MIGUEL MANZANERA, S.J.
Por, Miguel Manzanera, SJ (.)
“Caridad en la Verdad” es el título, un tanto enigmático, de la tercera carta encíclica de Benedicto XVI quien, como ya es habitual, sorprendió a profesionales cualificados, creyentes y no creyentes, y que viene a complementar lo ya expuesto en sus dos anteriores encíclicas, aportando nuevas reflexiones al desarrollo integral del hombre.
En su primera encíclica, titulada “Dios es Caridad”, el Papa se centraba en el atributo que mejor caracteriza al Dios cristiano que es ante todo caridad en sus dos componentes básicos la justicia y la misericordia. Con ello muestra al único Dios, creador de la tierra, el sol, la luna y de todos los demás elementos de la naturaleza, a quienes veneran como divinidades otras creencias ancestrales, muchas veces manipuladas por sus propios líderes religiosos.
En el cristianismo Dios a su imagen y semejanza crea al hombre libre, estando éste llamado a perfeccionarse en la caridad. Esta reflexión papal fue continuada en la segunda encíclica “Salvados en la Esperanza” que muestra a la esperanza cristiana como la virtud teologal que brota de la fe y que da sentido y alegría al quehacer humano.
Ahora en la última encíclica el Papa quiere dejar bien sentado que la auténtica caridad debe basarse en la verdad, ya que sin ese fundamento último la solidaridad, aunque tenga una intención sincera de ayudar a otras personas, puede ser tergiversada y utilizada por ideologías que niegan la dignidad universal de todo hombre desde la concepción hasta la muerte natural en su desarrollo integral, corporal y espiritual. Se trata de una enseñanza magistral interdisclipinar que merece una lectura atenta.
En este breve artículo analizaremos en qué consiste el vínculo, intrínseco e inseparable, entre la caridad y la verdad. Para ello señalamos las tres grandes obligaciones éticas del hombre en relación a la verdad: respetarla, conocerla y realizarla. Lo haremos de manera didáctica ubicándonos en nuestro contexto sociocultural y político.
La primera y más obvia obligación del hombre es ante todo respetar la verdad. El hombre no puede anteponer sus propios intereses contrapuestos a la verdad. Por ello debe conocer la realidad sin ocultarla, falsearla ni tergiversarla. Lamentablemente en la situación de nuestro país se observa como la mentira al servicio de ideologías se ha hecho moneda corriente en los medios de comunicación, en las campañas electorales e incluso en los estrados procesales. El afán de ocultar o distorsionar la verdad es la estrategia favorita de los gobiernos totalitarios, que para ello impiden el acceso al conocimiento de los hechos o restringen la libertad de expresión y comunicación, contraviniendo el mandamiento “no mentirás”, “ama lulla”, y perdiendo, así, la credibilidad ante la propia sociedad.
La segunda obligación es conocer la verdad estudiando la realidad para descubrir la perfección final a la cual el hombre es llamado en su misma esencia. Por ello el hombre tiene que esforzarse en desvelar los enigmas fundamentales sobre la existencia de Dios y sobre el origen y el final de su propia existencia. Lastimosamente muchas personas no prestan a atención a esa obligación o la ejercen por vías equivocadas que les llevan a una negación o a una tergiversación del verdadero Dios. De aquí la importancia de la auténtica filosofía como amor a la sabiduría, por la que el hombre, poniendo en juego toda su inteligencia y apoyándose en la fe, desvela la verdad transcendente, cuya mejor confirmación se encuentra
en la revelación cristiana.
La tercera obligación es practicar o realizar la verdad. Para ello no basta conocer la realidad, sino que el hombre descubre su vocación a transformarla en función de la Verdad transcendente, que si bien ya existe, sigue siendo una realidad última por hacer. En términos cristianos es el Reino de Dios, de libertad, de justicia, de fraternidad y de paz, que Jesús, predicó y comenzó a construir en la tierra, enviando su Rúaj de la Verdad a sus seguidores para completar su obra (Jn 15, 26). En términos personalistas es la utopía transcendente de la familia humana, unificada con la familia divina, constituyendo así el nosotros antropoteologal, que debe inspirar a todo proyecto humano.
El
hombre, utilizando la razón, iluminado por la convicción de la fe y fortalecido por la energía de la esperanza, está llamado a respetar, a conocer y a realizar esa Verdad última en la Caridad, colaborando así en la misma obra de Dios. Al mismo tiempo la Verdad va purificando progresivamente a la Caridad, constituyendo el círculo hermenéutico liberador a través del cual el hombre se hace libre (cf. Jn 8, 32), liberándose de utopismos y falsos proyectos
que no respetan la dignidad de todo ser humano, como imagen viva de Jesús que es la Vía, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).
---
(.) Sacerdote jesuita y doctor en Teología