Desde el inicio de la pandemia del coronavirus (covid-19) y mientras el mundo enfrenta la más seria crisis de salud después de un siglo, las reacciones de las sociedades, en todos los niveles, han sido abiertamente irracionales, desde el punto de vista de la protección a la vida. Enumeremos algunos ejemplos: la Organización Mundial de la Salud (OMS) al inicio de la expansión del covid-19 se resistió en calificarla como pandemia; China, lugar de origen del estallido de la enfermedad, ocultó información a la opinión pública mundial sobre la misma y persiguió a los profesionales y científicos de salud que tuvieron el suficiente valor civil para alertar de la gravedad del caso; Estados Unidos (EEUU), entonces bajo la presidencia de Donald Trump, se retiró de la OMS; la dictadura rusa de Putin ocultó datos sobre el impacto de la pandemia; empresarios promotores de espectáculos deportivos (i. e., en estas circunstancias, de circo) impulsaron un partido de fútbol en España con un equipo de ese país y otro de Italia (Valencia – Atalanta) siendo este último país ya para esa época el más contaminado por el covid-19 y la aventura, al reunir a más de 50 mil espectadores entre españoles e italianos, detonó la enfermedad hasta poner de rodillas, pocas semanas después, a España.
El comportamiento de las sociedades no únicamente destaca por los tumbos en relación a la crisis de salud, sino también por la misma desorientación respecto a la crisis Integral que el covid-19 provocó. La combinación de pandemia y reacción desacertada motivará que futuros estudios sobre este hecho histórico tengan que considerar, finalmente, la base misma de semejante pérdida de horizonte, es decir, los fundamente del pensamiento que, en todos los órdenes, “orientó” a los seres humanos.
El que la crisis sanitaria hubiera afectado todos los campos de la vida social nos habla del impacto sistémico de ella; esta dimensión involucra principalmente a los sistemas económico-productivos, comerciales y políticos. A diferencia de este alcance general, el hombre ha optado por dar respuestas sectoriales al problema y, en esta opción, varios sectores no vinculados a la salud han terminado atrayendo mayor atención.
Lo llamativo de este cuadro, en primera instancia, es que la crisis sanitaria amenaza, en última instancia, la vida misma. Tanto el número de infectados hasta el presente (25.1 millones) a nivel global, como el de víctimas mortales (2.4 millones) de poco sirven para que la sensibilidad humana se digne en prestar mayor atención a la crisis de salud. Ni siquiera el colapso de los sistemas sanitarios, en los países desarrollados y la muerte literalmente rondando por las calles alrededor del mundo, pudieron disuadir al ser humano de su equívoco.
Con todo, la fuerza de la pandemia lentificó, hasta casi su paralización, las actividades económica-productivas y comerciales, disparando las cifras del subempleo y del desempleo abierto. El incremento de la pobreza, así como el florecimiento del trabajo informal, tienen también sus manifestaciones sobre la política, convirtiéndola en un terreno harto gelatinoso. Precisamente este último impacto torna a la política, ahora más que nunca, en el campo de lo imprevisible. Esta característica, en el contexto de la crisis Integral, dificulta aún más las posibilidades para reposicionar la atención a la salud como prioridad.
En su reacción ante la pandemia, las sociedades dieron, en definitiva, mayor importancia a la crisis en todas las demás áreas, en comparación a la salud, es decir en comparación a la vida y demostraron de esa manera el carácter primitivo de la especie humana. Este irresponsable comportamiento abarca a las sociedades como tal, a los gobiernos y a los Estados.
