¿Cómo entender el comportamiento político desacertado de varios gobiernos en el manejo de la pandemia del coronavirus (covid-19)? ¿Qué reflejan esas acciones, desde el punto de vista del sistema democrático? ¿Por qué, a las puertas del estallido de la pandemia en Estados Unidos (EEUU), Brasil o México, sus presidentes no solamente minimizaron de forma irresponsable el peligro, sino llamaron a la población a no dejarse influir por las voces que exigían la rápida toma de medidas sanitarias preventivas? ¿Cómo comprender que en Bolivia el gobierno perdiera valioso tiempo antes de retomar decisiones acertadas en la lucha contra el covid-19 y al mismo tiempo el partido del ex-dictador Evo Morales, el Movimiento al Socialismo (MAS), bloqueara las carreteras, impidiendo el traslado de oxígeno sanitario a los hospitales con enfermos de covid-19?
La adopción, sin convicción, de políticas durante la crisis sanitaria devino en acciones desacertadas y facilitó la expansión de la pandemia. A su manera, cada uno de los gobiernos de EEUU, Brasil y México (casos tomados como ejemplos paradigmáticos para nuestro tema) adoptó decisiones que devinieron, al poco tiempo, en medidas desacertadas. Una primera generalización amplia como respuesta nos permite pensar que actuaban dirigidos por el cálculo político particular.
Lo cierto es que estos tres países representan los casos en los que la pandemia ha causado el mayor número de víctimas fatales en el mundo. En la intersección entre políticas desacertadas, sistema democrático representativo y mortalidad causada por el covid-19, ubicamos nuestra principal preocupación referida a lo que esos desaciertos esconden: las limitaciones del sistema democrático ante la magnitud de la crisis provocada por la pandemia. La referencia al caso boliviano, por su parte, nos ofrece la acción político no sólo del gobierno sino también del opositor partido MAS, cuyos principales dirigentes huyeran del país, luego del fallido intento de fraguar las elecciones en octubre del pasado año. El caso boliviano, a su manera, resulta pues también paradigmático. Es verdad que la diferencia entre ser gobierno o ser oposición es muy grande, sin embargo ambos comparten el mismo espacio (apoyados en Pierre Bordieu, recordemos que ese espacio no es sino el campo político) de la política institucionalizada, así como el objetivo del control de dicho campo.
En global, en los cuatro casos predominaron los cálculos políticos particulares, impidiendo establecer políticas generales, urgidas por el contexto de la pandemia del coronavirus. Mientras que en condición de gobierno ese predominio devino en políticas desacertadas, en la condición de partido opositor debilitó alguna de las políticas que desde el gobierno podían adoptarse. En cualquiera de estos ejemplos, sin embargo, las políticas para enfrentar a la pandemia resultaron, en el mejor de los casos, insuficientes. El que en todos ellos los intereses particulares, en una situación de crisis, resultaran activados por medio del juego político democrático nos revela una de las debilidades de este sistema, ante la dimensión de la emergencia que provocó el covid-19.
Los intereses particulares de los gobiernos de EEUU, Brasil y México mostraron rasgos comunes en el manejo de la pandemia. Primero, minimizaron el brote; Trump se resistió durante meses en reconocer la seriedad del asunto, Bolsonaro calificó al coronavirus como una gripecita y López Obrador se mostró confiado en no contagiar del covid-19 porque llevaba un amuleto y pidió a la población “no caer en escenas de pánico”. Segundo; ninguno tomó en cuenta las recomendaciones de la comunidad científica y, al contrario, evitaron las decisiones sugeridas. Ignoraron las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), poniendo, además, en duda la validez científica de las mismas. El manejo de la pandemia simplemente no forma parte de la agenda de cada uno de estos tres gobiernos. Para Trump la preocupación gira en torno a las elecciones de fin de año, mientras que a Bolsonaro y a López Obrador les preocupa la lucha contra los ex-gobernantes; la izquierda al primero y la derecha al segundo, es decir, contra fantasmas, en el marco de la expansión de la pandemia.
Distinto es el caso boliviano, aunque involucra también el cálculo político de sus principales actores. Para el MAS, el objetivo no es sino crear un estado de convulsión que alimente, de cara a las elecciones nacionales próximas, un sentimiento de seguridad perdida, en los sectores sociales que en el pasado conformaban su base electoral y que en los últimos años le dieron la espalda. Se trata, por supuesto, de un cálculo alejado de la realidad que marca el proceso social boliviano. Pero ello no importa a la dirigencia del MAS, que apuesta a revertir las tendencias sociológicas con el mero voluntarismo de grupos de interés, sectores corporativos y el crimen organizado; todos ellos empeñados en bloquear las carreteras, impedir el suministro sanitario a los hospitales, saquear los camiones varados y, de paso, impedir la llegada de alimentos a las ciudades. Y todo ello, ante la pasividad cercana a la complicidad del gobierno de Jeanine Añez, sin el menor interés de respaldarse en la Constitución para garantizar la vida, la salud y la alimentación a los bolivianos. Es que también en Añez pesa más el cálculo electoral y la intención de no desdibujar su candidatura para las próximas elecciones. Lo peor, sin embargo, es que el gobierno está echando por la borda tanto esfuerzo de la ciudadanía y tanto sacrificio de médicos y enfermeras, en este prolongado enfrentamiento a la pandemia.
En todos los casos es la lógica particular y el cálculo político, lo que explica el comportamiento aparentemente irracional. Es irracional desde el punto de vista del interés mayoritario de estas sociedades, por retrasar el ritmo de expansión de la pandemia y aliviar la presión sobre los sistemas sanitarios; pero es racional desde el punto de vista político particular. Que esta última racionalidad impida un abordaje nacional y no particular de la pandemia y sus efectos, ilustra tanto la disparidad de lógicas (la política por un lado y la científica, por otro) como la preponderancia de uno de los campos en los que estas lógicas se asientan. Con todo, en última instancia estos actores políticos han mostrado un comportamiento tradicional, como respuesta a una situación excepcional, y precisamente en ello radica el desencuentro entre la realidad determinada por la emergencia sanitaria y la realidad particular de aquellos actores políticos. Son los límites -en sentido de Sartre, es decir, las posibilidades últimas- que el propio sistema de la democracia representativa actual ofrece a la sociedad como opción para enfrentar una situación sanitaria excepcional.
Este desencuentro resulta notorio en los casos de EEUU, Brasil y México, cuyos presidentes ostentan el dudoso honor de haber convertido a sus países en los tres con mayores víctimas mortales causadas por el covid-19. El manejo de la pandemia que cada uno de estos gobiernos ha mostrado es la explicación para ello. Sin embargo, en el triángulo entre intereses particulares, medidas desacertadas y pandemia, el principal factor está representado por la vida propia que la crisis sanitaria parece cobrar en cada uno de los casos.
No únicamente destacamos el incremento del número de infectados o fallecidos, o el efecto integral provocado por el covid-19, sino también la modificación cualitativa de las consecuencias que la maduración misma de la crisis sanitaria muestra. El principal experto epidemiólogo de los EEUU, Anthony Fauci, aseguró, a principios de agosto, que en su país la pandemia ya estaba fuera de control. Es en verdad una situación que desborda incluso la idea misma de “situación sanitaria crítica”, debido a que ya entonces no se trataba de contener la pandemia sino de lentificar su ritmo expansivo. Estar fuera de control significa poco menos que el comportamiento de la enfermedad se desarrolla bajo su propia fuerza, incrementando o disminuyendo sus niveles de agresividad según el propio autoimpulso del virus. Podría pensarse que en Brasil o en México al parecer las cosas no han llegado tan lejos, o al menos no lo ha admitido todavía ninguna autoridad sanitaria, pero no por nada los niveles de infección y letalidad alcanzados les ubican entre los tres países peor situados en esta materia.
