Desde hace un par de semanas, las waka wakas, algunas ranas y sapos, los grillos se han posesionado de mi jardín. Inmediatamente al ver y sentir su aparición en el mes de noviembre dije: “parece que va a llover”, pero pasaron días sin que ni una gota cayese por mi zona. A la aparición de los coleópteros y batracios se sumó gran cantidad de hormigas obreras y dije: “ahora sí que va a llover”, y nada. Sólo había que tener paciencia ante las ilusiones que me daban estos seres.
Sin embargo, la tan esperada lluvia no estaba tan lejos, se iba acercando. Hasta que un día, a la manera de una gran alfombra negra, se adueñaron de parte del jardín, las hormigas aladas. Entonces, no podía fallar, la lluvia ese día era segura, y así fue, aquel día llovió. Entendí que era el conjunto de las señales que advertían que la lluvia se avecinaba.
La lectura y predicción del clima con base en los bioindicadores tiene una tradición milenaria y es otra forma de ciencia, otra manera de buscar explicaciones y entender el medio que circunda al ser humano. Es por demás interesante cómo, a la manera de una partitura, los bioindicadores climáticos tienen que leerse en forma conjunta, holística. Es decir, no basta ver un indicio o señal y concluir que la lluvia ya se acerca, sino son varios elementos que se tienen que tomar en cuenta.
Los campesinos e indígenas, que tienen más pericia en la lectura y predicción del tiempo, se fijan simultáneamente en los fito (vegetales) y zoo (animales) indicadores, explican la interpretación de los movimientos de los vientos o las características de los astros y su influencia conjunta en el crecimiento de las plantas y los animales.
De acuerdo con el lugar en el que se habita, existen otros indicadores locales del tiempo, cuyo conocimiento y transmisión de generación en generación van luchando contra el olvido. Por ejemplo, son conocidos también la aparición de un círculo a la manera de anillo que se forma alrededor de la luna, o el florecimiento de la thola o la muña.
O la altura en la que los leque leques construyen sus nidos y que predice si habrá lluvias suficientes o sequía. También es útil prestar atención al atuq (zorro). Éste es uno de los animales más importantes en la observación campesina sobre los indicadores climáticos. Se trata de escuchar su aullido. Cuando es claro, de principio a fin sin atorarse, se dice que será un buen año. En cambio, cuando al final del aullido hay sonidos distorsionados, entonces se dice que ese año habrá sequía.
Cuando se le busca explicaciones científicas a la aparición o manifestación de los bioindicadores existe la pretensión de positivizarlos, volverlos científicos y encasillarlos en nuestros propios términos para comprender los fenómenos atmosféricos, la naturaleza y dotarles de validez. Parece innecesario, pues esa validez proviene de su sobrevivencia por siglos.
Tal vez es más importante y útil simplemente observarlos, leerlos de manera integral y no perder el asombro de su aparición. Es un tipo de lectura distinto a la aplicada con visión científica, racional y compartimentada, pues supone tomar en cuenta la conjunción de una serie de elementos que permiten pronosticar si se avecina un buen o mal año para la producción agrícola.
Lo cierto es que el clima está cambiando. De pequeña vivía rodeada de mucha más naturaleza, y la presencia de insectos y batracios era parte de la vida cotidiana en determinada temporada. Hoy, nuestra naturaleza arde, nuestra ciudad está más descampada, seca, y cualquier manifestación de la naturaleza nos resulta particular, emotiva, y razón de festejo. Es así que, cuando cae una pequeña y breve llovizna, las redes sociales se inundan de cumplidos a ella.
El clima está cambiando, y necesitamos que llueva. Y que llueva mucho en los lugares que aún están en llamas. El ensañamiento con la vegetación y los animales es tal que sólo nos queda llevar a cabo rogativas, y que san Severino se apiade de nosotros.
La autora es socióloga y antropóloga