Es verdad que en las sociedades hubo voces -y no pocas, por cierto- que presionaron por alternativas que priorizaran la defensa de la vida; voces como las de las comunidades científicas, de algunos intelectuales, entre otros. También es cierto que hubo gobiernos que procuraron mantener, en medio de la crisis Integral, la atención sobre el problema sanitario. Entre ellos, a manera de ejemplo, podría destacarse a los de Grecia y Portugal en Europa, o al de Corea del Sur en Asia y al de Uruguay en Sudamérica. Incluso puede encontrarse diferencias entre los Estados. Mientras unos al menos permitieron la transparencia informativa, facilitando el seguimiento a la situación, otros, los Estados totalitarios como los de Rusia y China, simplemente mantuvieron a sus sociedades en medio de la censura informativa. Y por último encontramos Estados en los que la atrofia institucional (característica de la mayoría de los Estados latinoamericanos), tuvieron un manejo de la crisis sanitaria cercano a la chacota y a la jarana; para no hablar ya de los Estados delincuenciales que mantienen a sus sociedades en el oscurantismo, como los de Corea del Norte, Venezuela o Nicaragua. Lo mismo podría anotarse de los gobiernos. Entre estos vimos verdaderos paradigmas del desprecio a la vida, como los del ex-presidente Trump (EEUU), Bolsonaro (Brasil) o López Obrador (México). Al lado de ellos, tenemos Gobiernos que sólo atinan a cruzar los dedos para que la pandemia, por su propia dinámica, disminuya su agresividad y, perdidos en el laberinto de la crisis Integral, no tienen reparo en utilizar a su población como conejillo de indias para pruebas masivas de las vacunas en proceso de elaboración. Por último, también hemos observado gobiernos que intentaron e intentan, en verdad, un manejo serio del problema.
En el caso de las sociedades, no es que únicamente la presión económica de los trabajadores por cuenta propia sea la que genere el desacato a la observancia de las medidas de protección (como el uso del barbijo y el distanciamiento físico). Junto a ello se observa verdaderos actos irracionales, con grandes concentraciones humanas, las cuales se constituyen en abiertas burlas a las medidas de protección. Recordemos un partido de fútbol en Bolivia -liga de fútbol, por lo demás, de quinta categoría- en la ciudad de Santa Cruz (Blooming – Strongest), la ciudad con mayor contaminación en este país; burlote del que, por supuesto, nadie asumió la responsabilidad. O en Argentina, donde las masivas concentraciones fueron promovidas desde el propio gobierno de Fernández y, como no, las concentraciones de proclamación de Donald, candidato republicano en las pasadas elecciones, en EEUU. A este listado del desprecio a la vida debe sumarse, claro está, el hostigamiento que se ejerció, a lo largo de todo el mundo, en contra de los trabajadores de la salud o el asalto y destrucción de ambulancias por bandas delincuenciales autodenominadas “movimientos sociales”, como ocurriera en Bolivia. “Movimientos” que hoy nuevamente en el gobierno por medio del Movimiento al Socialismo (MAS) imponen, con el beneplácito cómplice de un remedo de tribunal “supremo” electoral, elecciones subnacionales del todo posibles de postergarse si primara un mínimo de sentido común, ya que este país vive la expansión de la ola de contaminaciones. Pero, como se recordará, Bolivia se caracteriza por no contar con la independencia de poderes.
En los hechos, el desprecio a la vida que la humanidad y a la vida de todo ser vivo es la muestra más clara del carácter primitivo de los hombres. La evolución (o “desarrollo”, en la comprensión común) es sólo secundariamente material, tecnológico. El fundamente para la evolución humana se encuentra en una nueva conciencia global, alimentada por una escala de valores en la que destaque el respeto a la vida de todo ser vivo (algo de lo que algunas comunidades campesinas, afines a los “movimientos” del MAS de Tarija -Bolivia-, autores de la matanza de cóndores y otros animales, se encuentran muy lejos).
Líneas arriba dijimos que no todos los sectores de las sociedades expresaron un comportamiento de desprecio a la vida. Aunque por hoy minoritarios y dispersos, estos grupos constituyen el fermento del que pueden germinar los principios de una nueva conciencia, una visión de la vida y del mundo. Hablamos, en definitiva, de una nueva ideología. En tal sentido y a la luz del carácter primitivo que la mayoría de la humanidad muestra durante el covid-19, la nueva división que puede atravesar al mundo se encuentra, pues, en el plano ideológico; división que va más allá de las que existen entre Estados, naciones, religiones o culturas.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo