
El deplorable episodio que protagonizo Trump con el presidente Zelenski de Ucrania, en el Salón Oval de la Casa Blanca, pone de manifiesto el extravió de la diplomacia norteamericana.
Sin duda, desde la asunción de Trump, la diplomacia norteamericana ha experimentado abruptos cambios que, en gran medida, no responden a una estrategia política global, ni a la defensa y consolidación del orden mundial que lidera Estados Unidos (EEUU) desde el fin de la guerra fría.
Al parecer, la actual diplomacia norteamericana colisiona con sus políticas de Estado, en gran medida concebidas y diseñadas por Henrry Kissinger para largos años, dirigidas precisamente a consolidar y sostener la hegemonía militar, política, económica y cultural de EEUU en el mundo.
Mas parece una diplomacia al vaivén de los estados emocionales de su actual presidente, con rasgos populistas y autoritarios. Dicho sea de paso, según el influyente politólogo Steven Levitsky, estudioso del declive de las democracias en el mundo, EEUU estaría experimentado preocupantes desvíos autoritarios. Encuentra además en Trump, similitudes con la deriva de los lideres latinoamericanos populistas de izquierda y derecha, de tendencias autoritarias.
Durante la guerra fría -el mundo dividido en dos bloques, capitalista y comunista- la diplomacia norteamericana fue una compleja mezcla entre contención, promoción del capitalismo y el libre mercado, disuasión nuclear y, en muchas ocasiones, de intervencionismo. Con el “Plan cóndor”, por ejemplo, para frenar la expansión comunista, la intervención en América Latina fue brutal
En el plano militar, en el marco de su política de contención y disuasión nuclear, promovió la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el brazo armado del bloque occidental. A su vez, en contrapartida, el bloque soviético, creo el Pacto de Varsovia. Durante cuatro décadas, ambas organizaciones, con armamento de base nuclear, se prepararon para la guerra. Sin embargo, felizmente, no dispararon un solo misil, por el “equilibrio del poder”, que radicaba en capacidades nucleares y de destrucción equivalentes.
El fin de la guerra fría cambia el escenario. El derrumbe del Muro de Berlín y el colapso de la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas (URSS) reconfigura el orden bipolar. El nuevo orden mundial -la configuración del poder internacional- pasa a ser unipolar, bajo la hegemonía de EEUU.
En ese nuevo orden, la diplomacia norteamericana buscará consolidar la condición de potencia hegemónica y de dominio completo. Su dominio será multidimensional, no solo militar. En ese sentido EEUU impondrá globalmente las reglas de juego en la economía y la política. También impondrá avasalladoramente su cultura, la dimensión más importante para el dominio total.
Los que hablan hoy, de un orden multipolar, y no toman en cuenta estas otras dimensiones del poder, están extraviados. China y Rusia, no cuentan con ese poder multidimensional. Entonces, la configuración actual del orden mundial es, indiscutiblemente, unipolar. En ese marco, la diplomacia norteamericana, desde el fin de la guerra fría, pretendió consolidar esa hegemonía multidimensional.
En el plano militar, no obstante la desaparición del Pacto de Varsovia, mas bien ha fortalecido a la OTAN. Es dominante su presencia. Su contribución financiera es significativamente superior a la de cualquier otro aliado. Todo esto, le otorga una gran influencia en la toma de decisiones y la dirección estratégica. La utilización de la infraestructura y los recursos de la OTAN, le permite proyectar su poderío militar incluso más allá de Europa. Por ello, para consolidar y mantener esa superioridad militar global, la OTAN le es de fundamental importancia.
En ese plano, ante la ausencia de un contrapoder significativo, la diplomacia norteamericana asume una posición unilateralista y de predominio. Promueve sus valores de libre mercado y democracia, abarcando gran parte del planeta.
En los últimos tiempos, sin embargo, esa diplomacia ha tenido que lidiar con desafíos emergentes, como el ascenso de China y las ambiciones de Rusia. Estas dos últimas grandes potencias, pretenden cambiar el orden mundial unipolar. Proclaman un orden multipolar, sobre la base de tres imperios: EEEUU, China y Rusia. Esto, ha obligado a un reajuste de su diplomacia con mayor énfasis en la competencia estratégica y la cooperación multilateral.
Pues bien, con la llegada de Trump a la Casa Blanca, la diplomacia norteamericana toma otros rumbos. A lo mejor, más por caprichos personales que por una visión global estratégica. El cambio es abrumador.
¿Que pretende Trump con su política de aranceles? ¿Que persigue alejándose de Ucrania y del papel de EEUU en la guerra con Rusia? ¿Qué objetivos tiene al intentar desvincular a EEUU de la OTAN? ¿Qué quiere alcanzar, alejándose y rompiendo con la Europa liberal y democrática?
Ninguna de las probables respuestas a las cuatro preguntas planteadas, nos conducen a afirmar que Trump quiere consolidar la condición de potencia hegemónica de EEUU, es decir, de mantener el dominio multidimensional. Da la impresión, mas bien, de que está de acuerdo con un nuevo orden mundial de carácter multilateral. En ese sentido, se estuviera aliando a las pretensiones de Rusia y China.
El trato dispensado al presidente de Ucrania, al parecer previamente preparado, no tiene precedentes en la diplomacia y política internacional. También es un síntoma claro del extravió de la diplomacia norteamericana, sometida a los exabruptos de su presidente, con notable influencia darwiniana.
El autocontrol y la entereza de Zelenski, fue un verdadero sopapo a las ínfulas de superioridad de Trump y su diplomacia extraviada.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón