobierno”. Es capital de hecho de la nación. Peor ahora que es cautiva de los aimaras, al extremo de lograr que la disgreguen en dos: La Paz y El Alto.
Tal vez sea el origen del andinocentrismo que critico. Su imprevisión acarreó la claudicación del acceso al Océano Pacifico; cesiones del llamado “Mattogrosso” y las riberas orientales del norte del río Paraguay; el Acre y, finalmente, del Chaco Boreal. Son tropiezos que sustentan el mote burlón de país que pierde guerras y vende su territorio.
La etnohistoria se encarga de desasnarles. El meollo es la desigualdad social. En el país la mayoría ignora que la rígida estratificación entre poderosos y desposeídos durante 3 siglos de dominio español, incluía no solo a “blancoides” expoliando a “originarios” (fueran conquistadores forzando ñustas o indígenas ricos desposando a españolas), sino a indígenas ricos explotando a indios pobres. Ni las mentadas rebeliones de los “Túpac” fueron dirigidas por indios del montón, sino por indígenas ricos reclamando fueros *dentro *del régimen hispano.
Evo Morales lo agravó con falsas dicotomías divisivas: “originarios” y “blancoides”, citadinos y campesinos. Eran útiles para que su Gobierno se victimice cuando le convenía. Por unos pesos, los “movimientos sociales” soltaban la fiera del resentimiento social. Si Dios me prolonga la vida, es parte de una historia boliviana que quiero escribir.
Lo dije en 2007: se negaron a aglutinar la patria con la unidad en la diversidad. En el régimen de Evo Morales destacaba el divisivo prejuicio racial, pero al revés, disfrazado de reivindicaciones con sesgo aimara. En la Constitución de La Calancha, chuta que fue, el racismo mostró la hilacha con su cantonalismo étnico en base a etnias, con leyes diferentes inclusive, siendo obvio que la aimara primaba entre las treinta y tantas ‘nacionalidades’.
Pura politiquería demagoga. Habría que asumir que el racismo o los prejuicios sociales no desaparecerán fomentando el encono étnico. Porque racismo es una palabreja que hoy se carga de acuerdo al que la profiere. Lo dije en 2007 y lo reitero en 2019. La clave es la educación.
Quizá por pensar demasiado soy un analista deprimente. Un hermano menor que vive en Santa Cruz de la Sierra, mencionó que los sucesos de hoy, 10 de Noviembre de 2019, recordaban a la Revolución rusa de 1917. Mayor motivo de alarma, le dije, porque entonces designaron un interinato presidencial, y un grupo de militantes bolcheviques copó el poder durante casi un siglo, incluso superando una guerra civil de varios años.
Repito. En Bolivia, la clave de solución del problema es la educación. No con un mentiroso proceso de cambio, que he calificado, y califico, como un relevo de rateros. La resaca triunfalista de ayer es como el terremoto que hace retroceder al mar, y que después de una calma chicha vuelve como un tsunami de montoneros que lo destruyen todo.
El gobierno de la turbamulta es siempre un desgobierno. Los primeros brotes de anarquía de un pueblo sin cabeza se notarán en incendio y saqueo de casas e instituciones. Los culpables de delitos deben ir a la cárcel luego de proceso de acuerdo a ley. De otra suerte, se caerá en las mismas fechorías que se lamentaron de Evo Morales y su claque.
Igual que en la II Guerra Mundial, organicen juicios como en Núremberg y en tiempo record procesen a militantes corruptos. Mientras tanto, que Bolivia reorganice sus instituciones y vuelva a la normalidad democrática. De lo contrario, una vez más se sembrarán nabos en las espaldas de los bolivianos.
Winston Estremadoiro