Los balineses en Indonesia, practican la riña de gallos, un “juego” por el cual se desviven y hasta desafían a la autoridad llevándolo a cabo, pese a su prohibición. Para que se dé el combate entre los gallos, los criadores los enfrentan, los azuzan, hacen que se picoteen la espalda. Los animales se agitan, abren sus cuellos y su visión se enfoca en su oponente. En ese momento es cuando el público grita con sus apuestas ya sea por uno u otro gallo. Y sin cesar el griterío sueltan a los animales de las manos de sus dueños y se enzarzan en una pelea que apenas llega al minuto. Si no existe un claro vencedor en el duelo inicial, así maltrechos, los encierran en una campana de mimbre, para acorralarlos y así propiciar que uno de al otro, la estocada final.
Fue el antropólogo Clifford Geertz quien realizó una densa etnografía sobre dicho evento. Y él sostiene, que si bien lo que se observa en la superficie es a los gallos enzarzados en tremenda reyerta, en lo profundo se encuentra el verdadero significado, puesto que lo que en realidad se “juega” entre los balineses es el honor, el estatus, la virilidad. Pero eso no es todo, sino, quien apoye a un gallo u otro, define las alianzas que se tejen, por un lado, y muestra la división existente entre facciones, por otro. En Bali, la riña de gallos activa las rivalidades y reafirma las alianzas y lealtades con el propio grupo; pero en forma de “juego”. Un juego sombrío, en todo caso.
En Bali, la palabra que designa al gallo, sabung, se usa metafóricamente para aludir al héroe, al guerrero, al campeón, o al donjuán. En España como en muchos países de Latinoamérica se les dice gallitos a quienes van presumiendo su machismo. Por tanto, la pelea de gallos es expresión de la masculinidad patriarcal, esencialmente competitiva.
El contexto que el país está viviendo, da pie para comparar el “juego” de la pelea de gallos, con los pugilatos y pulsetas políticas entre el expresidente Evo Morales y quien fuera su ministro de economía, fiel compañero y aliado, hoy su adversario, el presidente Luis Arce. En los últimos meses, el país ha estado sumido en las reyertas, y forcejeos al interior del partido de gobierno. Una disputa política entre los líderes “gallos”, disputándose el poder y pretendiendo eliminarse políticamente uno al otro, del camino electoral. El ala evista, ha realizado marchas desafiando al gobierno, y ha lanzado amenazas con plazos fatales. Ahora mismo, se encuentra realizando bloqueos y perjudicando al país en su conjunto. Por su parte, el ala arcista, está activando procesos judiciales contra Evo Morales, por haber cometido el delito de estupro. Ni duda cabe, esta riña de gallos detona rivalidades, pero también ratifica alianzas y corrobora lealtades, pues las distintas organizaciones y personajes políticos realizan sus apuestas asumiendo el riesgo
Al uno, no le interesa la crisis económica por la que estamos atravesando (aunque utilice esta razón discursivamente, para desprestigiar a su adversario), ni al otro, hacer justicia por los casos de estupro (a pesar de que sostenga esto discursivamente). Cada uno pelea por patentar la sigla partidaria, y pregona ser el verdadero paladín del “proceso de cambio”, lo que le significa, mantenerse vigente buscando la postulación o repostulación a la presidencia en el corto plazo que resta para las elecciones generales. Por tanto, el juego profundo, en definitiva, consiste en eliminar al contrincante de la contienda política. Un ala está presionando por la renuncia del presidente Arce, la otra quiere encarcelar a Morales, ¿quién dará el golpe final? Y después del combate ¿quedará algo para construir? ¿se habrá esfumado la crisis? ¿uno se podrá sentir vencedor? ¿qué habrá ganado? ¿no será que todo se reduce a que habremos asistido a un espectáculo macabro en el que acólitos de una facción u otra apostaron frívolamente? Lo cierto es que los aspectos que se asemejan entre ambas peleas de gallos no son alentadores, pues en una y en otra, cunde un drama de crueldad, violencia, odio y muerte.
La autora es socióloga y antropóloga