En Bolivia el cuadro también es preocupante. En principio recordemos que los equívocos del gobierno provocaron que el país, para la tercera semana de julio, hubiera sobrepasado en 20 mil la estimación de infectados realizada por el comité científico del colegio médico de La Paz. Este organismo había adelantado que Bolivia tendría para esa fecha 45 mil infectados, pero la realidad mostró, llegado el momento, la cifra de 65 mil. Una nueva estimación de ese comité señala que para fines de año el país alcanzará los 200 mil infectados, sin embargo, a la luz de los nuevos errores del gobierno de Añez, es probable que también esa estimación quede superada. En efecto, complacientemente arrinconado por una minoría social, el gobierno deja que el traslado de oxígeno sanitario a los hospitales sea interrumpido. Si en el pasado inmediato el gobierno se resistió en aplicar test masivos para detectar a infectados, en la actualidad se resiste a cumplir con su mandato constitucional, que no es sino garantizar la salud, la vida y la alimentación de la ciudadanía. Tras esta nueva muestra de irresponsabilidad e ineptitud se encuentra la idea de solucionar las controversias con el partido de la delincuencia organizada, por medios “democráticos”, como si lo previsto en la carta constitucional para situaciones de emergencia nacional no lo fuera, como si la conspiración de grupos de interés, de sectores corporativos y del narcotráfico fuera un derecho democrático que les asiste o como si la resolución de la conspiración fuera un asunto de pleito entre abogadillos, a ventilarse en los tribunales internacionales. Seguramente con esta actitud el gobierno de Añez siente que se apega a la democracia para enfrentar a conspiradores, a quienes, en última instancia, les tiene sin cuidado el respeto o no a la constitución y a la democracia que sus acciones denotan.
En estas líneas quisimos ilustrar los límites del sistema democrático en el manejo de la crisis Integral desatada por la pandemia del coronavirus. Pero llamar la atención sobre estos límites puede fácilmente llevarnos al descreimiento en el sistema democrático y a alentar opciones no democráticas, como respuesta ilusoria para superar esos límites. En el fondo de la reflexión, por tanto, se encuentra el sistema democrático, en particular durante situaciones críticas o de emergencia. La solvencia que este sistema ha mostrado en nuestros ejemplos paradigmáticos debe servir, por tanto, para la reflexión crítica.
La crítica a la democracia, en la antigua Grecia, quisiéramos interpretarla en parte precisamente como la expresión de esos límites, ante problemáticas centrales. Es cierto que aquellas críticas han sido interpretadas también como el descreimiento en la democracia y no pocos las han visto como los antecedentes remotos del pensamiento político totalitario. Esas críticas tenían sobrados motivos para cuestionar algunas de las decisiones que la mayoría de la población pudo haber tomado o eventualmente también sus instituciones. El hecho histórico más conocido es la sentencia a muerte aplicada a Sócrates; la posterior crítica de Platón no puede ser entendida sin esta referencia. También en el período pre-socrático grandes pensadores, como Heráclito, fueron víctimas de injustas decisiones tomadas democráticamente por la población. Heráclito mismo fue expulsado por una decisión de esa naturaleza, de su ciudad. Pero lo que no puede olvidarse en aquellas decisiones de la mayoría de la sociedad, es el temor que guardaban al dominio de la tiranía, es decir al dominio de uno de sus miembros, por ser considerado el mejor de los mejores (en cualquiera de las áreas de la vida social). Temor, se entiende, porque las ciudades polis de la Grecia antigua acababan de salir, precisamente, del dominio de tiranías.
Esas críticas, según nuestra comprensión, como línea de análisis siguieron la de asumir a la democracia y fundamentalmente a sus instituciones, bajo el criterio de la unicidad. Hay que anotar que la unicidad no fue un fenómeno exclusivo, de los sistemas políticos que el mundo conociera. En diversas sociedades encontramos sistemas políticos basados en el criterio de la dualidad. Lo que conviene destacar de ellas es la distinta línea de reflexión, que hoy nos pueden ofrecer, para pensar la democracia. Se trata de una línea distinta, sobre el sistema político, a la seguida desde la antigua Grecia y abre la perspectiva para reflexionar también en esos términos en torno a la democracia. Dada la magnitud Integral de la crisis causada por la pandemia del covid-19 y el desastroso manejo de gobiernos, expuesto con nuestros países-ejemplo, la motivación para la reflexión en torno a la democracia , en períodos de crisis, está pues dada.
Omar "Qamasa" Guzmán es sociólogo y escritor